Cielo es iniciada por curas sátiros I

La inocencia fue seducida por, quien la llevó por un oscuro camino de placer prohibido y pecaminoso. Una historia de deseo y manipulación.

Cielo , era el nombre de una preciosidad de figura perfecta. No obstante, su juventud, sus dulces encantos en capullo empezaban ya a adquirir proporciones como las que placen al sexo opuesto. Su rostro acusaba una candidez encantadora; su aliento era suave como los perfumes de Arabia, y su piel parecía de terciopelo. Cielo sabía desde luego, cuáles eran sus encantos, y erguía su cabeza con tanto orgullo y coquetería como solo pudiera hacerlo una reina, y como si todo esto no fuera suficiente, por su sangre corría el fuego del Mediterráneo, pues debido a sus raíces familiares, esta chica tenía un marcado, pero sensual acento europeo con cuya fina gracia cautivaba y divertía, hasta con la más insípida conversación. No resultaba difícil ver que despertaba admiración al observar las miradas de anhelo y lujuria que le dirigían los jóvenes, y en no pocas ocasiones, también los hombres ya maduros. En el exterior del templo religioso al que asistía no había hombre que no volteara discretamente a mirar tan increíble silueta, manifestaciones que hablaban mejor que mil palabras de que mirarla era un verdadero regalo para los ojos masculinos.
Sin embargo, ella no prestaba la menor atención a lo que evidentemente era un suceso de todos los días, la damita se encaminó hacia su hogar, en compañía de su tía, y al llegar a su pulcra y elegante morada se dirigió rápidamente a su alcoba. En el interior la jovencita encendió su computadora para ver sus correos, y con el corazón acelerado abrió con urgencia aquel que le interesaba, “Esta tarde a las seis, solo podré estar diez minutos en el colegio”, eran las únicas palabras escritas en el correo, pero al parecer tenían un particular interés para ella, puesto que se mantuvo en la misma postura por algún tiempo en actitud pensativa, como si su mente buscara mil interpretaciones o mensajes ocultos en esas escasas frases.
Enseguida, Cielo se vistió con meticulosa atención, procurándose la ropa y los arreglos más insinuantes que tenía. Enfundada en unos ajustados y sensuales jeans de fina mezclilla que hacían resaltar al máximo sus encantos femeninos, en combinación con una estilizada playera de manga larga que se plegaba como piel a su diafragma mostrando la forma de sus senos, salió al jardín que rodeaba la casa donde moraba para que nadie la viera salir.
Sin embargo, ella no prestaba la menor atención a lo que evidentemente era un suceso de todos los días, la damita se encaminó hacia su hogar, en compañía de su tía, y al llegar a su pulcra y elegante morada se dirigió rápidamente a su alcoba. En el interior la jovencita encendió su computadora para ver sus correos, y con el corazón acelerado abrió con urgencia aquel que le interesaba, “Esta tarde a las seis, solo podré estar diez minutos en el colegio”, eran las únicas palabras escritas en el correo, pero al parecer tenían un particular interés para ella, puesto que se mantuvo en la misma postura por algún tiempo en actitud pensativa, como si su mente buscara mil interpretaciones o mensajes ocultos en esas escasas frases.
Enseguida, Cielo se vistió con meticulosa atención, procurándose la ropa y los arreglos más insinuantes que tenía. Enfundada en unos ajustados y sensuales jeans de fina mezclilla que hacían resaltar al máximo sus encantos femeninos, en combinación con una estilizada playera de manga larga que se plegaba como piel a su diafragma mostrando la forma de sus senos, salió al jardín que rodeaba la casa donde moraba para que nadie la viera salir.
Montó su bicicleta y al llegar al extremo de una larga y tranquila avenida la muchacha se sentó en una banca rústica del parque frente al colegio, y esperó la llegada de la persona con la que tenía que encontrarse.
No pasaron más de cinco minutos antes de que un coche se estacionara en la puerta del colegio, del interior salió un apuesto caballero, muy maduro, de unos cuarenta y tantos años, pero con una apariencia tan varonil y seductora como la de ciertos galanes de cine. Entró al colegio donde las actividades vespertinas estaban por terminar. Casi de inmediato Cielo encamino sus pasos rumbo al colegio. El caballero era uno de sus maestros que había quedado de entregarle una guía de estudios para un curso de verano. En verdad Cielo no estaba interesada en tal estudio, lo único que quería era platicar con él, Cielo estaba fascinada con ese hombre que dicho sea de paso, guardaba cierto parecido con su Tío, en cuya casa vivía, pero a diferencia de su maestro, su tío era una persona de semblante amargado, que jamás sonreía, viviendo siempre al cuidado de su enfermiza esposa, nunca lo veía divertirse o salir a pasear.
En cuanto llegó al despacho de su maestro, se entabló una conversación sobre la metodología del curso que la linda muchacha escuchaba con los ojos encendidos sin poner la mínima atención al contenido de la misma, terminada la cual su maestro le dijo:
— Así que ¿a cuál escogerías tu Cielo ? — Preguntó su maestro.
Casi suspirando, Cielo contestó sin pensar con su acostumbrado acento europeo:
— ¡A Usted Claro!
Pero viendo que su maestro dirigió su mirada hacía ella con extrañeza, Cielo corrigió.
