Cielo de quitó una por una todas sus prendas, y quedó de píe, desnuda ante los tres vigorosos sacerdotes. Con estas palabras empezaba el capítulo anterior …
Los tres hombres quedaron arrobados a la vista de su persona, en seguida se aseguró la puerta y de inmediato cayeron al suelo los paños menores de los sacerdotes, y Cielo se vio rodeada por el trío, que uno tras otro, a modo de saludo la sometían a las más diversas caricias, al tiempo que contemplaba sus miembros desvergonzadamente desnudos y amenazadores. El Superior fue el primero en adelantarse para darle la bienvenida, colocándose descaradamente frente a ella con el miembro expuesto, la tomó en sus brazos, y cubrió de cálidos besos sus labios y su rostro sujetando con sus dientes el labio inferior de Cielo , al mismo tiempo que Clemente la tomaba con sus toscas manos de su frágil cuello, depositando un cálido beso en su oreja prolongándolo lo suficiente para sujetar la oreja de Cielo con sus labios y tratar de introducir la punta de su lengua en el orificio del oído, provocando la coqueta sonrisa de la jovencita que no resistía esa caricia, por último, Ambrosio viendo que sus compañeros no la soltaban se colocó tras ella y la tomó por el talle y abrazó su cintura atrayéndola hacía él para aplicar succionantes besos en su nuca y su espalda. Para ese momento Cielo estaba tan excitada como ellos, la recepción era tan calurosa, que pronto su sangre juvenil afluyó a] rostro, inflamándolo con un intenso rubor, con el superior prendido a su labio, Clemente a su oreja y Ambrosio abrazándola por atrás, la jovencita trató de buscar un respiro, provocando la inmediata reacción de los tres hombres, que ante la débil defensa de su víctima forcejearon enardecidos hasta que la derribaron en un amplio mueble semejante a una cama, que estaba justo atrás de ella.
El padre Ambrosio que era el que había caído primero llevándose con él a Cielo , se mantenía pegado a la espalda de la joven penitente, unido a ella por un fuerte abrazo a la cintura, mientras el superior y Clemente trataban de ganar el frente, los tres vigorosos sacerdotes rodaban revolcando a la joven penitente en esa improvisada cama, dando el aspecto de ser tres fieros leones atrapando a una joven gacela, hasta que luego de un rato el superior les dijo:
— ¡Un momento! —Vamos a poner orden en nuestros goces. Esta hermosa muchacha nos tiene que dar satisfacción a los tres: por lo tanto, es menester que regulemos nuestros placeres permitiéndole que pueda soportar los ataques que desencadenemos. Por mi parte no me importa ser el primero o el segundo, pero como Ambrosio se viene como un asno, propongo pasar yo por delante. Desde luego, Clemente debería ocupar el tercer lugar.
—La vez anterior yo fui el tercero —exclamó Clemente, que en ese momento estaba sobre Cielo , con una mano crispada en uno de sus senos, luchando por besar su cuello—. No veo razón alguna para que sea yo siempre el último. ¡Reclamo el segundo lugar!
—Está bien, así será —declaró el Superior, que teniendo a Cielo sujeta por el talle, no perdía oportunidad para besar sus exquisitos labios.
—. Tú, Ambrosio, compartirás un nido resbaladizo.
— ¡No estoy de acuerdo! replicó Ambrosio que en ese momento estaba a espaldas de Cielo , sujetándola de la cintura por un fuerte abrazo que le dificultaba respirar. — Si ustedes van por delante, yo la haré mía tres veces por el culo. En todo este tiempo no he hecho más que pensar en eso, y estoy que reviento de leche.
La discusión continuó, mientras Cielo más excitada que adolorida, ahogaba en su garganta toda queja de dolor, mientras disfrutaba sintiendo en su cuerpo el enojo y el agresivo forcejeo con el que los tres sacerdotes la reclamaban. Y una vez que se pusieron de acuerdo, la soltaron y tras reponerse de la rudeza sumada de los tres ardientes sementales, mareada y semiasfixiada, la chica se puso de pie, y accediendo a sus deseos con una coqueta sonrisa, se despojó de sus prendas interiores, conservando puestos su exquisito vestido, y sus lindas zapatillas de tacón alto. Así se ofreció a la admiración de los tres sacerdotes. Y de acuerdo a lo pactado, Cielo fue colocada en el baúl y el Superior fue el primero que introdujo su arma, inserción que Cielo recibió con todo agrado. Lo abrazó, se apretó contra él, y tras una lujuriosa escena recibió los chorros de su eyaculación con verdadera pasión extática de su parte.
