El Candelabro

La separación con Natalia había sido todo lo cordial que había podido ser, era una buena mujer y quedamos como buenos amigos después de seguir nuestras vidas por separado

La separación con Natalia había sido todo lo cordial que había podido ser, era una buena mujer y quedamos como buenos amigos después de seguir nuestras vidas por separado, pero nunca tuvimos inconvenientes en pactar necesidades de mutuos apoyos, en especial con un bien en común que nos ataría de por vida, nuestros pequeños hijos
Con Natalia, aunque sea a la distancia podíamos acordar, compartir gastos, necesidades, presencias, vacaciones, y más de una vez me había planteado si el divorcio había sido la solución, porque no podía estar con ella, pero tampoco sin ella.

Pero el tiempo había pasado, y lo escrito, escrito estaba, ella ya tenía un nuevo amor y la verdad es que busqué en otra lo que extrañaba de ella.
Esa otra, se llamaría Judith, y con Judith cometería el peor error de mi vida.
Seguramente, envalentonado por mi experiencia con mi primera esposa, asumía que todas serían iguales, y ciegamente puse la firma para un segundo compromiso formal.
Pero esa mujer, en unos años se transformaría en la peor de mis pesadillas, con celos enfermizos, posesiva, histérica y hasta con crisis psicóticas que hacían imposible la convivencia, llegamos a un punto de no retorno y si en pareja vivíamos un calvario, atravesar una situación de divorcio fue lo más traumático en mi vida.

Ella no quería separarse de mí, ella quería destruirme, me hubiera asesinado de ser posible, había pasado del amor al odio y era ese tipo de mujeres que se encargan de pisotear en el fango a su ex, por despecho, por odio, por orgullo, esas mujeres que se quedan aferradas a un pasado y nunca pueden terminar de cortar las cuerdas, que siempre dan vueltas con su abogado de turno para encontrar la forma de volver a la carga por más, para que no puedas dormir tranquilo.

Mi mejor consuelo fue al menos, no haber tenido más hijos con ella, puesto que eso si hubiera implicado un martirio de por vida, pero en algún punto de nuestros últimos días de convivencia hasta temí por mi vida, Judith era una bola de nervios fuera de control, y no me importó dejarle lo poco que teníamos en común, tan solo salí con lo puesto, un bolso de mano con mis pocas ropas y algunas pertenencias personales
Hasta tuve que rescatar en una operación comando como un ladrón mediocre a Tobi, mi perro, porque era cuestión de tiempo para que ella lo envenenara, al menos para que por algún tiempo estuviera en casa de mis padres hasta que yo pudiera acomodarme nuevamente.

Tenía ya más de cuarenta y no tenía nada, salía de mi segundo divorcio y de lo único que estaba seguro después de dejar atrás a Judith, es que por mucho tiempo no querría ningún compromiso con ninguna persona del sexo opuesto, no señor.
Por unos pocos días volví a casa de mis padres, sabiendo que no duraría mucho tiempo ahí, papá era un buen tipo, pero éramos incompatibles, no había lugar para dos toros en un mismo corral así que busqué partir lo antes posible.

Y mi situación económica estaba de lo peor, los costes de divorcio me habían dejado casi en banca rota, yo era solo un tipo que hacía un poco de todo, albañilería, plomería, gasista, electricista, y me ganaba la vida con changas que agarraba por acá y por allá, tenía que aportar por mis hijos, por su alimentación, por vestimenta, por el colegio, y si bien Natalia sabía de mi situación y me hacía el aguante, tampoco era justo que yo aprovechara la jugada para sacar parte.
El coche que usaba para trabajar se caía a pedazos, y me traía más problemas que beneficios, y tal vez la única luz al final del túnel fuera haber escapado a las garras de Judith

Así llegaría a la hostería ‘El candelabro’, un sitio de poca monta, muy económico, donde podría estar para subsistir por algún tiempo hasta equilibrar mis finanzas.
En la recepción me atendió Marisa, una gordita rubiona de cabellos teñidos, calculé entre cincuenta y sesenta y con una sonrisa muy amable me explicó en detalles que es lo me podían ofrecer.

