Fernanda, esposa exhibicionista y puta. Parte 1

Mi nombre es Juan y el de mi esposa Fernanda. Hace cuatro años que nos conocimos. En la actualidad yo tengo 29 años y mi esposa 24.

Mi nombre es Juan y el de mi esposa Fernanda. Hace cuatro años que nos conocimos. En la actualidad yo tengo 29 años y mi esposa 24. Sin extenderme demasiado les diré que yo soy abogado, y gracias a diversas circunstancias tenemos una vida bastante acomodada, que nos ha permitido viajar, y disfrutar de distintas experiencias en las que la calentura de mi mujer ha salido a relucir, claro, siempre con gran satisfacción de mi parte. Me considero voyeur, candaulista y exhibicionista, prácticas que mi esposa también disfruta y que desde el comienzo han fortalecido nuestra relación, ya que el sexo siempre ha sido satisfactorio, gozando de situaciones muy morbosas y llevando a cabo juegos que siempre hacen que terminemos en brutales orgasmos.

Desde que comenzamos nuestra relación supe que tenía a mi disposición a una mujer morbosa, abierta y complaciente. Tuvimos sexo en nuestra primera cita, y ahí descubrí distintas situaciones que me engancharon inmediatamente a ella. Es sumisa en el sexo, atrevida, y muy sexy en lo cotidiano. Ya de novios me enteré que ella había disfrutado de tríos con una pareja de amigos casados que la invitaban a tener sexo en su casa, que había tenido sexo en público, y que en general estaba algo recorridita, lo que ya me imaginaba desde la primera cita, en la que pude apreciar un tatuaje en su nalga izquierda, otro más en la cadera, y uno en las costillas, muy cerca de sus pechos, señales todas ellas de una mujer caliente, atrevida y fogosa.

Ya de novios me permitió darle por el culo, mearme encima de ella, gravarla, y nalguearla hasta dejar sus glúteos marcados con mis manos. No omito señalar que ella es una mujer hermosa, de 1.60 de estatura, talla de sujetador 34 C, un culo respingón, y unas piernas torneadas, blancas y que terminan en unos pies pequeños y muy femeninos. Su rostro es de ojos atigrados, boca pequeña y carnosa, y una nariz lijeramente aguileña, que junto con una melena abundante y castaña, regala una imagen muy apetecible para todo aquel que la ve. Su culo es redondo y respingón, y con una apariencia demasiado morbosa y hasta vulgar, en vista del tatuaje de una hoja de marihuana que tiene muy cerca del ano. Esta primera anégdota surge de una experiencia que vivimos durante nuestro noviazgo, ocasión en la que, presumimos, ella quedó embarazada de nuestro hijo, y que dio origen a nuestras costumbres como pareja exhibicionista.

Ella es de un pueblo de Sinaloa , lugar conocido por su buen ambiente y claro, mujeres bellas. Si bien nos conocimos en Guadalajara en donde ambos trabajamos por un tiempo, de novios me invitó a su lugar natal, en donde teníamos sexo casi en exceso, follando hasta cinco o seis veces al día, y en donde conocí a sus amigos de la adolescencia.

Fue previo a aquel viaje que conocí su guarda ropa, descubriendo la abundancia de faldas muy cortas y transparentes, zapatos de tacón alto, sandalias, shorts pequeños y además rotos, y claro, muchas blusas transparentes y escotadas, algo que ya imaginaba, pues desde el comienzo me fascinó su manera de vestir, acudiendo a practicamente todas nuestras citas exhibiendo sus grandes senos y blanquísimas piernas.