Seguidamente se presentó Clemente. Que le pidió acostarse en la alfombra, para inmediatamente caer sobre ella, presionando con su potente instrumento entre las torneadas piernas de la joven. La desproporción resultaba evidente, pero el cura era tan fuerte y lujurioso como enorme en su tamaño, y tras de varias tentativas, consiguió introducirse y comenzó a profundizar con su vergón en las partes íntimas de la Cielo penitente.
Después de una lucha que se llevó casi diez minutos, en los que Cielo con el rostro transformado por el dolor, pedía por momentos ir más despacio con la penetración, o retroceder un poco para luego volver a avanzar, la jovencita acabó por recibir la entumecida y larga verga de Clemente hasta los testículos. Cielo se abrió de piernas cuanto pudo para permitirle al bruto gozar a su antojo de sus más íntimos encantos.
No es posible dar una idea de la forma en que las terribles proporciones del pene de aquel hombre excitaban la lasciva imaginación de Cielo , como vano sería también intentar describir la frenética pasión que le despertaba el sentirse ensartada y distendida por el inmenso órgano genital del fornido sacerdote.
Clemente no se mostraba ansioso por terminar con su deleite, y tardó un cuarto de hora en poner fin a su goce que culminó con violentas descargas de semen. Cielo las recibía con profundas muestras de deleite, y mezcló una copiosa emisión de su parte con los espesos derrames del lujurioso padre.
Apenas había retirado Clemente su majestuoso miembro del interior de Cielo , cuando de acuerdo a lo pactado, ésta quedó en poder de Ambrosio, quien la puso de pie.
Esta vez, Ambrosio sabedor de que era su turno, en el que sería suya para gozarla a sus anchas y sin interrupciones, con gran paciencia la despojó de toda su ropa, dejándola tan solo con esas exquisitas y sensuales zapatillas de tacón alto y la mascada que tenía anudada en su cuello, para llevarla al centro de ese cuarto, y una vez ahí, completamente erguida, despertó el murmullo de admiración que la visión del increíble cuerpo de Venus estatuaria de esta singular chica les provocaba, y mientras Ambrosio la miraba con la maliciosa y enigmática sonrisa de los sátiros, desató la fina mascada que adornaba el delgado y largo cuello de Cielo y la deslizó por la erguida espalda de la joven soltándola para que cayera, y tal como lo esperaba la mascada se detuvo en el resalte de esas hermosas lomas de Venus que seguían con gracia femenina la pronunciada curvatura de la parte baja de esa torneada y bien formada espalda.
— ¡Ved compañeros!, — declaró Ambrosio — he aquí la demostración de que ésta Cielo chiquilla es poseedora de un culo perfecto.
Y blandiendo con su puño ese erecto miembro de mulo que en esta ocasión parecía haber excedido sus dimensiones, sin duda por el uso de algún afrodisíaco farmacéutico, continuó con sus acciones, tomó a Cielo por los hombros para hacerla girar hasta tenerla de espaldas a él, y de acuerdo con lo que había manifestado durante el acuerdo pactado, dirigió su ataque a las nalgas, y con bárbara violencia introdujo la endurecida y bien lubricada cabeza de su descomunal instrumento entre los tiernos pliegues del orificio trasero.
En vano batallaba para poder alojarlo. La ancha cabeza de su arma era rechazada a cada nuevo asalto, no obstante, la brutal lujuria con que trataba de introducirse, y el inconveniente que representaba el que se encontraran de pie.
Pero Ambrosio no era fácil de derrotar. Lo intentó una y otra vez, hasta que, en uno de sus intentos, consiguió alojar la endurecida punta de su enorme verga en el delicioso orificio, una vigorosa sacudida consiguió hacerla penetrar unos cuantos centímetros más, y de un solo golpe, el lascivo sacerdote consiguió clavarse hasta los testículos.