— ¡He!, ¡Perdón!… quise decir… ¡Más bien! Creo que estoy de acuerdo con lo último, ¡si!… eso es.
Sin estar muy convencido con la respuesta, su maestro cerró la carpeta de la guía escolar y se la entregó a Cielo diciéndole.
— ¡Bien!, pues aquí tienes lo que pediste, yo debo retirarme, tengo un compromiso para el que ya estoy retrasado, si tienes alguna otra duda…
El ritmo de la respiración de Cielo se apresuró ante tal noticia, sabía bien que no lo volvería a ver hasta después de las vacaciones, y apresurándose le salió al paso, bloqueando la puerta de salida con su espalda para decirle:
— ¡Espera Giovanni!… ¡Digo! ! Perdón! ! ¡Quise decir!… ¡Maestro!… Hay algo que quería pedirle. Supe que en unos días va a viajar a Vancouver para participar en una conferencia, y que será un viaje corto al que asistirá solo por una semana, y pues… verá, yo he querido viajar a ese lugar para practicar el idioma… pero, no encuentro quien conozca ese lugar y domine el idioma tan bien como usted. Así que, yo quería saber si… Usted… y yo… — Nerviosa por no poder cerrar la idea le dijo abiertamente — ¡Podríamos tomar vuelos separados!
Habiendo captado a la perfección las intenciones de la joven, el Maestro se sentó momentáneamente en su escritorio para responder a su aparentemente ingenioso plan.
— ¡Cielo !… Cielo Cielo , ojalá hubiera tenido yo una propuesta así cuando era un joven estudiante de lentes, que siempre pasaba desapercibido y cuya compañía nadie necesitaba. Ahora soy un hombre felizmente casado, con familia e hijos. Lo que tú quieres, daría pie a malos entendidos, y poner en riesgo mi trabajo y mi familia sería lo último que yo haría. Mi mejor consejo es que consigas un grupo de amigos de tu edad que quieran viajar, y desde luego… ¿por qué no incluir en tu grupo a aquel que siempre quiere acercarse, y no lo hace porque siempre lo rechazan?… tal vez te lleves una sorpresa cuando lo conozcas mejor.
Cielo ella había comprendido a la perfección la postura de su Maestro, y decepcionada consigo misma, no solo por haber fallado en su intento, sino porque se había dado cuenta de que era tan egoísta que jamás pensaba en los demás, incluidos como bien le dijo su Maestro, todos aquellos que en apariencia calificaran con menos de “Pavo Real”.
La entrevista terminó, y Cielo se retiró pensativa y triste, no podía creer que existiera alguien que la rechazara, ni que le dijera tantas verdades en tan pocas frases, pero si algo había obtenido de ese encuentro era la manera de redireccionar la búsqueda del amor que tanta falta le hacía a su corta edad. — “Si Giovanni no me quiso iniciar en el mundo del amor, buscaré y encontraré la experiencia que quiero” — Se decía a si misma.
Esa noche, ella estaba sola en su casa por ausencia de sus tíos, que debieron salir a visitar familiares a otra ciudad, y estando en su habitación, sacó de su librero un libro negro que hacía días había estado leyendo, en su portada con letras herrumbrosas había un título en letras hebreas, luego una mención de lo que aparentemente era el nombre del autor en español, una sola palabra que para un conocedor lo dice todo: “Abramelin”. Tras leer un rato, salió al jardín que estaba frente a su recamara, y a la luz de una luna llena, trazó en el suelo un pentagrama con una de sus puntas apuntando hacia el norte, colocó una vela en el centro y se sentó en el interior del dibujo en la posición usada en yoga. Cerró sus ojos y empezó una oración que en otros tiempos hubiera sido una sentencia de muerte para quien la practicara.
— ¡Santos espíritus! que rodean este pentagrama y que son atraídos por el fuego de mi cuerpo, huestes angélicas y arcangélicas que traen a la realidad los deseos y los sueños, criaturas de la noche que sirven a los durmientes, ¡Os Invoco para servirme como servís a vuestros amos!, yo que soy el deseo y la fantasía de quienes me admiran, deseo traer a la realidad y para mi disfrute lo que mi condición merece, ¡Quiero Disfrutar Por Completo de Todas Las Posibilidades de la Naturaleza de mi Ser! ¡Quiero Tener la Experiencia Sexual más Fantástica Jamás Vivida por Mujer Alguna! — Y pese a las advertencias del autor de ese libro, articuló con palabras el ilegible e impronunciable nombre del demonio del placer, para después gritar a la luz de la luna. — ¡Quiero Sentir Aquí y Ahora la Iniciación con la que una Bruja Goza por Primera Vez!…
Mientras pronunciaba esto, Cielo sentía que la sangre que circulaba por sus venas le hacía unas cosquillas tan terribles que aceleraron su respiración y la obligaron a interrumpir su invocación, y casi como poseída tomó la vela y elevándola derramó sobre su desnudo cuerpo la cera que se derretía, excitándose notoriamente con la sensación del calor sobre su piel, que la hacía arquear su espalda y ondular su cuerpo. Unos instantes después la jovencita apagaba la vela contra su piel encaminándola hacia su todavía más ardiente sexo, para ejecutar una masturbación tan lujuriosa que ella misma se sorprendía de tan extraña e inusual actitud. Un apagado gemido de lujuria semejante al del dolor escapó de los labios entreabiertos de Cielo , al sentir en sus entrañas el explosivo llamado del placer, derrumbándose hasta quedar con su espalda en el piso, donde quedó tendida y con los ojos cerrados, con una expresión facial semejante a la del llanto. Era la primera vez que Cielo se masturbaba, y la emoción experimentada por su cuerpo era tal que había quedado como muerta. El grito ahogado en forma de gemido fue la señal para una interrupción tan repentina como inesperada. De entre las ramas de los arbustos próximos se coló la siniestra figura de un hombre que vestía hábitos clericales, y se situó delante de ella.
