Elisa, una mujer aventurera y arriesgada cuenta su aventura haciendo dedo en el litoral, aun no a moto,
Iba camino hacia la casa de una amiga en la playa, haciendo dedo, y logré subirme a un auto con una pareja que peleaba todo el rato. No me importaba con tal de llegar a mi destino. Repentinamente, la chica se enoja con su pareja y le empieza a decir que tal vez me dejó subir para ver si lograba hacer un trio conmigo. Yo no entendía nada, le dije que yo sólo quería llegar donde mi amiga. La tipa se enojó, detuvo el auto y me pidió que me bajara en mitad de la carretera. Su pololo intentó hacerla entrar en razón, pero la tipa me hizo bajar igual, y no me quedó otra que hacerlo. Por suerte andaba con una mochila pequeña y no hacía tanto calor.
Escuché el sonido de una moto, y aunque lo más probable era que no parara, hice dedo igual. Para mi sorpresa, se detuvo.
Debí quedarme ahí haciendo dedo, pero no era temprano, y estaba en medio de la nada. Esperé sólo 10 minutos, los pocos autos que pasaban no paraban, así que empecé a caminar intentando llegar a alguna parte con vida. Caminé como media hora, haciendo dedo sin éxito a ratos, ya algo asustada que bajara mucho la luz, si bien aún el sol no se ponía. Escuché el sonido de una moto, y aunque lo más probable era que no parara, hice dedo igual. Para mi sorpresa, se detuvo. De la moto se baja un hombre alto, algo hippie, vestido de jeans rotos, polera negra y chaqueta de jeans. Se saca el casco y me pregunta muy alegre: “Que hace aquí tan botada en medio de la nada señorita?”, sonreí y le dije: “me echaron de un auto que me llevaba y ya me estaba asustando que cayera la noche. ¡Eres mi salvación!”. El chico me dijo que se llamaba Pablo y que andaba recorriendo con su juguete nuevo, e iba a ver si volvía a su camping cerca de viña o si se quedaba por ahí. Me pasó un casco, me preguntó si tenía algo para abrigarme o si me prestaba su chaqueta. Le dije que sí tenía. Me abrigué, me puse la mochila y me subí a la moto detrás de él. Puse mis manos en su cintura, pero él me las tomó y las cruzó por delante diciendo: “sujétese bien señorita, no quiero que se caiga, nos vamos a la aventura entonces”. Anduvimos un rato largo mirando el paisaje, el sol seguía brillando ya más cerca del horizonte, con algunas nubes pinceladas en el cielo. Yo sólo admiraba el paisaje recostada en la espalda de mi salvador, que por algún motivo me daba mucha seguridad. Llegamos a un restaurant que tenía un pequeño hostal, donde se detuvo y me preguntó si tenía hambre, que sería bueno detenernos y comer y tomar algo. Yo moría de hambre la verdad, así que me vino de perilla. Comimos mientras me preguntaba de mi vida, conversamos harto rato, me contó de sus aventuras en moto. Era un tipo muy interesante y cálido. Nos reímos, con algunas miradas coquetas y una evidente atracción. Pablo me comentó que ya estaba algo baja la luz, claramente no había vuelto a su camping, y si me importaba si nos quedábamos ahí esa noche. La verdad no me importaba, le escribí a mi amiga y le dije que llegaba al día siguiente. Al estar más relajado, pidió una piscola, y yo me sumé encantada. Después de un par de piscolas y risas, decidimos ir a ver el tema del alojamiento. La idea era pedir dos habitaciones, pero el recepcionista nos dijo que sólo había una, con dos camas. Pablo me preguntó si me importaba y le dije que no, además no había otra alternativa, riendo. Nos fuimos a la habitación y pedimos un par de tragos más. Dejamos nuestras cosas mientras esperábamos nuestro pedido. Tocaron a la puerta y llegaron nuestros tragos, esta vez dos mojitos, y nos sentamos en el suelo de un pequeño balcón que había. Conversamos mucho, ahora con más miradas coquetas y que decían algo más. Era un hombre muy