Una vez que hubo logrado su objetivo gracias a sus brutales acciones, se sintió excitado en grado extremo, las hermosas nalgas de Cielo ejercían un especial atractivo sobre este lascivo sacerdote cuyos irregulares apetitos rara vez eran saciados en esa forma, razón por la cual mantenía un tortuoso celibato que solamente era desencadenado cuando una víctima estaba por completo a su merced. El padre Ambrosio había penetrado con su largo y grueso miembro tan adentro como le era posible, sin importarle el dolor que provocaba con la dilatación a su indefensa víctima, con tal de poder experimentar la delicia que le causaba la casi virginal estreches de las delicadas y juveniles partes íntimas de ella.
Cielo lanzó un grito aterrador al sentirse empalada por el tieso miembro de su brutal violador, y empezó una desesperada lucha por escapar, pero Ambrosio la retuvo, pasando sus forzudos brazos en torno a su delgada cintura, y consiguió mantenerse en el interior del febricitante cuerpo de Cielo , sin cejar en su esfuerzo invasor. La oposición de la hembra al goce proyectado por el macho, sirve para abrir el apetito sexual de ambos, y añadir al acto características de delito, o de violencia, que agregan un deleite que de otro modo no existiría.
Paso a paso, empeñada en esta lucha, la jovencita cruzó toda la estancia, mientras Ambrosio seguía aferrado a su cintura, manteniéndola empalada por detrás sin cejar en su esfuerzo invasor, mientras Clemente usando sus manos como cornetilla hacía la imitación de furiosos rebuznos, que no podían ser más oportunos como fondo, dado el bestial salvajismo con el que Ambrosio había ensartado a su víctima y continuaba manteniéndola ganchada, como si fuera parte de ella. Como es lógico, este lascivo espectáculo tenía que surtir efecto en los espectadores, y un estallido de risas surgió de las gargantas de éstos, que comenzaron a aplaudir el vigor de su compañero, cuyo rostro deformado, rojo, y contraído, testimoniaba ampliamente sus placenteras emociones.
Pero el espectáculo despertó. además de la hilaridad, los deseos de los dos testigos. cuyos miembros comenzaron a dar muestras de que en modo alguno se consideraban satisfechos.
En su caminata, Cielo había llegado hasta la pared, donde el Superior se encontraba sentado en el piso, el cual la tomó de las caderas con ambas manos quedando la entrepierna de Cielo frente a su rostro, circunstancias que aprovechó Ambrosio para comenzar a moverse tras la chica, con vigorosos movimientos de entrada y salida que sacudían con un rítmico golpeteo ese culo que él admiraba con la máxima calificación, el intenso calor de ese conducto le proporcionaba al buen padre el mayor de los deleites.
La posición en que se encontraban ponía los encantos naturales de Cielo a la altura de los labios del Superior, el cual instantáneamente los pegó a aquellos, dándose a succionar en la húmeda rendija de la joven penitente que ahora resistía la embestida del padre Ambrosio con las palmas de las manos apoyadas en la pared.
. Sentir a sus espaldas el vigor varonil del padre Ambrosio procurándose el máximo de placer, sumado a la masturbación celestial que la lengua del superior llevaba a cabo en su sensible sexo, hizo que la naturaleza femenina de Cielo pronto cobrara su cuota, ahora cada movimiento del santo padre, por mínimo que fuera, tironeaba exquisitamente todo su sistema nervioso, Cielo sentía que el padre Ambrosio la tenía ganchada del alma, y con la frente clavada en la pared y los parpados apretados, la joven penitente aflojó todo su hermoso cuerpo al sentir la excitación que le provocaban los movimientos del padre Ambrosio, los cuales en un momento dado se volvieron más y más agitados, hasta que finalmente sintió como la eyaculación del sacerdote que tenía atrás, se proyectaba ascendentemente en su abdomen, con un calor que le provocó tal emoción, que la hizo gritar de placer, derramando sobre el superior su femenina esencia.