‘El candelabro’ en verdad era una vieja casona de anteaños, una edificación venida a menos de altos techos y ventanas alargadas con postigos chirriantes, donde poco a poco, con unos míseros pesos, fueron transformando en una pensión para gente de bajos recursos. Por fuera, un revoque amarillento invadido por la humedad, con rajaduras y cascarones por doquier daba aspecto de abandono, las altas puertas de madera quemadas por el sol y la lluvia, se mostraban descoloridas y los viejos pisos multicolores de los años cuarenta estaban degastados y hundidos por el continuó tránsito.
La recepción donde intercambiamos información entre lo que buscaba y lo que me ofrecía, también parecía haberse quedado en el pasado, con un tablero enorme sobre la pared con la demarcación de las habitaciones, separados por un escritorio descolado, con un antiguo fichero con tarjetas escritas a mano, donde no había ningún atisbo de tecnología.

Marisa, me acompañó a ver un par de opciones disponibles, tomé un cuarto con una ventana que daba a un patio interno, me pareció la mejor de todas y en esos minutos de elección me dejó saber algunas cosas lógicas, no se podía molestar, con ruidos, con personas, estaban prohibidas acciones que rozaran con la moral y buenas costumbres, aunque en poco tiempo notaria que por las noches, algunas habitaciones se alquilaban clandestinamente a parejas de ocasión para tener un par de horas de sexo, me mostró una pequeña heladera y un viejo anafe por si fuera mi gusto prepararme algo de comer, aunque también me comentó que detrás de la administración había un pequeño comedor interno donde servían algún que otro menú, refrigerios y cafetería
Ella también me mostró el baño, muy pequeño, con un espejo de pared opacado por el tiempo, me confió que el agua caliente provenía de una pequeña caldera central por lo que no debía abusar del uso del agua, puesto que debía alcanzar para todos.

Entre palabras le confié un poco de mi vida y le dije que era una estadía provisoria, y cuando ella cerró la puerta me quedé pensando en soledad, acomodando mis pocas pertenencias en el viejo ropero de pared, observando detalles del lugar.
El piso me recordó a la casa de mis abuelos maternos, largas maderas desgastadas cruzando de punta a punta sobre tirantes, el techo estaba altísimo, y podía ver los viejos ladrillos que formaban su estructura puesto que el revoque había desaparecido casi por completo, las paredes mal reparadas, resistían al avance de la humedad cuyo olor invadía todo el espacio, y un vetusto ventilador de techo giraba lentamente gimiendo en cada vuelta en un ronroneo armónico.
La pequeña heladera tenía todo el burlete carcomido y miles de stickers pegados en la puerta y el anafe destacaba por la falta de limpieza.

Fui por una ducha, el agua de la regadera tiraba no más de cuatro chorros y cada uno apuntaba a un lado diferente, al cerrar la canilla me quedé con la llave en la mano y se hizo evidente que todo estaba atado con alambres en ese sitio.
Se hacía tarde, me recosté unos segundos para leer un poco y también comprobaría que el colchón que me había tocado en suerte era fino como una hoja de papel y que la ajetreada cama pareció pedir perdón al recibir mis noventa kilos.
Miré el techo, y mis ojos se perdieron nuevamente en las aspas del ventilador, la pintura blanca original se mostraba grisácea en el ángulo de ataque de las mismas por años y años de tierra pegada ante la falta de limpieza

Busqué unas prendas y me decidí pasar por al bufet, sin esperar nada nuevo, pero tenía hambre y no tenía nada mejor que hacer.
Bajé las escaleras, pasé por detrás de la recepción y llegué al improvisado comedor donde se imponía la misma temática, un lugar ajado y griseado por el tiempo, con mobiliarios pasados de moda y una heladera industrial con demasiadas batallas a cuesta.
Una jovencita que atendía me ofreció el menú del día, ‘ñoquis de papas con salsa roja’, por lo que preferí que me preparara un emparedado con alguna cerveza de ocasión.

Me quedé observando el entorno donde me sentí el único con apetito, puesto que era el único en el lugar, y mientras esperaba que la joven me atendiera, la pared lateral llamó mi atención, estaba decorada con una incontable cantidad de cuadros de fotos de todos tamaños y todas épocas, era como que esa pared mantuviera viva la historia de ‘El candelabro’ y en muchas de esas fotos pude encontrar a Marisa, la gordita que me había recibido.
Entre tantas, no pude de dejar de notar una en especial, y digo en especial porque no era más que una caricatura muy prolija y muy sexi, retrataba una chica de unos veinte años, una morena de largos cabellos negros y un rostro alargado, muy latino, de piel cobriza, y era un dibujo de esos típicos donde se resaltan las curvas femeninas, con una musculosa blanca transparente que hasta mostraba el detalle de sus pezones, y una tanga diminuta que cortaba las líneas de la perfección de sus piernas, sus caderas y su vientre.