Antes de pasar al día en que lo más morboso ocurrió, daré un contexto de lo que fue, para efectos prácticos, una luna de miel improvisada, ya que nunca pensamos que después de aquel viaje terminaríamos casados, embarazados y plenamente conscientes y cómplices de nuestras fantasías. Durante aquellas semanas de verano, en cada ocasión que salíamos con sus amistades, ella, a petición mía, vestía de manera provocativa y en algunos casos escandalosa, siendo así que un día la convencí de usar un short de licra blanco, sin ropa interior, calzando sandalias y con un top, también sin brasier, para ir a tomar unas cervezas. Claro que siendo un pueblo pequeño, la reputación de mi mujer es bien conocida, y seguro que ahora reafirmada en vista del exhibicionismo que su pareja le permite, y de la que en aquella ocasión disfrutaron varios de sus amigos presentes, y que no pasó en alto para sus amigas, quienes entre broma y reproche le espetaban que iba casi desnuda, o que si se le había perdido el putero, comentarios a los que ella reaccionaba solo con risas nerviosas y brindándome grandes besos y caricias de mi verga por debajo de la mesa.

Durante aquella tarde pude apreciar lo caliente que Fernanda se encontraba, ya que el minishort, a causa del material, y de lo corto del mismo, permitía apreciar la humedad de su entrepierna, mientras que sus pezones se dislumbraban a través de la delgadísima tela oscura del mismo. Sus pies desnudos, su espalda, su vientre, y ella borracha, bailando y sentándose de tal manera que sus pies quedaran cerca de mi verga y el minishort se le subiera todavía mas, mostrando impudicamente buena parte de sus nalgas a todos los presentes del bar. Sobra decir que terminamos ebrios, y con mi polla dentro de su ano votando grandes chorros de leche. Dormíamos desnudos, y a penas despertar, la penetraba salvajemente.

Otro día de ese mismo viaje, fuimos a comer y ella se colocó un vestido que compré para la ocasión, rosa y vaporoso, solo con una diminuta tanga transparente por debajo, y usando unos tacones de sandalia estilo teibolera, también transparentes y llamativos, de 20 centímetros de alto y tacón de aguja. El vestido era corto y sobre todo, muy escotado, por lo que al usarlo sin brasier, y aún más en aquel calor sofocante de verano, sus senos sudados y sus pezones erectos quedaban facilmente expuestos a la vista. Aquel día también nos acompañaron dos de sus amigos, que si bien eran homosexuales, no pararon de elogiar lo puta que se veía, y lo atrevida que siempre había sido. Ellos me dejaron claro, con la conversación que mantenían con mi mujer, que la vida sexual de Fernanda era casi vox populi, ya que sus tatuajes íntimos y su afición por los tríos era conocida entre mucha gente del lugar, circunstancia normal en un pueblo conservador, en el que los chismes que involucran a una mujer tan liberal como la mía, son de fácil circulación.

Uno de los homosexuales, de nombre Sergio, estuvo largo rato comentando con Fernanda como eran sus reuniones en la preparatoria. Encuentros donde abundaban los gays y mujeres liberales, y en las que mi mujer, aprovechando la confianza y la orientación sexual de sus amistades, solía quedar en tetas a menudo, y pasearse así. Yo estaba empalmado como un burro escuchando esas anégdotas. Cabe precisar que si bien a Fernanda no le gusta ser tocada grupalmente, ni le atraen las orgías, no pierde alguna ocasión de exhibirse ante multitudes, e inclusive de follar en público, como supe aquel día, en el que Sergio me contó de como terminó desnuda y masturbada en público en una de esas reuniones, dándose gusto con un chico que estaba de vacaciones en el pueblo y que terminó rompiéndole el culo en una de las habitaciones de la casa donde era la fiesta, y como aún, a ella le importó poco que algunos curiosos entraran al cuarto a ver como ese afortunado la penetraba sin contemplación.

El saber la reputación de mi mujer, aunado a su manera de vestir, y su forma de comportarse, hicieron que todos aquellos días estuviera erecto como un burro, follándola constantemente, siempre sin preservativo, y procurando tenerla borracha el mayor tiempo posible, ya que así se desinivía casi del todo, permitiendo que le levantara el vestido en lugares públicos, o que la tocara casi en cualquier lado, y sobre todo, que llegando al hotel donde nos hospedábamos, terminaramos con brutales secciones de sexo, tanto vaginal como anal. Aquellos días Fernanda no estuvo un solo día sin vestir como un putón, y ya en los últimos días me confesó que a causa de tanto sexo, y ya que mi verga es bastante grande, tenía demasiado adolorida la vagina y el recto, sin embargo, no dejamos de hacerlo por lo menos tres veces al día hasta el final del viaje.

