La Alucinante Maestra Suplente

Era mi último año de preparatoria. Era un buen estudiante pero solía perderme varias de las lecciones. Al final del semestre me di cuenta que había faltado a casi todas las de matemáticas y estaba en la cuerda floja. Por si fuera poco, nuestra maestra cayó enferma y nos enviaron a una maestra suplente  por el resto de los días de clase.

Dedicado con pasión a la maestra suplente

Era mi último año de preparatoria. Era un buen estudiante pero solía perderme varias de las lecciones. Al final del semestre me di cuenta que había faltado a casi todas las de matemáticas y estaba en la cuerda floja. Por si fuera poco, nuestra maestra cayó enferma y nos enviaron a una maestra suplente  por el resto de los días de clase.
La nueva maestra suplente era una joven alta, con curvas y con unos lentes grandes, que hacían que uno la pudiera distinguir de lejos. Era muy relajada y le gustaba hablar con los alumnos de cualquier tema posible. Decidí que podía hablar con ella para arreglar mi situación. Al final de la clase, me acerqué a su escritorio y le comenté brevemente mi caso. Apenas si me miró de reojo y me dijo que la fuera a ver al final del día, porque en ese momento estaba llena de trabajo.
Cuando volví a aparecerme por el salón al final de la clase, me esperé como unos 10 minutos en lo que ella terminaba sus pendientes. Ese día, iba vestida con una faldita negra, un cinturón blanco, una blusa un poco transparente y zapatos de tacón. ¡Se veía increíble! Estoy convencido de que solo a algunas mujeres las faldas cortas les quedan bien, y a ella la suya le remarcaba el culito y, si uno ponía atención, podía distinguir las finas líneas de su tanga. Una auténtica delicia. Uno la veía de lejos y daban ganas de hacerle de todo.

La nueva maestra suplente era una joven alta, con curvas y con unos lentes negros grandes, que hacían que uno la pudiera distinguir de lejos.

-Bueno, ¿y en qué puedo ayudarte? Me preguntó.
-Mire, sé que he faltado a varias de sus clases.
-No, a varias no. Has faltado a todas, menos a la última. Y me imagino que  ahora quieres que hagamos algo con tu calificación.
-Bueno…sí.- Respondí tímidamente.
-Pues mira. Yo estoy aquí de paso. Te puedo poner la calificación mínima y listo.
-No, no puedo aceptar eso. Necesito una nota alta.
-¿Qué? ¿Estás loco? ¡Pero si nunca has venido!
-Yo sé, pero estoy tratando de entrar a la universidad y necesito esa nota. Por favor, haré lo que sea.
-Ok. Podemos arreglarlo. Pero habrá un castigo. Un castigo que yo decidiré. ¿De acuerdo?
-Sí. De acuerdo.
Pensé que mi castigo iba a ser un tedioso trabajo de varias páginas o algo similar, pero la maestra se levantó de su asiento, salió al pasillo a ver que no hubiera nadie, regresó y cerró la puerta con seguro. No tenía ni idea de lo que estaba a punto de pasar.
-¿Crees que no me doy cuenta de como me miras? – Me preguntó.
-No…no sé de que me habla.
-Sí, claro que lo sabes. Vamos a comenzar con esto. Quiero que te desnudes.
-¿QUÉ?
-¿Estas sordo? Lo que escuchaste. Quítate la ropa.
Obedecí. Me comencé a quitar la ropa. Cuando me estaba quitando el pantalón, la maestra empezó a juguetear consigo misma. Se masajeaba su cosita por encima de su faldita negra. Mi pene salió, algo flácido.
-Wow. Veo que no estás mal dotado. Acércate.
Me acerqué a ella y comenzó a masturbarme. Jugaba con mi verga y al mismo tiempo me acariciaba los huevos. No tardé en mucho en tener una tremenda erección, y ella estaba tan cerca que parecía que en cualquier momento mi pene le iba a dar un golpe en la cara.
-Esa erección no me sirve. Tenemos que hacer algo al respecto.
Dicho lo anterior, la maestra me comenzó a mamar la verga. Nunca se la metió toda pero jugaba con mi glande y le daba besitos. Era obvio que quería que me viniera lo más rápido posible. Acabé por venirme en unos minutos, y un poco de mi semen le cayó en la mejilla.
-Bien. Ahora sí. Apóyate sobre la mesa y enséñame esas nalgas.
Hice lo que me pedía. Ella me dio una nalgada y, poco a poco, comenzó a meter su dedo índice en mi ano. Como era de esperarse, al principio me pareció algo de lo más raro y bizarro, pero después de un rato hasta comencé a disfrutarlo. Era algo nuevo para mi, pero en un rato me estaba retorciendo y gimiendo del placer.