El horror heló la sangre en sus venas, y con un esfuerzo por mantenerse oculta, retrocedió ante la aparición, como quien huye de una espantosa serpiente. La luz de la luna descubrió la figura de un hombre de aproximadamente cuarenta y cinco años, bajo, robusto y más bien corpulento.
Era el Padre Ambrosio, que sabedor del viaje de sus tíos, gentilmente había acudido a esa casa para revisar que todo estuviera en orden. Su rostro, francamente hermoso, resultaba todavía más atractivo por efecto de un par de ojos brillantes que, negros como el azabache, lanzaban en torno a ella adustas miradas de reclamo y resentimiento, cuyo sombrío aspecto y limpieza hacían resaltar todavía más sus notables proporciones musculares y su sorprendente fisonomía. Traía en su mano una cámara de video encendida, con la que había estado filmando todo su “mágico ritual”.
Cielo , tan pronto como advirtió la presencia del eclesiástico cubrió su sexo con una mano y sus senos con la otra, encogiéndose en el suelo que había sido mudo testigo de su goce, e incapaz de emitir sonido alguno a causa del temor, se dispuso a esperar la tormenta que sin duda iba a desatarse, para enfrentarse, a ella con toda la presencia de ánimo de que era capaz.
No se prolongó mucho su incertidumbre. El recién llegado tomó a la jovencita por el brazo, mientras con una dura mirada de autoridad le ordenaba que pusiera orden en su escasa vestimenta.
— ¡Muchacha imprudente! — murmuró entre dientes —. ¿Qué es lo que has hecho? ¿Hasta qué extremos te ha arrastrado tu pasión loca y salvaje? ¿Cómo podrás enfrentarte a la ira de tu ofendido tutor cuando vea este video? ¿Cómo apaciguarás su justo resentimiento cuando yo, en el ejercicio de mi deber moral, le haga saber los denigrantes actos al los que se entrega su única hija? — Manteniéndola todavía sujeta por la muñeca, continuó.
— ¡Infeliz muchacha!, sólo puedo expresarte mi máximo horror y mí justa indignación. Olvidándote de los preceptos de nuestra santa madre iglesia, y sin importarte el honor, te has entregado a esta perversa y degradante práctica de brujería que desató en ti el disfrute de la fruta prohibida. ¿Qué te queda ahora? Escarnecida por tus amigos y arrojada del hogar de tu tío, tendrás que asociarte con las bestias del campo, y. como Nabucodonosor, serás eludida por los tuyos para evitar la contaminación, y tendrás que implorar por los caminos del Señor un miserable sustento. ¡Ah, hija del pecado, criatura entregada a la lujuria y a Satán! Yo te digo que…
El extraño había ido tan lejos en su amonestación a la infortunada muchacha, que Cielo , abandonando su actitud encogida y arrodillándose, clavó su rostro en lágrimas en las piernas del indignado sacerdote suplicando perdón.
— ¡No digas más! — Siguió el fiero sacerdote. — No digas más. Las confesiones no son válidas, y las humillaciones sólo añaden lodo a tu ofensa. Mi mente no acierta a concretar cuál será mi obligación en este sucio asunto, pero si obedeciera los dictados de mis actuales inclinaciones, encaminaría mis pasos directamente hacia tus custodios naturales para hacerles saber de inmediato las infamias que por azar he descubierto.
— ¡Piedad padrecito! ¡Compadeceos de mí! — Suplicó Cielo , cuyas lágrimas se deslizaban por unas mejillas que hacía poco habían resplandecido de placer.
— ¡Perdonadme! padre ¡Perdonadme! Haré cuanto esté en mis manos como penitencia. Se dirán seis misas y muchos padrenuestros sufragados por mí, Se emprenderá sin duda la peregrinación al sepulcro de San Engolfo, del que me hablabais el otro día. Estoy dispuesta a cualquier sacrificio si me perdonáis.
El sacerdote impuso silencio con un ademán.
— ¡Basta! — Dijo el padre. — Necesito tiempo. Necesito invocar la ayuda de la Virgen bendita, que no conoce el pecado. Pasa a verme mañana a la sacristía, Cielo . Allí, en el recinto adecuado, te revelaré cuál castigo corresponde a tu horrible pecado, para ello habré de consultar esta misma noche los libros sagrados, que me han de revelar la divina voluntad, y solo en caso de que exista una solución adecuada a tu falta, muy a mi pesar habré de callar lo que esta noche he visto.
Miles de gracias surgieron de la garganta de Cielo cuando el padre le advirtió que debía marcharse ya a su dormitorio.