Pero lo mejor, y la anégdota que constituye el meollo de este relato vino casi al final de esas vacaciones. Ese domingo estuvimos follando toda la mañana, tirándole polvos que siempre recordaré, pues mientras yo me venía en su ano y su vagina, ella me contaba episodios de su vida pasada en el pueblo, y también en Guadalajara, contándome de lo zorra que había sido, como solía comportarse y como en el pueblo muchas personas sabían de lo fácil que era. En fin, que sin poder bajarnos la calentura le propuse que siendo domingo, el día más social en los pueblos de México, y en el que la gente sale a embriagarse generalmente, se vistiera de una manera muy provocativa, saliéramos a exhibirla y buscáramos con quien hacer un trío. Ella aceptó a todo, menos a lo del trío, comentándome que no era su intensión tener sexo con nadie más que conmigo, y mucho menos, involucrarme con su pasado más de lo necesario.

Acepté, casi convencido de que terminaría borracha y así ella misma me pediría follar con otro u otra más. Nos duchamos y fuimos de compras para cumplir nuestro propósito. Entramos a una tienda y encontramos un vestido realmente provocativo. Era blanco, ceñido al cuerpo, completamente escotado por la espalda, ya que el vestido por detrás comenzaba practicamente en el inicio de sus nalgas. Si bien el vestido era largo, por los lados tenía dos aberturas casi hasta la altura de la cintura, por lo que viéndola de perfil, todas sus piernas quedaban expuestas, mostrando así el tatuaje que tiene en uno de los lados de su cadera. Pero lo mejor sin duda era el escote del vestido, ya que en los pechos la prenda consistía unicamente en dos triángulos de tela, que se amarraban a su cuello por unos hilos finísimos, siendo los triángulos tan pequeños que por delante dejaban la mitad de sus tetas expuestas, y de lado no cubrían practicamente nada, por lo que sus pechos bailarían libres y seguramente no sería difícil que sus pezones escaparan en algún momento de la tela. Así bien, de perfil el vestido permitía ver sus senos desnudos y la totalidad de sus piernas, y por detrás, su espalda iba totalmente descubierta. Para culminar la hice calzarse las sandalias transparentes de teibolera que le había comprado en días anteriores, por lo que no quedaba duda que mi mujer era una exhibicionista en todo sentido. Los tatuajes de sus costillas, y de sus caderas estaban completamente expuestos, y claro, al no traer tanga, ya que le pedí que no usara aquel día, bastaría que el vestido fuera retirado para poder ver, además, la tinta gravada en su nalga.

Desde días anteriores ella llevaba pintadas las uñas de pies y manos de color turquesa, y las de las manos largas, con uñas postizas que ella sabe hacerse y que además, sabe me vuelven loco. Antes de salir del hotel ya se había maquillado los ojos y pintado los labios, así que después de probarse el vestido, y dejar impactadas a las demás mujeres que se encontraban en la tienda con su atrevimiento y putería, guardó la ropa con la que había llegado a la tienda en el auto, y así vestida salimos a la calle tras pagar la prenda. Caminamos por la plaza del pueblo un rato, y mi mujer fue objeto de miradas indiscretas que se dirigían a su cuerpo de manera descarada. Las mujeres mayores evitaban el contacto visual, e inclusive una mujer mayor le espetó en voz alta que se respetara. A ella todo esto fuera de molestarla la tenía más caliente. A esa fecha nunca la había visto tan puta. Caminaba con descaro haciendo sonar los tacones y moviendo las caderas. Como me suponía, al caminar sus pechos bailaban libremente por el escote. Lo que no había previsto es que la abertura de las piernas era mucho más amplia de lo que me había parecido en la tienda, por lo que sus caderas quedaban desnudas casi hasta la altura del culo y las ingles. En fin, parecía una auténtica puta en busca de verga.