Pensé que mi castigo iba a ser un tedioso trabajo de varias páginas o algo similar, pero la maestra se levantó de su asiento, salió al pasillo a ver que no hubiera nadie, regresó y cerró la puerta con seguro. No tenía ni idea de lo que estaba a punto de pasar.

-Buen chico- Dijo con gusto. Se quitó su cinturón y me ató con él. Esto se ponía cada vez más extraño, pero al mismo tiempo quería probar más y más.
Se quitó su tanguita y acercó su vagina a mi cara. Podía ver como estaba mojadita. Eso sin duda le estaba excitando.
-¿Quieres lamerla?
-¡Sí!
-Bueno, pero te costará diez nalgadas. Yo asentí con la cabeza y me dio las diez nalgadas. Me dolía pero al mismo tiempo quería más: algo en ello me estaba causando un placer intenso. Cumpliendo su promesa, acercó su cosita a mi cara y yo comencé a lamer todos sus jugos. Eran riquísimos. Le metía mi lengua en su clítoris y podía sentir sus espasmos del placer.  Nuevamente tenía el pene duro como una roca.
-Suficiente. Es hora de que te castigue más.
-Sí. Castígueme maestra. Fui un chico malo.
Ella sacó de su bolsa un pene artificial, de esos que las mujeres se amarran a la cintura. Sacó también un lubricante y se aseguró de cubrirme con él todo el ano. Se puso la correa del pene artificial y, como seguía en cuatro, me empezó a penetrar. Al principio fue doloroso, pero luego lo comencé a disfrutar como nunca. No es mentira lo que dicen: el punto G del hombre está en el ano. No hay duda.
Nunca había experimentado algo así. Mi maestra me estaba penetrando rapidísimo y yo apenas si podía reaccionar. Sentía un placer tan intenso que, en una de esas, toqué mi pene para masturbarme y noté que ya me había venido otra vez. Mi placer había estado siendo tan grande que ni siquiera noté cuando mi verga estalló. Había semen por toda mi pierna. Mi maestra no pareció darse cuenta de ello, y siguió penetrándome por otro rato, hasta que ella también cayó en un orgasmo tan intenso que se quedó tirada en el suelo, sin apenas fuerzas para levantarse. Yo estaba gimiendo de lo rico que se sentía.
Me levanté y, de verla ahí mojada y gimiendo, mi verga se puso dura de nuevo. Esta vez tomé la iniciativa. La levanté, la puse sobre su escritorio y comencé a mamársela toda.
-¡Ah! Eres un chico malo, muy malo. Sigue así o te castigaré.
Yo lamía todos sus jugos y ella me daba nalgadas con el cinturón. No sé si fue por las nalgadas, pero creo que esa fue la mejor mamada que le he dado a una mujer en toda mi vida. Tuvo un orgasmo tan grande que dio un grito que pensé que se escucharía por toda la escuela.
Los dos terminamos satisfechos y cansados, tirados en el suelo. Mi ano estaba ardiendo y no podía creer lo que había pasado, pero, obviamente, lo disfruté al máximo, más que cualquier otra vez que haya tenido sexo.
-¡Ah, por cierto! Ya tienes un 100. Me dijo.

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