Así me gusta festejar – Sorprendente Día De Cumpleaños

Amanecimos tarde, el sol ya estaba instalado en ese cielo casi primaveral como a mi me gusta . La noche había sido intensa, cargada de deseos que se fueron desbordando animalmente.

Amanecimos tarde, el sol ya estaba instalado en ese cielo casi primaveral. La noche había sido intensa, cargada de deseos que se fueron desbordando animalmente. Mixtura entre romántico y salvaje, pasión y alquimia, calma y locura.
Te levantaste antes que yo, como de costumbre. Me gusta remolonear en la cama y verte salir de la ducha con el pelo mojado. Es un paisaje que siempre quiero ver.
Me levanto con fiaca, usando una de tus remeras. Descalza y despeinada voy a desayunar con vos.
Después del improvisado desayuno, volví a la habitación a vestirme. Sé que te gusta entrar con la excusa de buscar cualquier cosa, solo para ver el espectáculo. Te gusta mirarme cuando me visto, al igual que a mí me gusta mirarte cuando salís de tomar tu baño matinal. Son esos pequeños juegos de seducción que ambos sabemos reconocer, pero nos hacemos los distraídos para que siempre viva esa magia.

El sonido de tu voz, mi música. El paraíso debe ser parecido a esto.


Pasó algún tiempo, no mucho. Tu camisa blanca, la que acabo de regalarte se te ve muy bien. Ni hablar de ese perfume importado, de aroma tan enigmático como a veces te gusta ser; ese que tan bien combina con vos. Mirarte es un placer, me quedo extasiada solo observándote.
Tu andar despreocupado es mi cable a tierra. El sonido de tu voz, mi música. El paraíso debe ser parecido a esto.
No me gusta cocinar. Casi siempre te encargas de eso. Tomás ese delantal, lo atas a tus caderas ¡El resultado es tan excitante! El juego de las miradas es uno de mis preferidos. Mirarte haciendo como que no te miro. Sentir tu mirada cuando parece que estoy distraída.
Mi chef personal hoy cocina de camisa blanca. Se sirve una copa de vino mientras prepara lo necesario para elaborar el menú que tiene pensado.
Hoy es tu cumpleaños. Tal vez no deberías cocinar; sería una buena opción salir a almorzar afuera. Pero nos levantamos tarde y olvidamos hacer la reserva. Tal vez salgamos a cenar.
Cautiva del escenario que tengo ante mis ojos, me apoyo en el marco de la puerta, ahí permanezco unos instantes. Realmente sos el ser que más me deslumbra ver. Tu camisa blanca medio desabotonada… y tu pelo alborotado, porque últimamente lo dejaste crecer. Te miro. No puedo dominar ese magnetismo que siempre aparece en momentos así, o siempre que estamos cerca uno del otro.
Es inevitable acercarme hasta vos. Esta vez soy yo la que juega a buscar algo por ahí, solo para sentirte tan cerca, que ya casi puedo escuchar tus latidos.
Tu pulso y el mío están en sincronía. Acelerándose con el simple hecho de sentir el calor de nuestros alientos. Humedad y calor. Ya casi nada podría detener lo inevitable.

El tiempo entra en pausa y lo que nos rodea deja de existir.


Me acerco tanto que tu reacción es la esperada. Dejás esa cuchilla en la mesada y me pegas a tu cuerpo con firmeza; aprovecho para desatar tu delantal de chef, para luego subir mis manos y enredar mis dedos en tu pelo. Acto seguido tu boca y la mía no tiene fronteras entre sí. Somos uno, una vez más. El tiempo entra en pausa y lo que nos rodea deja de existir. Solo somos vos y yo, en unidad perfecta.
En medio de ese frenesí, acompasados en nuestros movimientos y deseos, desabotono tu camisa blanca para quitártela, al tiempo que vas bajando el cierre de mi vestido, por la espalda. Nuestras manos conocen muy bien cada centímetro de piel del otro. No hay nada que no haya sido explorado, sin embargo, siempre parece un descubrir.
La entrega en total, sin reparos ni límites infranqueables. Porque sabemos lo que nos gusta, las palabras sobran, nuestros cuerpos se reconocen y solo se entregan al placer que esta pasión provoca.

Quito la copa de tu mano, hago como que voy a beber, pero lo derramo sobre tu pecho desnudo.


La copa de vino sigue ahí, esperando su destino. Tomás un sorbo. Uno más, pero esta vez lo pasas a mi boca con un beso ¡Sabe tan bien viniendo de tu boca!
Me gusta el juego. Quito la copa de tu mano, hago como que voy a beber, pero lo derramo sobre tu pecho desnudo. Es la excusa perfecta para recorrerte con mi boca hasta llegar a la hebilla de tu cinto. No puedo contener mi excitación y algún tímido gemido se escapa para ponerme en evidencia. Sé que te gusta. Te gusta mi gemido, tenerme de rodillas ante vos y por, sobre todo, te gusta lo que viene.
Al fin puedo liberar tu sexo, erecto y en su mayor expresión ¡Cómo me gusta lamerte! Sentirte en mi boca es un placer que compartimos. Me quedo ahí, quiero disfrutarlo. Tus gritos me confirman tu goce. Me encanta ponerte así.
De repente, casi en un arrebato me subís a la mesada. Esa donde estabas preparando tu menú. Pero hubo cambio de planes. Ahora yo soy tu manjar.
Tomás mi largo pelo por la nuca y me reclinas un poco hacia atrás. Besás mi boca hasta dejarme sin aliento. Bajás por mi cuello con tus labios húmedos. Jugas un instante con mis pezones erizados, pero tu destino es mi sur. Antes o después, siempre pasás por ahí. Sentimos lo mismo. Tu sexo es mío y el mío te pertenece. Supongo que queremos reafirmar que ese terreno es nuestro.
Como sea, sabés llevarme al límite. Y cuando parece que ya no puedo resistir, tu erección está dentro de mí. Lo sublime del acto me hace llorar mientras gimo y esbozo una sonrisa. Es extraordinario. Siempre es único, sin igual.
Como si un huracán descontrolado nos hubiera sorprendido, todo quedó revuelto en la cocina. Paradójicamente los dos, piel a piel, estamos en el paraíso.
Despacio, sin prisa, fuimos volviendo a la realidad. Realmente es un panorama devastador. Nos reímos cómplices de lo sucedido.
Luego, tomás tu teléfono y encargás algo para comer.

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