— ¡Y borra de tu cara esa expresión de felicidad!, que no te he prometido nada. Solo te aclaro que, por esta noche, y solo por esta noche, vuestro secreto estará a salvo conmigo, y hasta que nos volvamos a ver, te informaré de mi decisión final. — Dijo el padre antes de partir.
(Olor a tranquilo claustro de convento, te reto a que pruebes el poder de mi deseo)
Lo que para una jovencita inició como un interesante juego, en manos equivocadas abre una puerta que no puede ser cerrada. La invocación de fuerzas tenebrosas del orden natural, no es cosa gratis, la misma física nos enseña que todo resultado requiere un trabajo. Así mismo toda ganancia obtenida a través de este medio, define un precio. En verdad va a pasar mucho tiempo, antes de que la ciencia demuestre que todo existe en función del marco de referencia del observador, en alusión a que todo está en la mente, y de que por cada una las representaciones angélicas y arcangélicas, que no son otra cosa que un símbolo mental con el que vemos solo lo que podemos entender de esa fuerza, existe la contraparte dimensional que la equilibra en el llamado lado oscuro, para que ambas puedan existir en nuestra mente bipolar, cada una de las cuales, en su propio sentido, tienen nombres, dominios, niveles, y jerarquías, que van desde lo humano hasta lo divino, viendo hacia arriba, y desde lo humano hasta lo innombrable, viendo hacia abajo, según la representación de algo tan antiguo y misterioso, que se pierde en la noche de los tiempos: La Cábala.
A partir de este momento y durante todo el recorrido de esta lectura, el costo de las claves referidas, que hicieron posible el descenso del indefinible poder de la sensualidad, presumiblemente podría alcanzar incluso al lector de esta obra. Tenga cuidado con lo que siente y con lo que desea, pero sobre todo, con cual personaje se identifica, porque todo existe en el plano del gran manifestado, la nada absoluta dirían los físicos, donde no hay materia, tiempo, ni espacio, y donde todo tuvo su origen, y aún se encuentra en expansión.
Con paso incierto y con la mirada fija en el suelo, la asustada muchacha se presentó ante la puerta de aquella sacristía y llamó.
La puerta se abrió y apareció el padre en el umbral.
A un signo del sacerdote Cielo entró, permaneciendo de pie frente a la imponente figura del santo varón.
. Siguió un embarazoso silencio que se prolongó por algunos segundos en los que el padre Ambrosio con su severo e inexpresivo rostro acomodaba algunos documentos, para luego quedar pensativo y silencioso, mientras daba la impresión de que en cualquier momento le comunicaría la peor noticia que ella no quería oír, finalmente rompió el silencio para decir:
— Has hecho bien en acudir tan puntualmente, hija mía. La estricta obediencia del penitente es el primer signo espiritual del arrepentimiento que conduce al perdón divino.
Al oír aquellas bondadosas palabras Cielo recobró el aliento y pareció descargarse de un peso que oprimía su corazón.
El padre Ambrosio siguió hablando, al tiempo que se sentaba sobre un largo cojín que cubría una gran arca de roble.
— He pensado mucho en ti, y también rogado por cuenta tuya, hija mía. Durante algún tiempo no encontré manera alguna de dejar a mi conciencia libre de culpa, salvo la de acudir a tu protector natural para revelarle el espantoso secreto que involuntariamente llegué a poseer.
Hizo una pausa, y Cielo , que sabía muy bien el severo carácter de su tío, de quien además dependía por completo, se echó a temblar al oír tales palabras.
Y tomándola de la mano al sentarse y atrayéndola de manera que tuvo que arrodillarse ante él, mientras su mano derecha presionaba su bien torneado hombro, continuó el padre:
— Pero me dolía pensar en los espantosos resultados que hubieran seguido a tal revelación, y pedí a la Virgen Santísima que me asistiera en tal tribulación. Ella me señaló un camino que, al propio tiempo que sirve a las finalidades de la sagrada iglesia, evita las consecuencias que acarrearía el que el hecho llegase a conocimiento de tu tío. Sin embargo, la primera condición necesaria para que podamos seguir este camino es la obediencia absoluta.
Cielo , aliviada de su angustia al oír que había un camino de salvación, prometió en el acto obedecer ciegamente las órdenes de su padre espiritual.
La jovencita estaba arrodillada a sus pies. El padre Ambrosio inclinó su gran cabeza sobre la postrada figura de ella. Un tinte de color enrojecía sus mejillas, y un fuego extraño iluminaba sus ojos. Las manos del buen padre temblaban ligeramente cuando se apoyaron sobre los hombros de su Cielo penitente, oprimiendo con cariñosa suavidad esas increíbles formas. Por sus confesiones, el astuto sacerdote sabía bien que este era uno de esos días en que Cielo se excitaba con el mínimo tocamiento de un hombre y esos lindos pezones brincaban como botones de primavera, lo cual en su momento sería aprovechado hasta la infamia, sin embargo, Ambrosio no perdió su compostura y con gran suavidad la atrajo con un cariñoso abrazo con el que la cabeza de Cielo quedó pegada a su pecho. Indudablemente el espíritu de ese sacerdote estaba conturbado por el conflicto nacido de la necesidad de seguir adelante con el cumplimiento estricto de su deber, y los tortuosos pasos con los que debía describir la cruel expiación con la que su joven penitente se libraría de lo que tanto temía.