atractivo, liviano de sangre, entretenido, y lograba ponerme algo nerviosa. Sin darnos cuenta, nos fuimos acercando hasta quedar hombro con hombro, y en forma muy espontánea apoyé mi cabeza en su hombro mirando el cielo estrellado. La levanté repentinamente diciendo: “ay que patúa, perdona”. Me miró sonriendo y acercando nuevamente mi cabeza a su hombro. Me preguntó si estaba cómoda, le dije que sí. Nos quedamos en silencio un rato largo, sintiendo la respiración del otro, notando nerviosismo. Yo intentaba que no se me notara, escondiendo mis ganas de que me diera un beso. Pero el chico ya sabía lo que quería y me dice: “ey”, tomándome del mentón suavemente. Enderezó mi cabeza y sin pensarlo empuja sus labios contra los míos, en un beso apretado e inspirado. Nos quedamos así unos segundos, luego nos separamos, y antes de que se alejara yo me acerqué de nuevo para darle un beso apasionado y húmedo, abrazados, sin mucho tapujo. Nos despegamos, le dije que tenía unos labios exquisitos, me sonrió, y se puso de pie. “tú también, pero es tarde y mañana debo manejar bastante para llevarte a tu destino. Me extendió la mano para ayudarme a ponerme de pie.
al salir del baño vi a Pablo sentado en la cama con las manos en la cabeza. Al sentirme me miró, me saludó sonriente diciendo: “lista para otro día motorizado?,
Nos fuimos a dormir, cada uno en su cama como niños buenos, algo ebrios eso sí.
Al día siguiente me desperté temprano y me fui a la ducha inmediatamente para estar lista cuando él dijera, mal que mal, me estaba ayudando y más encima me había invitado la cena y los tragos. En la ducha me acordaba del beso mojado y apasionado que nos habíamos dado y comencé a sentir movimiento algo más abajo. Me pasaban cosas con el chiquillo. Me controlé y me vestí, y al salir del baño vi a Pablo sentado en la cama con las manos en la cabeza. Al sentirme me miró, me saludó sonriente diciendo: “lista para otro día motorizado?, si no estás apurada, hay unos lugares súper lindos que me gustaría conocer”. Lo miré entusiasmada y sólo asentí con la cabeza. Se levantó, y mientras se duchaba, pedí desayuno a la habitación. Al salir, vio la bandeja con desayuno y con una cara de alegría se sentó a mi lado y me abrazó agradeciendo el gesto. Tomamos desayuno tranquilos, mientras me contaba de aquellos lugares que quería conocer. Al terminar de comer, arreglamos nuestras cosas y partimos. Nos montamos en su moto y lo abracé fuerte esta vez sin pensar. El día estaba lindo, con un sol brillante y una brisa marina suave. Avanzamos por la carretera durante casi una hora, hasta que encontramos un desvío por donde dobló. Nuestro destino era una pequeña laguna cerca de unas dunas que le habían recomendado. Avanzamos otra media hora con parajes litorales, dunas, gaviotas, pero algo más alejado del mar. Poco después llegamos a una pequeña laguna que tenía una cascadita que sonaba contra el agua. El aire era fresco y el paisaje hermoso. Alrededor de la laguna había pasto y rocas, pero logramos estacionarnos justo al borde de la laguna. Nos bajamos y nos sentamos en la orilla, sin decir nada, sólo mirando. Yo saqué una botella de vino que tenía para mi amiga. Pablo me miró sorprendido, le extendí la botella ya abierta y tomó un sorbo. Nos recostamos apoyándonos en una roca, mirando el paisaje y bebiendo, sin decir mucho. Entre que nos pasábamos la botella, quedamos con las manos una al lado de la otra rozándose y Pablo comenzó a acariciarla. Yo no me resistí y nos quedamos un rato acariciándonos las manos, respirando más fuerte, sin mirarnos. Pablo comenzó a subir su mano por mi brazo hasta mi cuello, luego mi mejilla, mi pelo. Yo cerré los ojos y sentí como se acercaba y me besaba la cara, una mejilla, luego la otra, hasta que se acercó a los