Me sentí un tonto, puesto que mi admiración y mi intriga eran tan grande como mi excitación, aunque fuera solo una caricatura de una desconocida que ni siquiera sabía si era real.
Entonces iría por par de detalles que había pasado por alto, por ejemplo, notar en esa caricatura, el fondo de la escena era la misma zona de administración donde la gordita me había recibido horas atrás, y que en el resto de las fotos, aparecía de vez en cuando una morena muy rica que seguramente había inspirado a la mano del dibujante, y siendo más agudo aún, pude notar que la jovencita que me estaba preparando la cena, se parecía demasiado a la chica de las fotos y la del retrato del que tontamente me había enamorado.
Mientras cenaba, le pregunté a la jovencita algunas cosas del lugar, pero no me animé a tocar el tema de las fotografías, además, ya habían llegado más clientes de turno y se mostraba bastante ocupada como para que yo la hiciera perder tiempo.

Volví al cuarto, al pasar por la administración me saludó un morocho como de compromiso, quien había tomado el relevo de Marisa para el turno nocturno, mientras una parejita de jovencitos adolescentes esperaba avergonzados a un costado que le dieran las lleves de un cuarto para hacer el amor, me reí por dentro, pero necesitaba descansar, tendría un largo día por delante para hacer unos trabajos de manteniendo de rutina.

Me levanté temprano, me dolían todos los huesos por la incomodidad de la cama y me preparé unos mates mientras leía por arriba las noticias en mi celular, me cambié, tomé mis cosas y bajé por mi coche.
La conocería minutos más tarde, al bajar por las escaleras y pasar otra vez por la administración, estaba de espaldas acomodando unos papeles, detrás del mostrador, divisé un pullover rojo furioso que hacía juego con el negro reluciente de sus cabellos, no pude ver mucho más, solo adivinar una mujer de bastante estatura.
Ella giró y tuvimos nuestro primer encuentro cara a cara, y noté que era ella, la chica del cuadro, y si bien esos bosquejos hacen ver a una mujer como una bomba sexual, lo cierto que ella en verdad, se mostraba muy atractiva, con ese rostro alargado, que ahora, mostraba varias arrugas típicas de una cincuentona, y era notoria la forma en que sus enormes pechos se marcaban bajo ese pullover de media estación.

Solo la miré, en silencio, como un tonto, con el bosquejo en la cabeza, al punto que ella se sonrió extrañada por mi pasividad, se presentó como Noelia, o simplemente Noe, como todos la llamaban, era una de las dueñas de El Candelabro.
Le hablé tartamudeando, como un tonto, situación nerviosa que siempre me delataba cuando una chica me gustaba y ella trató de contener una carcajada para no sonar grosera.
Hablamos un poco, cruzamos palabras y de repente solo quise saber más de su historia, de su pasado y me llevarían los próximos dos meses días de estadía entender cómo se entrelazaban las piezas en ese juego que me quitaba el sueño

El Candelabro había nacido como una ilusión de empresa familiar, de alto vuelo, pero con el correr del tiempo, desavenencias entre parientes, malas administraciones y malas decisiones lo habían llevado a ser casi una pocilga inhabitable, Marisa, Noelia y otra mujer llamada Roxana eran las que habían quedado al frente y seguían con el negocio, luchando contra viento y marea, pero poco a poco naufragaban entre deudas que las asfixiaban.
La chica que me había atendido esa primera noche en el barcito, Karen, era la hija de Noe como lo había sospechado, tenía el mismo rostro y las mismas tetas, y mucha información la había obtenido de sus labios.
Noelia, al igual que yo, era divorciada y estaba desencantada del sexo opuesto, no quería saber nada de hombres, la habían herido y ya no esperaba mucho del amor.

Pero me las arreglé para cruzar palabras, sonrisas, intereses, y cada vez que la imagen de esa mujer se cruzaba por mi cabeza sentía palpitar mi corazón y un cosquilleo entre mis piernas.
Tuve una idea, una tarde reuní a las tres socias, Noe, Roxana y Marisa, aunque yo solo lo hacía por la primera, una propuesta de ganar y ganar, yo podía modernizar un poco la fachada de ese lugar, era mi oficio, y tan solo podíamos empezar por una habitación como muestra, tenía contactos donde conseguir los materiales a un precio muy acomodado y a cambio yo solo pediría no abonar mi mensualidad de alquiler, una propuesta demasiado generosa a no ser que venga de un tonto que se estaba enamorando.
Ellas lo evaluaron, es que su economía estaba tan mal que ni siquiera daba para pagar materiales a precio acomodado, pero fue arrojar una moneda al aire, para ver si caía del lado de la fortuna.