El santo padre comenzó luego un largo sermón sobre la virtud de la obediencia, y de la absoluta sumisión a las normas dictadas por el ministro de la santa iglesia.
Cielo reiteró la seguridad de que sería muy paciente, y de que obedecería todo cuanto se le ordenara.
Entretanto resultaba evidente que el sacerdote era víctima de un espíritu controlado pero rebelde, que a veces asomaba en su persona y se apoderaba totalmente de ella, reflejándose en sus ojos centelleantes y sus apasionados y ardientes labios.
El padre Ambrosio atrajo más y más a su hermosa penitente, hasta que sus lindos brazos descansaron sobre sus rodillas y su rostro se inclinó hacia abajo con piadosa resignación, casi sumido entre sus manos.
— Y ahora, hija mía —siguió diciendo el santo varón. — Ha llegado el momento de que te revele los medios que me han sido señalados por la Virgen bendita como los únicos que me autorizan a absolverte de la ofensa que pesa en tu alma. Hay espíritus a quienes se ha confiado el alivio de aquellas pasiones y exigencias naturales que la mayoría de los siervos de la iglesia tienen, y que les es prohibido practicar, pero que sin duda necesitan satisfacer. Se encuentran estos pocos elegidos entre aquellos que ya han seguido el camino del desahogo carnal. A ellos se les confiere el solemne y sagrado deber de atenuar los deseos terrenales de nuestra comunidad religiosa, dentro del más estricto secreto.
Con voz temblorosa por la emoción, y al tiempo que sus amplias manos descendían de los hombros de la muchacha hasta su cintura, tomándola a modo de abrazo el padre susurró a su oído, como hablando en secreto:
— Para ti, que ya probaste el ilegitimo y prohibido placer de la masturbación, está indicado el recurso de este sagrado oficio. De esta manera no sólo te será borrado y perdonado el aberrante pecado que ya cometiste, sino que se te permitirá disfrutar legítimamente de esos deliciosos éxtasis, de esas insuperables sensaciones de dicha arrobadora que solo es correcto que la sientas cuando es provocada por los fieles servidores de la iglesia. Nadarás en un mar de placeres sensuales, sin incurrir en las penalidades resultantes de los amores ilícitos. La absolución seguirá a cada uno de los abandonos de tu dulce cuerpo para recompensar a la iglesia a través de sus ministros, y serás premiada y sostenida en tu piadosa labor a través de la contemplación, o mejor dicho, de la participación de las intensas y fervientes emociones que el delicioso disfrute de tu hermoso cuerpo tiene que provocar también en nosotros, nunca más tendrás necesidad de masturbarte hija mía, pues de aquí en adelante debes dejar que esa juvenil necesidad que quema tu cuerpo, quede a cargo de este servidor de Dios, que en esa forma impedirá que caigas en el pecado de hacerlo tu misma.
Cielo oyó la insidiosa proposición con sentimientos mezclados de sorpresa y placer.
Los poderosos y lascivos impulsos de su ardiente naturaleza despertaron en el acto ante la descripción ofrecida a su fértil imaginación. ¿Cómo dudar ante ésas clarísimas afirmaciones? ¿Una masturbación?, pero hecha por el propio padre Ambrosio, la mente de Cielo en ese momento estaba convertida un torbellino de imágenes y de preguntas que no se atrevía a hacer.
El piadoso sacerdote acercó su complaciente cuerpo hacia ella, y estampó un largo y cálido beso en sus rosados labios.
— Madre Santa —murmuró Cielo , sintiendo cada vez más excitados sus instintos sexuales—. ¡Esto!… Yo quisiera… me pregunto… ¡no sé qué decir!
— Inocente y dulce criatura. Es misión mía la de instruirte. En mi persona encontrarás el mejor y más apto preceptor para la realización de los ejercicios que de hoy en adelante tendrás que llevar a cabo.
El padre Ambrosio cambió de postura. En aquel momento Cielo advirtió por vez primera su ardiente mirada de sensualidad, y casi le causó temor descubrirla.
También fue en aquel instante cuando se dio cuenta de la enorme protuberancia que descollaba haciendo presión en la parte frontal de la sotana del santo padre, algo que ella siempre había visto en cuanto un caballero hacía contacto con su cuerpo y que en más de una ocasión los veía hacer esfuerzos por disimular esa embarazosa situación. Pero a diferencia de ellos, el excitado sacerdote apenas se tomaba el trabajo de disimular su estado y sus intenciones.
Es hora de que descorramos el velo que cubre el verdadero carácter de este hombre. Lo hago respetuosamente, pero la verdad debe ser dicha. El padre Ambrosio era la personificación viviente de la lujuria. Su mente estaba en realidad entregada a satisfacerla, y sus fuertes instintos animales, su ardiente y vigorosa constitución, al igual que su indomable naturaleza, lo identificaba con la imagen física y mental del sátiro de la antigüedad.