Fuimos a comer, y quedamos con unos amigos suyos, los mismos de los días anteriores, para echar unas cervezas. Durante la comida no pasó nada relevante, ya que fuimos al restaurante de una conocida de mi mujer, en un espacio bastante privado y poco accesible a miradas, sin embargo, inclusive esta amiga no perdió la ocasión de expresarle lo puta que se veía, pues sin duda estaba impresionada de lo lijera de ropa que Fernanda era capaz de andar. “No se te vaya a salir algo, mujer, que andas casi desnuda, le dijo, y mi mujer, pícara como siempre, no hizo más que decirle, ya sabes que a mi me gusta andar así, Vicky. Durante la comida los pezones de mi mujer se salieron del vestido, y ella me dejó pellizcárselos. Además la masturbé mientras bebíamos una cerveza esperando que fuera la hora de ir con sus amistades. Cuando salimos a la calle, a Fernanda le escurrían los jugos vaginales por las piernas, y contoneaba las caderas exageradamente, haciendo que cuanto hombre iba por la calle se detuviera a verla, con el consecuente disgusto de sus acompañantes femeninas..

Pero al llegar al bar Fernanda comenzó a actuar como una puta desvergonzada, volviéndome loco de pasión y exitación. Se trataba de un bar campirano, de esos con mesas de madera, palapas y campo alrededor. Cuando entramos, Fernanda fue objeto de todas las miradas, a causa de su ropa, su contoneo, y su reputación. Una pareja, que supuse, la conocía, y conocía de antemano su reputación, no paraban de secretearse mientras la miraba. La chica parecía criticarla, pero el chico no le quitaba ojo de encima, situación que a ambos nos puso más calientes y que conduciría a que mi novia se comportase todavía más provocativa, pasando a lado de ellos contoneándose hasta que sus senos casi salieron por completo del vestido. Al fondo del bar ya estaba nuestra mesa con sus amistades.

Tomamos asiento en la mesa con Sergio, su amigo homosexual, y el que parecía ser su novio, de nombre César. La mesa era redonda y del extremo opuesto al nuestro estaban Rebeca y Jennifer, las amigas con las que habíamos ido a beber hace unos días cuando mi mujer fue al bar en topcito y minishort blanco de licra y sin calzones. Estas dos amigas además de estar muy buenas, y ser medio zorras en vista de su conversación, también llevaban diminutos vestidos. A nuestro lado derecho habían seis o siete personas, entre hombres y mujjeres jóvenes, que tampoco quitaban ojo del cuerpo de Fernanda. A nuestra espalda quedaba la mesa de la pareja que parecían matar con la mirada a mi mujer, en resumen, que por todas partes mi zorrita era el centro de atención por ir casi desnuda.

Desde el comienzo todos en la mesa se dieron gusto bromeando con Fernanda, algo a lo que ya me estaba acostumbrando después de tantos días, haciendo alusión a su forma tan puta de vestir, de como iba casi desnuda, y de lo bien que me la estaría pasando con ella. Pedimos una botella al centro y si bien al comienzo todos tomamos palomas, al calor de la conversación y el alboroto, pasamos a los shots en seguida. En un momento, alguien propuso jugar baraja, y quien perdiera en cada ronda, debía cumplir el castigo que el ganador mejor puntuado le dictase. Al principio los dos jugamos basstante bien, pero mi mujer, que después de un rato ya estaba más borracha de la cuenta, comenzó a perder como resultado de descuidos propios de su embriaguez, aunque claro, no descarto que lo hiciera a propósito para poder mostrarse un poco más y dejar a todos los hombres empalmados y a todas las mujeres asombradas con su putería.