— ¡Oh! por Dios… ¡Virgen Santísima! … ¡que delicia! — Exclamó Cielo , echando su cabeza por completo hacia atrás, apoyada en el hombro del padre Ambrosio, que en ese momento luchaba cuanto podía por adentrarse todavía más de lo que ya estaba, haciendo que los pies de Cielo se despegaran momentáneamente del suelo mientras duraba la eyaculación.
La cantidad de semen que el padre Ambrosio era capaz de expulsar, en esta ocasión estaba excediendo por mucho su acostumbrada superabundancia. El buen padre había estado almacenado por espacio de un mes, y Cielo sentía en esos momentos como circulaba por sus intestinos una corriente de semen tan tremenda, que la descarga parecía más bien la venida de un asno en celo, que la eyaculación de los genitales de un hombre.
El brutal tratamiento equiparable a la violación, la ansiosa embestida de bestia en celo, más la bestial venida con la que el buen padre había terminado, habían despertado por completo la capacidad de Cielo la joven penitente para gozar con esos perversos gustos adquiridos por su cuerpo a manos del continuo abuso de los lascivos sacerdotes, y sin poder controlarse más, volteó su cara buscando los labios del buen padre Ambrosio al tiempo que trataba de abrazar su grueso cuello con uno de sus brazos diciéndole:.
— ¡Béseme! Padre… ¡Béseme por favor!… se lo suplico… creo que estoy enamorada de ustedes, nunca imaginé que pudieran hacerme sentir algo como esto, juro que jamás había sentido algo semejante en mi vida… los adoro, haré siempre lo que me pidan.
Pero mientras Ambrosio no cabía en sí mismo por la satisfacción de saber que con sus mañosas acciones le había provocado un ataque de lujuria a su joven y Cielo penitente, el malicioso superior tenía intenciones de aplicarle a la joven discípula un disfrute todavía más sólido que el que acababa de recibir, por lo que, tirando de la muchacha para que se arrodillara en el alfombrado piso, al mismo tiempo que él tomaba asiento en su silla, puso en libertad a su ardiente miembro, y lo introdujo rápidamente dentro del suave vientre de ella.
Así, Cielo se encontró de nuevo entre dos fuegos, y las fieras embestidas del padre Ambrosio por la retaguardia se vieron complementadas con los tórridos esfuerzos del padre Superior en la otra dirección.
Ambos nadaban en un mar de deleites sensuales: ambos se entregaban de lleno en las deliciosas sensaciones que experimentaban, mientras que su víctima, perforada por delante y por detrás por sus engrosados miembros, disfrutaba de los excitados movimientos de ambos sacerdotes con agudos y sollozantes gemidos y con estridentes quejas de placer, que claramente dejaban suponer que ella gozaba diez veces más que cualquiera de ellos.
Pero todavía le aguardaba a la hermosa Cielo otra prueba de fuego, pues no bien el vigoroso Clemente pudo atestiguar la estrecha conjunción de sus compañeros, se sintió inflamado por la pasión, montándose en la silla por detrás del Superior, tomó la cabeza de Cielo y depositó su ardiente arma en sus rosados labios, enseguida la muchacha tomó entre sus labios la dura punta de esa enorme verga embarrando desordenadamente sus labios con el semen que exudaba de la gruesa punta con hábiles movimientos circulares de su cabeza, luego la introdujo en su boca para frotar con sus labios el duro y largo tronco.
Entretanto Ambrosio sintió en el suyo los efectos del miembro introducido por delante por el Superior, mientras que el de éste, igualmente excitado por la acción trasera del padre, sentía aproximarse los espasmos que acompañan a la eyaculación.
Empero, Clemente fue el primero en descargar, y arrojó un abundante chapuzón en la garganta de Cielo , que tras haber devorado la prolongada eyaculación que recibió en su garganta, y sin haber derramado una sola gota al exterior, siguió mamando y remamando el endurecido tronco de Clemente. Le siguió Ambrosio, que aferrándose con furia a la breve cintura de Cielo , lanzó un torrente de leche en sus intestinos, al propio tiempo que el Superior inundaba su matriz. Así rodeada, Cielo recibió la descarga unida de los tres vigorosos sacerdotes.
FIN
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