El padre Ambrosio era de los contados hombres capaces de controlar sus instintos pasionales en circunstancias como las presentes. Continuos hábitos de paciencia en espera de alcanzar los objetos propuestos, el empleo de la tenacidad en todos sus actos, y la cautela convencional propia de la orden a la que pertenecía, no se habían borrado por completo no obstante su temperamento fogoso, y aunque de natural incompatible con la vocación sacerdotal, y de deseos tan violentos que caían fuera de lo común, había aprendido a controlar sus pasiones hasta la mortificación.
Pero Cielo sólo lo conocía como el padre santo que no sólo le había perdonado su grave delito, sino que le habla también abierto el camino por el que podía dirigirse, sin pecado, a gozar de los placeres que tan firmemente tenía fijos en su juvenil imaginación.
Pronto atrajo hacia él a la hermosa muchacha y la estrechó entre sus brazos, luego la besó larga y apasionadamente. Apretó el suave cuerpo de ella contra su robusto cuerpo, y apretó su dorso para entrar en contacto cada vez más íntimo con su grácil figura haciéndola que levantara la cara y echara la cabeza hacia atrás para dejar expuesto su hermoso y largo cuello al libidinoso y desenfrenado besuqueo que el santo varón aplicaba con el ansia de un presidiario, mientras la joven se mantenía inmóvil y con los brazos caídos, sin embargo el buen padre quería probar el aguante de su víctima en una forma que no dejara duda de su completa obediencia, para esto la soltó y la hizo girar su cuerpo hasta quedar de espaldas a ella, y de nuevo la volvió a abrazar rodeando la breve cintura de su rendida penitente para hacerla sentir la presión de su potencia en esas redondeces por las que tanta atracción sentía. El Padre continuó apretándola, cargándola, tallándola, haciéndola inclinare para luego estirarle los brazos como si fueran riendas, manteniendo en todo momento ese increíble nalgatorio en contacto continuo con su incontrolable protuberancia masculina sin que la joven opusiera la menor resistencia o emitiera la mínima protesta, ni siquiera cuando pasó sus velludas manos bajo su blusa para tomarla por los senos iniciando una impúdica exploración que la hacía retorcerse de placer, todas esas posiciones en que la agasajaba no eran otra cosa que emulaciones de las formas en que llegado el momento tendría que rendirle servicio a los degenerados e incontrolables apetitos del lujurioso sacerdote.
Levantándose rápidamente alzó el ligero cuerpo de la joven Cielo , y colocándola sobre el cojín en el que estuvo sentado él momentos antes, la colocó de espaldas y desató su ropa como si fuera un regalo que urge ver, y cuando la femenina ropa estuvo lo suficientemente desatada, contempló por un instante el increíble cuerpo de Cielo , era una combinación de frágil modelo con el radiante tono muscular de una aguerrida gimnasta, la perfección de los senos, el exquisito talle y el lampiño blanco y plano vientre, eran en conjunto una invitación al placer.
Aquello era demasiado para nuestro buen padre Ambrosio que en ese momento estaba absorto con la contemplación de ese cuerpo perfecto que ahora estaba en su poder, no dejaba de felicitarse a si mismo por el éxito de su infame treta. (En efecto, él lo había planeado todo, puesto que facilitó los sucesos con los que la atrapó entregándose a sus ardorosos juegos sexuales, a escondidas, se agazapó cerca del lugar para contemplar con centelleantes ojos la masturbación de su Cielo penitente, ahora ésta inocente y virginal criatura estaba a punto de conocer el único tipo de masturbaciones que serían permitidas para ella, las cuales como dijo el buen padre Ambrosio, tendrían que ser aplicadas por él mismo).
. Sin decir palabra, el santo padre montó sobre el improvisado camastro e inclinó su rostro hasta tocar el abdomen de la chica, succionando la parte baja de las costillas en un meticuloso e interminable agasajo que provocaba contracciones y espasmos en el cuerpo de que en ese momento gemía de placer tocando a modo de defensa con sus manos la rapada y picante cabeza del padre Ambrosio mientras sentía como el agasajo se dirigía lenta pero inexorablemente hacia su excitada vulva vaginal, y una vez ahí pudo sentir como el lujurioso sacerdote hundía esa rasurada cara en su regazo y lamía con impudicia tan adentro como le era posible entrar en su húmeda vaina, y en breve, el lujurioso sacerdote dióse a succionar tan deliciosamente el turgente clítoris, que en un arrebato de éxtasis pasional, sacudido su joven cuerpo con espasmódicas contracciones de placer, de nuevo la chica sentía aproximarse la sensación que ya había experimentado en el jardín de su casa, pero esta vez era provocada por la laboriosa lengua que momentos antes la convenciera de su total entrega, y entre gritos de placer y sacudidas de su dorso que parecían estertores de muerte, derramó la dulce emisión femenina de su sexo, misma que el santo padre engulló cual si fuera un flan. Para el insoluto sacerdote era un manjar de dioses paladear el primer néctar de esa chiquilla, arrancado de su cuerpo a través de la terrible emoción que le provocó con esa santificada masturbación, emulando la perversa caricia que una laboriosa abeja hace a la más Cielo flor, la cual no tiene otra opción que permanecer inmóvil.