labios, que empezó a lamer sutilmente. Yo me dejé lamer disfrutando su lengua y labios que me habían dejado con gusto a poco la noche anterior. Ya no me aguanté y comencé yo también a besarlo hasta que entramos en un beso muy caliente y muy largo. Noté que al chico le gustaban los besos, lo cual me gustó aún más. No sé cuánto rato estuvimos sumergidos en ese beso, pero nuestros labios se sentían incluso algo irritados por tanta saliva. Empecé a besarlo en la cara para llegar a su cuello, donde me quedé un rato pasando mi lengua y mis labios, buscando puntos de excitación. Lo escuchaba gemir suavemente, lo cual me encantaba. Empecé a sentir su mano por debajo de mi polera, en mi cintura, me apretaba y masajeaba subiendo hacia mis costillas, acelerando mi respiración. Llegó a mi sostén y metió su mano por debajo hasta encontrar mi pezón, apenas lo tocó solté un gemido que me hizo morderle un poco el cuello. Su mano acariciaba suavemente mi pezón, que se endurecía cada vez más. Pasé mi mano por debajo de su polera y simplemente se la saqué. Quedé con mis labios justo frente a su pecho que empecé a besar y morder levemente también. Apretaba su espalda mientras mi lengua buscaba recorrer su torso. Él también decidió sacarme la polera, y me quedó mirando. Yo también lo miraba mientras buscaba volver a jugar con ambos pezones esta vez, mirándome a los ojos para observar cómo me excitaba. Cuando pasaba por puntos clave soltaba un gemido cerrando los ojos, mientras Pablo no dejaba de mirarme. Decidió bajarme el sostén y acariciarme los pezones con sus palmas. Yo seguía apoyada en la roca, mientras él, de rodillas frente a mí, experimentaba con mis pezones y mi excitación. Se mojó los dedos con saliva y volvió a pasar sus dedos mojados mientras hacía lo mismo con la otra mano. Yo gemía fuerte mientras él seguía buscando enloquecerme. Yo me sentía muy mojada con ganas de sentirlo dentro, pero me gustaba mucho toda esa excitación que me generaban sus manos. Le pedí que me lamiera los pezones, y me dijo que no, que quería seguir mirando como me excitaba, lo cual me fascinaba. A ratos nos mirábamos intensamente a los ojos con un placer infinito. Estuvimos así varios minutos, y cuando yo intentaba tocarlo, me sacaba la mano para que sólo me dejara excitar y gozar. Le gustaba dar placer al chico motorizado. Decidí no insistir y sólo disfrutar sus dedos mojados frotándome y presionándome cada vez más rápido. Finalmente, no aguantó más y en un solo movimiento comenzó a succionarme fuertemente el pezón haciéndome soltar un fuerte gemido casi grito de placer. Se quedó ahí lamiendo y succionando, aún sin dejarme tocarlo. Pasaba de un seno al otro comiendo mis vibrantes y erguidos senos. Mi nivel de excitación era máximo, pero quería más. Le pedía más, y me daba más. Su lengua, sus labios, sus manos me tenían en un estado de éxtasis que no me pasa muy a menudo. Ya sin aguantar más, lo empujé para poder seguir lamiendo su torso, ahora con más ganas. Llegué rápidamente a sus jeans, y desabroché su cinturón, abrí su pantalón, y vi inmediatamente lo mojado y erecto que estaba su pene. Ahora comencé yo a acariciarlo y esparcir sus fluidos mientras lo miraba y veía cómo se excitaba. Comencé a succionar la punta de su pene que seguía botando líquido, estaba tan excitada que no aguanté y me lo metí entero a la boca con ganas de volverlo loco también. Lo escuchaba gemir mientras disfrutaba de mi lengua y mis labios. Le bajé el pantalón para pasar mi lengua por toda la zona, apretando sus piernas duras. El suelo estaba muy irregular como para hacer algo más ahí, por lo que Pablo me dice que vayamos a la moto, que quería entrar muy profundo. Me levanté, aún con pantalones, mientras él se levantaba sacándose los suyos. Nos acercamos