Hasta ese momento los castigos habían consistido en que Jennifer revelase un secreto caliente, que César invitase una ronda de cerveza, pero cuando Fernanda perdió la partida, su amiga Rebeca le pidió nos mostrara los pechos a los presentes. El castigo fue formulado en tono de broma, y todos me miraron, como esperando que me negara a que Fernanda cumpliese la penitencia. Se hizo un silencio en la mesa cuando le indiqué a mi novia, con tono serio, que las apuestas eran deudas de honor y que mostrase los pechos. Uno de los homosexuales, con sorna, expresó que de cualquier manera, no había mucho más que mostrar, en clara alusión al escote del vestido. Fernanda dudó un momento, pero después recorrió los triángulos de tela que cubrían escazamente sus pechos, mostrando en su plenitud los senos, y sus rosados pezones en punta, evidenciando su exitación. Después, y como si no hubiera sido suficiente el show que mi novia estaba montando, ella masajeó con cada una de sus manos un pecho, y por unos segundos, hasta se atrevió a pelliscarse los pezones frente a todos. Los gritos se hicieron sonar, así como los golpes en la mesa. Antes de cubrirse de nuevo, mi zorrita se inclinó hacia atrás y luego hacia adelante, haciendo que sus mamas bailaran libremente. Algunos de los hombres, y también mujeres de la mesa de a lado se sumaron a los gritos de júbilo de nuestra mesa, e incluso vi a un mesero mirar embobado el torso desnudo de mi mujer.

En la otra mesa , la pareja que criticaba a Fernanda desde el comienzo miraban con rabia lo sucedido, o más bien, la novia del chico, ya que este último parecía estar tan atónito como yo en ese momento, y quizá, igual de exitado. Los comentarios obsenos no se hicieron esperar. Jennifer y Rebeca, empezaron a corear “Que puta, que puta, que puta es mi amiga”, y Fernanda solo reía y servía otro tequila en su copa. Yo estaba demasiado exitado con lo sucedido, sensación que iría en aumento con lo que vino después. Y es que Sergio, una vez cesaron los coros, dijo en voz alta, como para que lo escucharan todos los presentes, que eso no era nada, porque todavía no habían visto lo que llevaba atrás. Mi mujer se sonrojó y le espetó que el tampoco lo había visto, a lo que el le respondió que si, que recordara la casa de Adrián. Yo sabía que Adrián era el esposo del matrimonio con el que mi mujer solía acostarse, es decir, con el que se prestaba para hacer tríos. Ella no pudo más que afirmar que si, que era verdad, que Sergio ya la había visto desnuda. Esperé que alguien preguntara más, pero sus amigas solo se limitaron a decir “no chingues, Fer, ya todos te hemos visto encuerada”. Mi mujer se rió y me llevó las manos a sus piernas desnudas, mientras posaba la suya en mi entrepierna. Toda esta putería de mi mujer me tenía caliente como nunca lo había estado, así que comencé a subir el vestido de Fernanda, a lo que ella no opuso resistencia. Desnudé casi por totalidad una de sus nalgas, que quedó impudicamente expuesta sobre la silla, exhibiéndose ver casi por completo frente a la pareja de la otra mesa, mientras la conversación sobre la zorrería de mi mujer, continuaba.

Fue así que Sergio propuso que si mi mujer volvía a perder, debía mostrarnos a todos lo que tenía atrás, haciendo clara alusión a su culito tatuado. Ella pareció recordar, en ese momento, que iba completamente desnuda por abajo del vestido, ya que su cara fue de susto ante la propeusta, pero antes de que se atreviese a negarse, acaricié su pierna desnuda y le respondí al proponente que así sería, que no habría problema porque alguien debía poner ambiente. La espectación era unánime en la mesa mientras seguíamos jugando y charlando. Fernanda no había acomodado del todo sus senos después del show que nos regaló, y sus pezones se asomaban por los laterales del vestido, haciendo que a los hombres de la mesa de a lado se les fueran los ojos directamente a su escote. Me atrevería a decir que la mayoría de miradas en el bar, o por lo menos, de las mesas próximas y de los meseros que nos atendían, se posaban, en algún momento, en el cuerpo casi desnudo de Fernanda. Al final, pasó lo que debía pasar. Mi zorrita perdió la ronda, y aunque se negó entre gritos y carcajadas, discutiendo con sus amigos que le insistían para que cumpliera su promesa, al final aceptó cuando le hablé al oído, y le dije que de atreverse a hacerlo, me haría muy feliz. Esto bastó para que ella se animara y en voz alta anunciara: “Ok, lo voy a hacer, pero les toca invitar una ronda. Sus amigos, divertidos e impacientes le dijeron que si, mientras coreaban su nombre y aplaudían.