Me puse manos a la obra, me dieron un pequeño cuarto al fondo y después de calcular centavo a centavo en tres meses tenía al fin algo decente que mostrar, los pisos habían sido pulidos, los techos actualizados, las paredes repintadas y los muebles modernizados, nuevos colchones, instalación eléctrica y toda la parte de agua caliente para el baño, una limpieza pulcra y enfermiza y cuando todo estuvo acabado me senté a contemplar mi obra maestra.
Y en todo ese tiempo no dejé de ser galán con Noe, y ella solo fue receptiva y cómplice

Esa mañana, Noe lucía una remera negra mangas largas muy ajustada al cuerpo, le marcaba exageradamente esas tetas hermosas que cargaba, una pollera al tono a media pierna y unas botas en gamuza muy sexis que llegaba a sus rodillas, estaba radiante a mis ojos, especialmente hermosa, fuimos por un café al bar, nos sentamos a una mesa y hablamos de todo un poco, y solo saqué el tema del cuadro, de la caricatura, un tanto avergonzada me dijo que había sido creación de un ex, es que se veía una tanto pornográfica, pero con modestia femenina, me dijo que esas curvas eran exageradas, muy lejos de su realidad, pero yo, con piropos masculinos la contradije, haciéndole saber que a mis ojos era muy real, y que solo hablaban muy bien de una mujer realmente hermosa.
Tome sus manos entre las mías y nuestras miradas se cruzaron en un tiempo indefinido, hasta que ella, las retiró y dijo

Bien, me enseñas el cuarto? estoy ansiosa…

Su hija, al otro lado de la barra, había sido testigo involuntario de lo ocurrido, de la charla, de las miradas, y antes de dejar el lugar, ella con una sonrisa pícara me hizo un guiño de ojos, como asumiendo que su madre estaba interesada en mí y que ella aprobaba esa relación.
Fuimos al fondo, por razones obvias de mi interés personal elegí a Noe para que sea la primera en atravesar la puerta de ingreso después de días de trabajos secretos
Ella entró y yo cerré la puerta tras nuestros pasos, la cara de Noelia estaba transformada en alegrías y asombros, no podía dar crédito al cambio, y mientras ella recorría con su vista cada detalle del cuarto, yo recorría con mi vista cada detalle de su cuerpo.

Me embriagué con su perfume, y en un rapto de locura, cuando pasó demasiado cerca solo la tomé por la cintura y la arrastré a mi lado, la apreté y sentí esas enormes tetas clavarse en mi pecho, ella me miró fijamente sin emitir palabra, tal vez sorprendida, tal vez con un deseo correspondido, la noté agitada, y un marcado silencio invadió el cuarto.
Busqué sus labios con los míos y nos fundimos en un beso interminable, y sentí como ella se deshacía entre mis brazos, y a ese beso siguió otro, y otro, y otro más, entonces me dijo

Que tan bueno será el nuevo colchón? deberíamos probarlo

Yo me reí y dejé que ella se sentara y se recostara sobre la pared de fondo, se levantó esa remera dejando a la vista sus enormes pechos, como dos pelotas se mostraban contenidos bajo un sostén de encaje, parecían explotar en cualquier momento y solo le dije

Hija de puta! que hermosas tetas que tenes!

Ella respondió el halago con una sonrisa, se levantó la pollera a la cintura y se desnudó su sexo dejando la ropa interior a un lado, unas sensuales medias de nylon que yo no había advertido cubrían sus muslos y entre sus piernas abiertas pude llenarme la vista con su entrada al pecado rasurada por completo, grabé esos segundos en mis retinas, esa imagen de mujer perfecta, semidesnuda, madura, segura de lo que deseaba, erótica y solo me arrastré a su lado
Volví a llenar su boca con mi lengua y no tardé en bajar a sus tetas, las mejores tetas que viera en mis cuarenta años de vida, empecé a mordisquearlas con mucha dulzura y mis grandes manos no alcanzaban a acapararlas, sus pezones se mostraban excitados bajo la tela transparente del sostén y ella apretaba mi cabeza entre ellos, para que se los comiera por completo y entonces, llevé mis dedos entre sus piernas que se abrieron naturalmente para permitir mi avance.