Una vez que pasó la explosión emocional que había sacudido su cuerpo, Cielo cayó hacía atrás, derrumbándose sobre su espalda, totalmente desfallecida y sin fuerzas, mientras sentía al lujurioso sacerdote gruñir y forcejear para seguir unido a ella, con la misma terquedad con la que un fiero can reclama su alimento, el impacto emocional había sido de tal magnitud que Cielo no podía mover ni un solo dedo, y solo se estremecía mordiéndose su labio inferior, mientras seguía sintiendo el bárbaro agasajo que el fiero sacerdote daba a sus partes íntimas, haciéndola sentir como si la más tenaz y despiadada de las fieras estuviera comiéndosela viva, situación que el sádico sacerdote prolongó el mayor tiempo posible.
Pero todo lo que empieza tiene que terminar, y el bestial agasajo por fin terminó. Siguieron unos instantes de tranquila inmovilidad, Cielo reposaba sobre su espalda. Con los brazos extendidos a ambos lados y la cabeza caída hacia atrás, en actitud de delicioso agotamiento tras las violentas emociones provocas por el canino proceder del reverendo padre.
El escultural pecho de Cielo se agitaba todavía bajo la violencia de sus transportes, y sus hermosos ojos permanecían cerrados en lánguido reposo, la masturbación que le había practicado el padre Ambrosio la había hecho gozar mil veces más que la inocente masturbación practicada por ella en el jardín de su casa.
El osado sacerdote, sumamente complacido por el éxito de una estratagema, que había puesto en sus manos una víctima, y también por la extraordinaria sensualidad de la naturaleza de la joven que había capturado, y el evidente deleite con el que ésta se entregaba a la satisfacción de sus deseos, se disponía en aquellos momentos a cosechar los frutos de su superchería.
Tras uno de sus largos y prolongados periodos de abstinencia, en espera paciente de sus objetivos, por fin había logrado capturar a la víctima con la que desde hacía mucho quería desfogar su espantosa lujuria, todos los delicados encantos de ese cuerpo perfecto eran suyos, y se regodeaba disfrutando lo indecible con la idea de todo lo que tenía planeado hacerle a esta inocente chiquilla. Ahora, una por una de las virginidades de esta jovencita iría cayendo en poder de este degenerado sacerdote.
Y sin más rodeos, el buen padre al comprobar la total y absoluta docilidad de su joven y Cielo penitente, y sin poder soportar por más tiempo la presión de su erección, dejó a Cielo parcialmente en libertad para trepar al mueble hasta colocarse frente a su rostro y abrir el frente de su sotana, y sin el menor rubor, dejó expuesto a los atónitos ojos de la jovencita un miembro cuyas gigantescas proporciones, grado de erección y rigidez, la dejaron sorprendida.
Es imposible describir las encontradas sensaciones despertadas en Cielo por el repentino descubrimiento de aquel formidable instrumento a escasos centímetros de su rostro. Su mirada se fijó instantáneamente en él, al tiempo que el padre, advirtiendo su asombro, pero descubriendo que en él había más señales de curiosidad que de rechazo, lo colocó tranquilamente sobre su blanco pecho, muy cerca de su largo y delicado cuello. Tras las emociones que había experimentado, sentir el caliente contacto con tan tremenda cosa, hizo que se apoderara de Cielo un terrible estado de excitación.
Tanto la visión como el contacto de tan notable miembro hacían que la jovencita sintiera en su pecho el cálido cosquilleo de las sensaciones lascivas que empezaban a despertar en su mente, y asiendo el inmenso objeto lo mejor que pudo con sus manecitas lo palpó sintiendo el tremendo calor que esa parte del cuerpo del santo padre le transmitía a sus frescas manos.
— ¡Oh! padre! ¡Qué cosa tan increíble! — Exclamó Cielo — ¡Por favor, padre Ambrosio, decidme cómo debo proceder para aliviar a nuestros santos ministros religiosos de esos sentimientos que según usted tanto los inquietan, y que hasta dolor les causan!
El padre Ambrosio estaba demasiado excitado para poder contestar, tomó la mano de ella con la suya y la hizo sujetar su enorme objeto, jalándolo suavemente hacía arriba y hacía abajo.
— Santo Dios! Padre, ¡Esto es enorme! —murmuró Cielo —.
El placer del santo padre era intenso, y el que él le había provocado a Cielo con su lengua, aún no se apagaba.
La chica siguió presionando el miembro del sacerdote con la suave caricia de su mano, mientras contemplaba con aire inocente la cara de él. Después le preguntó en voz queda si ello le proporcionaba gran placer, y si por lo tanto tenía qué seguir actuando tal como lo hacía.
Entretanto, la enorme verga del padre Ambrosio engordaba y crecía todavía más por efecto del excitante cosquilleo al que lo sometía la jovencita.
Espera un momento. Si sigues frotándolo de esta manera me voy a venir —dijo el padre por lo bajo. — Será mejor retardarlo todavía un poco.
— ¿Se vendrá, padrecito? — inquirió Cielo ávidamente —. ¿Qué quiere decir eso?
¡Ah, mi dulce niña, tan adorable por tu belleza como por tu inocencia! ¡Cuán divinamente llevas a cabo tu excelsa misión! —exclamó Ambrosio, encantado de abusar de la evidente inexperiencia de su joven penitente, y de poder así envilecería más. — Venirse significa completar el acto por medio del cual se disfruta en su totalidad del placer venéreo y supone el escape de una gran cantidad de semen, un fluido blanco y espeso del interior de la cosa que sostienes entre tus manos, y que al ser expelido proporciona igual placer al que la arroja que a la persona que, en el modo que sea, la recibe.