Fernanda, entre aplausos, se puso de pie, y de esspaldas a sus amigos, mirando hacia la mesa de la mujer que la miraba con odio. Entre el alboroto, y para mi sorpresa, mi mujer dijo, en voz alta, que ya que ella era mía, yo debía decidir si lo hacía o no. Al escucharla, sabía que me estaba pidiendo que concretáramos lo que habíamos iniciado, y aunque dudé por un momento, finalmente, perdido de caliente como estaba, no lo pensé más y levanté la parte posterior del vestido, dejando expuestas las nalgas blanquísimas, duras y respingonas de mi zorrita, mostrándole a todos la desnudez de Fernanda y la tinta de su trasero. A quienes ocupaban esas dos mesas no les quedó duda alguna sobre la putería de mi mujer, aún más, cuando esta comenzó a mover las nalgas como perreando, haciendo que su vagina también quedara a la vista de todos, exhibiéndose impúdicamente, dilatada, mojada y completamente depilada. Me atreví a pellizcar una de sus nalgas mientras los gritos y golpes en las mesas seguían. Los hombres de la mesa de a lado me miraban como a un campeón, alternando sus miradas entre ese par de nalgas y esa vagina, y su dueño. Las mujeres de esa mesa miraban impactadas el espectáculo, pero igual de extasiadas que las amigas de Fernanda. Mi zorrita seguía moviendo las caderas de un lado a otro, y seguro que sus tetas ya se habían salido del vestido, dejándolas a la vista de la mesa de la pareja. El coro comenzó de nuevo “que puta, que puta, que puta es mi amiga”. Loco de calentura, y ante el comportamiento de zorra de mi mujer, me atreví a Meter dos de mis dedos en la vagina de Fernanda, sintiendo como mi mano se empapaba al instante. Ella, bailando, se movió de tal manera que comenzó a masturbarse con mis dedos, mientras los el coro seguía. Finalmente Fernanda se movió para sacar mis dedos de su vagina, y dándose la vuelta, se acomodó el vestido. Antes de sentarse, me besó en los labios como posesa, sujetándose de mi cuello con ambas manos y haciendo que sus pechos escaparan del vestido otra vez. Para rematar, mi mujer tomó los dedos que hasta hace unos segundos habían estado en su vagina, y frente a todos, todavía con los pechos fuera del vestido, se los llevó a la boca, chupándolos como si de una polla se tratase.

Lo que vino después es difícil de contar. La mujer que desde el comienzo no había parado de mirar con odio a Fernanda se había retirado de su mesa, y había vuelto con el dueño del bar y una mesera. Nos pidieron que nos retiráramos mientras el silencio se adueñaba de las dos mesas. Ni siquiera traté de dialogar con estos sujetos. Mientras Fernanda se acomodaba el vestido, dejé dos mil pesos en la mesa, lo equivalente a cien dólares, y suficiente para liquidar nuestro consumo y seguro que mucho más. Nos despedimos y mientras salíamos, los comentarios admirando a mi mujer seguían sonando. Como ya dije, en un pueblo conservador como este, mujeres como la mía pueden ser odiadas o admiradas, pero nunca pasar inadvertidas. De camino al auto atravesamos la plaza, mientras reíamos y comentábamos lo ocurrido. Ella me dijo que jamás habría pensado en tener un novio tan maravilloso como yo, que le dejara sentirse tan puta y disfrutar abiertamente, y que desde ahora me permitiría hacer con ella todo lo que yo quisiera. También me confesó que el chico que iba con su pareja era un exnovio, y ahí fue donde entendí la actitud de la chica, poniéndome todavía más caliente. Llegamos al auto y conducimos hasta el hotel. En el camino le pedí a Fernanda que se desnudara por completo, y me obedeció, aprovechando la oscuridad que comenzaba a adueñarse del espacio. Solo con los tacones puestos, mi mujer se masturbaba con una mano y con la otra se acariciaba los pechos.

