Fui a visitar a Constanza, una mujer con quien había tenido un flechazo indescriptible. Al llegar a su apartamento, la puerta se abrió y solo su rostro asomaba, radiante y bello. Sin embargo, vestía un jean y una chompa Beatle de lana que, aunque le quedaba bien, le quitaba un poco de sensualidad. Aun así, me sentí atraído por ella.
Yo llevaba un pantalón negro de tela y una camisa blanca de seda muy delgada, con tres botones abiertos que dejaban ver una cadenita con un crucifijo que adornaba mi torso veludo. Nos sentamos juntos y comenzamos a disfrutar de un par de whiskies, la conversación fluyó y la química entre nosotros se hacía palpable.
No tardé en acercarme más y, en un instante de valentía, comencé a besarla apasionadamente. Todo comenzó con un beso tierno y húmedo; nuestras bocas giraban en redondo mientras nuestras lenguas se entrelazaban en un baile íntimo. Mis manos exploraban su cuerpo, acariciando sus pechos por debajo de la chompa, pero no lograba entrar en el clímax que ambos deseábamos.
Decidido a llevar nuestra conexión a otro nivel, le quité la chompa. Para mi sorpresa, ella no llevaba nada abajo; su torso estaba desnudo y sus pechos asomaban con una belleza deslumbrante. El clima cambió drásticamente; el ambiente se llenó de deseo y pasión.
Comencé a besar su cuello, su tórax y sus pechos, succionando con deseos incontenibles sus hermosos pezones. La intensidad del momento nos llevó a la cama; nos acostamos horizontales y paralelos, dejando que la pasión del amor nos envolviera por completo.
El tiempo se desvaneció mientras nos entregábamos el uno al otro, explorando cada rincón de nuestros cuerpos hasta que finalmente quedamos totalmente dormidos, envueltos en la calidez de ese instante inolvidable. La chompa Beatle quedó olvidada en el suelo, símbolo de una conexión que iba más allá de las apariencias.
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