Cielo recordó entonces los videos pornográficos que a veces recibía, y entendió enseguida a lo que el padre Ambrosio se refería, había visto decenas de veces esos videos en los que la cara de la prostituta terminaba bañada en semen tras hacer un artístico servicio oral.
Y viendo que poco a poco, el padre Ambrosio colocaba ese descomunal miembro cada vez más cerca de su cara, Cielo preguntó con aire de súplica.
— ¡Padre!… ¡Padrecito!… Entonces, queréis decir que yo….
El clásico acento europeo de Cielo se quebraba en ese momento, pareciéndose más al de las sensuales hijas del “Río de la Plata”. Y sin poder soportar por más tiempo la respuesta, el padre Ambrosio exclamó excitado:
— ¡Quiero que la mames! Preciosa, quiero que la coloques en tu dulce boca y la succiones como lo haces con esas paletas de dulce.
Sin embargo, Cielo sabía que había formas recomendadas para hacer eso sin recibir la descarga, por lo que tímidamente volvió a preguntar:
— ¡Padre!, mi buen padrecito, ¿y no se usa un protector para esto?
Cielo angustiada esperaba la respuesta mientras seguía pensando en su interior: “Decime que si Padrecito… Plis”. Sin embargo, el buen padre Ambrosio respondió decidido:
— ¡De ninguna manera hija mía!, nuestra santa madre iglesia prohíbe terminantemente el uso de condones, así como el desperdicio del semen, razón por la cual deberás recibir los chorros del viscoso y blanco liquido de esta verga muy, pero muy adentro de tu boca.
Cielo pregunto inquieta: — ¿Tengo que tragármelos padre?
— ¡Toda hija mía!, hasta la última gota — Respondió Ambrosio.
Sintiéndose obligada y en deuda por el éxtasis paradisíaco al que había sido sometida, comprendió que debía devolver el favor, con la misma ferviente pasión con el que a ella le fue hecho.
Enseguida, Cielo inclinó la cabeza. El objeto de su adoración exhalaba un perfume difícil de definir, pero que de alguna forma la excitaba. Lentamente lo acercó a su cara, y pegó su mejilla para frotarlo, luego con mil trabajos logró dominar el rechazo que sentía y depositó sus abultados y sensuales labios sobre el extremo superior, cubrió con su adorable boca la endurecida punta, de la que empezaba a erupcionar la primera gota de lo que sería una copiosa y continua espermatorrea, luego besó ardientemente el reluciente miembro, pronto comprobó que las gotas que exudaban de la dura punta a pesar de que eran tan viscosas y pegajosas como la medula de la sábila, no tenían mal sabor.
— ¿Cuál es el nombre correcto de este fluido? Padre — preguntó Cielo , alzando una vez más su lindo rostro.
––Tiene varios nombres —replicó el santo varón—. Depende de la clase social a la que pertenezca la persona que lo menciona. Pero entre nosotros, hija mía, lo llamaremos “leche”, puesto que es blanco y sale de la ubre que ahora acaricias con tu rostro.
Excitado por las inocentes preguntas de su Cielo penitente, y por la indecisión de la misma para entrar en acción, el padre Ambrosio se adentró por su cuenta en la boca de Cielo , pero luego de unos instantes, con el pretexto de hacer otra pregunta, la chica con gran delicadeza, movió su cabeza hacía un lado para librarse, aunque fuera por un momento.
— ¡Padre!… ¿Y cómo es una masturbación para usted?
Sin mediar palabra, el padre Ambrosio volvió a introducir su largo miembro en la boca de Cielo , esta vez tan adentro que presionaba su fina garganta, para en seguida empuñar el tronco raíz con una de sus manos, y darle tremendas jaladeras a todo el largo que quedaba afuera de la boca de Cielo . Luego de la febril demostración, le dijo:
— ¡Lo vez Preciosa!… Así es como se hace una puñeta. Acto criticable que sustituye al principal de los actos del rito venéreo, la copulación permitida de la que ya hemos hablado. Por consiguiente, debemos sustituirla por este otro medio, en el que tus labios harán el mismo trabajo que viste hacer a mi puño, hasta que llegue el momento en que se aproximen los espasmos que acompañan a la emisión. Llegado el instante, a una señal mía presionaras para darle entrada en tu garganta a la cabeza de este objeto, hasta que, expelida la última gota, me retire satisfecho, por lo menos temporalmente.
Cielo no volvió a hacer más preguntas, había quedado como hipnotizada, tanto con la explicación como con la demostración, sin embargo su lujurioso instinto le había permitido disfrutar la descripción hecha por su confesor, al comparar la masturbación que él le había hecho a ella, con la que ella estaba haciendo en ese momento con su boca, y ahora estaba tan ansiosa como el mismo sacerdote por llevar a cumplimiento el atrevido final de ese acto cuyo desenlace y consecuencias solo conocía gráficamente a través de videos y revistas eróticas.

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Un comentario

  1. Es un buen relato. Mejorando la introducción (al relato [jejeje]), pasaría a ser muy bueno.
    Esto no significa en modo alguno que pueda yo ser capaz de mejorarlo.

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