Cuando llegamos al hotel le pedí a fernanda que caminara hasta la habitación como iba, desnuda y solo con los tacones puestos. El hotel era pequeño, y el estacionamiento aunque no era techado, se encontraba en el centro de la construcción, en medio de las habitaciones, por lo que la entrada a nuestro cuarto estaría a unos cinco metros. Ella dudó, pero al solo alcanzar a divisar a un grupo de personas al otro extremo del estacionamiento, aceptó. Bajó del hotel y escuchamos silvidos a lo lejos, pero ella no se inmutó, y como si no pasara nada caminamos hasta el cuarto abrazados, con mi mano encima de una de sus nalgas. Mientras yo abría la habitación ella se paró en posición hacia el grupo de personas que la había visto, y aprovechando la oscuridad, la distancia, y los obstáculos que impedirían una vista plena, se abrió de piernas y comenzó a masturbarse, pidiéndome que la penetrara ahí mismo. Pensando en que podríamos ser expulsados también del hotel, la cargué y la llevé a la cama, acostándola y metiéndo mi cara entre sus piernas. Su vagina era un océano, abierto y anegado. Solo meter mi lengua en su vagina, sentí como Fernanda estaba al borde del orgasmo. Empecé a comerle la vagina, pero ella se incó en la cama y como poseída me quitó el cinturón, me bajó los pantalones y me tumbó sobre el colchón, introduciendo mi verga en su vagina de un golpe. Ella se clababa mi verga con furia, diciéndome que ella era mía, que me amaba y que siempre haría todo lo que yo quisiera. Fue entonces cuando me percaté que no nos habíamos olvidado de cerrar la puerta del cuarto, y que a unos dos o tres metros de esta dos hombres mayores, quizá de sesenta o cincuenta años veían el espectáculo de las nalgas de mi mujer subiendo y bajando de mi verga.

Le dije: “amor, nos están viendo, la puerta está abierta”. Ella comenzó a gritar, entre gemidos incontenibles: “que me vean, yo soy tuya, solo tuya, que vean que rico me coges”. Fue entonces cuando tuvo el orgasmo más grande que hasta ese día le había sentido. Fue como si se hubiera meado encima. Aún así seguía gritando: “soy tuya, tu puta, todo lo que tu quieras”. Se dejó caer sobre mi, mostrándose completamente desnuda para los dos hombres que nos veían a unos cuatro o cinco metros. Me retiré de encima de ella, y caminé hasta la puerta, pero ella me sujetó y colocándose en cuatro patas sobre la cama me pidió que me la follase así, para que pudieran vernos del todo. No lo pensé mas y eso hice. Los hombres se acercaron un poco mas y me pareció que uno de ellos filmaba y fotografeaba lo ocurrido. Fernanda tuvo otro orgasmo cuando la inundé de leche caliente mientras la nalgueaba con furia. Me tumbé exausto en la cama después de un orgasmo brutal, y ella caminó en tacones hasta la puerta. La cerró, no sin antes regalarle una vuelta, en cámara lenta, y luciéndose como todo una perra, a nuestros expectadores. Me dijo: “sabes, me gravaron todita, mientras me la clavabas, mi amor”.

La tumbé en la cama y la volví a follar, y así estuvimos hasta la madrugada, cogiendo y besándonos, recordando lo ocurrido y viendo como las llamadas de sus amigos en su celular quedaban inconclusas. Al día siguiente no salimos del hotel, pues ella estaba destrozada y apenada por lo ocurrido, aunque de todas formas follamos como locos recordándolo. Salimos por la noche del día siguiente hacia Guadalajara y volvimos al pueblo unos meses después, pero esa es otra historia.

Fernanda les envía besos, esperando que este relato sea bien recibido, pues en ese caso, el próximo vendrá con algunas fotos suyas.

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