a la moto riendo y le pregunté cómo pretendía hacerlo ahí. Se encogió de hombros diciendo no sé, y nos reímos. Me desabrochó el pantalón y lo bajó. Terminé de sacármelo mientras él se sentaba sobre la moto como si fuera a andar, y me ayudó a montarme frente a él, quedando bastante cómodos. Se acercó para penetrarme, lo que no costó nada ya que yo estaba muy mojada. Se movió lentamente buscando no botar la moto, y ambos con cara incierta buscamos un ritmo que mezclara el placer y el equilibrio. Nos quedamos ahí un largo rato, yo inclinada hacia atrás apoyada sobre el manubrio, él sosteniéndome desde mis caderas. Sentía sus manos pasearse por mis muslos, mi abdomen, mis senos, en un ritmo lento y constante. Al cabo de un rato, ya más excitados y con ganas de penetrarme más fuerte, Pablo me pidió que me sentara sobre él. Pero como era más cómodo que él estuviera hacia el lado del manubrio, nos dimos vuelta, entre risas por la incomodidad e inestabilidad de la moto. Me senté sobre él, quedando con mis piernas colgando, dejando que él me tomara de la cintura y me empujara para llegar más adentro. Me enloquecía sentir como llegaba más al fondo y como me deseaba. Ya muy excitada y con ganas de controlar la situación, encontré con mis pies los pedales, me apoyé y logré poder subir y bajar algo más rápido, intentando no perder la noción de donde estábamos. Pablo sentía mi excitación, lo que lo hacía apretarme más fuerte y gemir con más intensidad, me encantaba. Me hubiera gustado estar así más rato, pero no estábamos muy cómodos y busqué que mi amante se excitara hasta el orgasmo. Yo estaba cerca de llegar también hasta que, casi leyéndome la mente, empezó a acariciarme los pezones, mirándome muy atento, y sin querer lancé un grito de placer que lo enloqueció tanto al parecer que lanzó su propio grito, la moto temblando, mientras los dos gritábamos y gemíamos sabiendo que no había nadie alrededor. Esa sensación de libertad absoluta, algo salvaje, perdiendo la noción de nosotros mismos, sólo sintiendo el éxtasis. Pocas veces me he sentido así, despreocupada, tan relajada, abstraída de mi cuerpo, conectada sólo con mis sentidos, el placer absoluto, respirando el aire fresco y dejándome invadir por los sonidos del entorno, entregando placer a mi compañero, que se sentía igual de libre que yo. Ya bajando la intensidad y volviendo a la realidad, Pablo me corre el pelo de la cara, me mira, me dice; “hey”, me sonríe, lo miro de vuelta riendo, aún agitada, jadeando un poco. “Nos pasamos pa descarados”, me dijo, y nos echamos a reír, mientras a duras penas logré salir de la posición en la que estaba. Buscamos nuestra ropa, y mientras nos vestíamos nos mirábamos y nos reíamos por la locura que acabábamos de hacer. Me acercó mi mochila, miró alrededor por si se nos quedaba algo y nos acercamos a la moto para partir. Me puso mi casco, y emprendimos nuestro camino nuevamente. En el camino paramos a comer algo rápido ya que moríamos de hambre, conversando muy naturalmente, si bien la mirada ya no era la misma, era entre nerviosa y cómplice. Luego de unas horas llegamos a mi destino. Me bajé de la moto mientras me decía, “sana y salva señorita”. Sonreí y lo besé en la mejilla, pero al alejarme me acercó otra vez y me dio el último beso en la boca, bien apretado y largo. Al separarnos, le agradecí, le dije que nunca me había alegrado tanto que me echaran de un auto en mitad de la carretera. Nos reímos y me alejé hacia la puerta de la casa. Al abrirme la puerta mi amiga, me di vuelta a mirar a Pablo, quien seguía ahí, me hizo chao con la mano, lo imité, sonreí una última vez y cerré la puerta. Fue mi amante fortuito y una de las aventuras más entretenidas que he vivido.
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