La fui desnudando y mis besos bajaron por su vientre, y llegaron a su sexo, suave, dulce, con sabor a amor, le comí la enorme conchita abierta como una flor, y volví a sus tetas, a sus boca, y bajé nuevamente, acaricié sus nalgas, sus piernas y quería todo, que nada escapara del juego y que todo fuera perfecto
Desnudé mi pija y se la metí toda, hasta el fondo y ella empezó a jadear de esa manera tan rica que jadean las mujeres regalando placer, mordiéndose los labios, con sus ojos cerrados, con sus tetas aprisionadas bajo mi pecho, con sus piernas abiertas, con una mano acariciaba mis bolas, con la otra aprisionaba con fuerzas y rítmicamente su clítoris, buscando más orgasmos.

La puse en cuatro patas sobre el colchón, me acomodé tras ella y volví a metérsela por completo para moverme en su interior, me llene las manos con su cintura y con sus nalgas, su esfínter estaba enorme y eso me excitaba demasiado, ensalivé mi pulgar y se lo colé por detrás sin inconvenientes, y sentía en mi dedo el entrar y salir de mi verga por su conchita, ella gemía y empujaba con fuerzas en contra mío, para hacer la penetración bien profunda.
De repente, ella cambió, se sentó en la cama nuevamente y empezó a chupármela muy rico, muy profundo, lo hacía muy bien y parecía arrancármela, me basaba las bolas, me miraba a los ojos y solo no podía
Me sentí venir, le dije que era lo que deseaba y ella solo me dio el gusto, mi leche caliente saltó disparada sobre sus tetas, la izquierda, la derecha, a un lado, al otro, pasó mi glande caliente por sus pezones y todo fue solo glorioso

Cuando terminamos, ella tomó parte de las sábanas de la cama y se limpió los pechos y los restos de semen que había en su cuerpo, y en una forma muy profesional, en silencio, volvió a colocarse sus prendas, mirando cada detalle de su cuerpo, para verse perfecta, como siempre se veía.
Nos arreglamos, acomodamos todo y todo se terminó por ese día
Y nos transformamos en amantes, como adolescentes, como tontos, y cada vez que podíamos hacíamos el amor a escondidas.
Seguimos así casi por dos años, una a una iba arreglando las habitaciones, y Noe se había transformado en el motor que movía mi vida, fui feliz en ese tiempo, y en mis planes idealizaba una nueva pareja, mi ex, Natalia, estaba al tanto, se alegraba por mi, y pensaba que tal vez Noelia y mis hijos deberían conocerse, Karen, la hija de Noe, la chica de la barra del bufet, me tenía aprecio y veía con buenos ojos la nueva relación de su madre conmigo, incluso me era confidente y actuaba como mi cómplice en temas de amor a espaldas de su mamá.

Pero Noelia jamás daría el paso, el amor la había lastimado demasiado en el pasado y ya no estaba dispuesta a jugarse por nadie, ya no querría a un hombre todas las noches en su cama, podía entregarme su sexualidad, pero jamás su corazón.
Estábamos atrapados en un camino sin salida porque el futuro que yo idealizaba no era el mismo que ella tenía en mente, y tal vez solo el destino me estuviera advirtiendo, y cuando esa noche tuve terribles pesadillas con Judith, el pasado volvió a mi, y supe que era hora de partir por nuevos caminos.
Noe lo aceptó incluso haciendo el amor como despedida.

Me despedí de todos los conocidos, fui al bar antes de dejar El Candelabro, la hija de Noe me sirvió la última copa, su rostro estaba triste y me dijo que me echaría de menos, se había acostumbrado a mi presencia y me agradecía todo lo que había hecho por el lugar, y por su madre, que hacía tiempo que no la veía tan feliz.
Me encogí de hombros como diciendo ‘hice todo lo que pude’
Fui a la pared de los cuadros, a verla por última vez, tomé la caricatura entre mis manos, sacándola del lugar donde siempre descansaba, pasé los dedos por el contorno, y solo la guardé en mi bolso, entre mis prendas, Karen que observaba todo me hizo una guiñada, como solía hacerme y solo dejé atrás esa parte de mi vida, ese lugar, y ese amor que no fue posiible.

 

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