Cielo es iniciada por curas sátiros II

Descubre el desenlace de esta historia llena de lujuria y tentación, donde Cielo será la protagonista de placeres prohibidos.

Cielo , era el nombre de una preciosidad de figura perfecta.Con estas palabras empezaba el capítulo anterior …

Excitada tanto por la vista como por el contacto de tan notable objeto, que tenía asido con verdadero deleite en su boca, la joven se dedicó a succionar, frotar y exprimir con sus labios el enorme y tieso miembro, de manera que proporcionaba al licencioso cura el mayor de los goces.
No contenta con friccionarlo con sus delicados labios, Cielo , dejando escapar suspiros de devoción y satisfacción, llevó la espumeante cabeza tan adentro que la introdujo hasta donde le fue posible, con la esperanza de provocar con sus toques y con las suaves caricias de su lengua y su garganta la deliciosa eyaculación que debía sobrevenir.
Esto era más de lo que el santo varón había esperado, ya que nunca supuso que iba a encontrar una discípula tan bien dispuesta para el irregular ataque que había propuesto. Despertadas al máximo sus sensaciones por el delicioso cosquilleo de que era objeto, se disponía a inundar la boca y la garganta de la muchachita con el flujo de su poderosa descarga.
Sin embargo, este santo varón era uno de esos seres excepcionales, cuya abundante eyaculación seminal es mucho mayor que la de los individuos normales. No sólo estaba dotado del singular don de poder repetir el acto venéreo con intervalos cortos, sino que la cantidad con que terminaba su placer era tan tremenda como desusada. La superabundancia parecía estar en relación con la proporción con que hubieran sido despertadas sus pasiones animales, y cuando sus deseos libidinosos habían sido prolongados e intensos, sus emisiones de semen lo eran igualmente.
Fue en estas circunstancias que la dulce Cielo había emprendido la tarea de dejar escapar los contenidos torrentes de lujuria de aquel hombre. Iba a ser su dulce boca la receptora de los espesos y viscosos chorros que hasta el momento no había experimentado, e ignorante como se encontraba de los resultados del alivio que tan ansiosa estaba de administrar, la hermosa doncella deseaba la consumación de su labor, estaba demasiado interesada en el derrame de leche del que le había hablado el buen padre, y de saber en qué forma eso le daría placer.
Pero por salaz que fuera la jovencita, las continuas emisiones de semen que exudaba el miembro del padre Ambrosio pronto la hicieron desistir, por lo que estiró su cuello hacía atrás para librarse.
— ¡Hug!… Ya no padrecito… Por favor. — Exclamaba Cielo dejando ver las viscosas muestras de semen en sus labios y su lengua.
Pero el enardecido sacerdote la volvió a tomar de la cabeza introduciendo su erecto miembro en una clara demostración de que ella no era la que mandaba, forzándola a seguir con esa libidinosa acción domándola como a las rameras principiantes, cuando aturdidas por la ebriedad caen en manos de un exigente y experimentado cliente que sabe muy bien que bajo esas circunstancias la agresión y el enojo terminan por poner de rodillas a una chica, la cual presa de esa extraña mezcla de placer y temor es llevada gradualmente a un estado de excitación tal que pronto se da cuenta de que lo que realmente la tiene atrapada es su propia naturaleza femenina, que la hace disfrutar hasta lo indecible con el dominio de su enfurecido agresor.
El exuberante miembro del sacerdote engrosaba y se enardecía cada vez más, a medida que los excitantes labios de Cielo apresaban su anchurosa cabeza y su lengua jugueteaba en torno al pequeño orificio provocando en el engrosado miembro una excitación que se traducía en una continua espermatorrea que la chica tenía que conducir hacía su garganta hasta que el continuo goteo de semen que se acumulaba era tragado mientras apretaba sus hermosos parpados con fuerza expresando con su bello rostro el esfuerzo que le costaba cumplir con esa difícil penitencia.
Dos veces Cielo retiró su cabeza apartándose de ese miembro que no paraba de lechar, sin embargo Ambrosio volvía a someterla introduciendo en los sonrosados labios de la muchacha ese enorme y espumante miembro obligándola a que continuara dando ese prolongado e interminable “beso de leche”, hasta que incapaz ya de aguantar los deseos de venirse al delicioso contacto de esos abultados y carnosos labios, Ambrosio colocó sus manos tras la nuca de Cielo asegurándola para que no se separara más de él. Y habiendo al parecer alcanzado un máximo de dominio sobre la chica, el excitado sacerdote introdujo ese monstruoso miembro cuanto pudo hasta sentir la presión de la fina y Cielo garganta de su penitente y entonces el buen padre sintió como la chica succionaba con mayor energía que antes el tieso dardo, haciendo con su cabeza rápidos movimientos para simular con su boca el mismo jaloneo que el padre Ambrosio había hecho con su puño. La intención de la jovencita era acabar cuanto antes con ese libidinoso juego en el que la tenía atrapada el excitado sacerdote.
Instantáneamente se produjo un envaramiento en las extremidades del buen padre. Su cuerpo se proyectó hacía adelante presionando la garganta de su joven penitente, que en ese momento tenía la cabeza recargada en una cómoda almohada. Las manos del enardecido sacerdote se agarraron convulsivamente de la nuca de Cielo para detener sus movimientos, presionando su garganta.
— ¡Dios santo! ¡Me voy a venir! —exclamó el sacerdote al tiempo que con los labios entreabiertos y los ojos vidriosos lanzaba una última mirada a su inocente víctima. Después se estremeció profundamente, y entre lamentos y entrecortados gritos histéricos su potente miembro, por efecto de la provocación de la jovencita, comenzó a expeler torrentes de espeso y viscoso fluido.
Be Cielo comprendía por los chorros que uno tras otro resbalaba garganta abajo, así como por los gritos de su compañero, que éste disfrutaba al máximo los efectos de lo que ella había provocado. La jovencita siguió succionando y apretujando hasta que, llena de las descargas viscosas, y semi asfixiada por su abundancia, se vio obligada a soltar aquella jeringa humana que continuaba eyaculando a chorros sobre su rostro.
. – ¡Madre santa! — Exclamó Cielo tosiendo varias veces, tenía el cabello y la cara inundados de la blanca y viscosa leche del padre — ¡Qué barbaridad padrecito! ¡Creo que me tragué más de la mitad!, ¡Que lechada me ha dado! Esto solo lo había visto ni en los videos para adultos; pero jamás me imaginé que se sintiera tan rico hacerlo.
El padre Ambrosio, demasiado agitado para poder contestar, veía complacido como su joven discípula separaba su cabeza de la almohada para deslizar sus labios por todo el largo de ese endurecido miembro, lamiendo y relamiendo incansablemente esa descomunal erección hasta dejarla completamente libre del pegajoso y blanco semen.
Pasado un rato el robusto el robusto sacerdote se incorporaba poniendo una de sus manos en el hombro de Cielo mientras con la otra empuñaba su todavía excitado miembro con el que hacía libidinosas caricias en los desnudos senos de la jovencita, la cual con su acostumbrada sensualidad para hablar le susurró en voz baja palabras de invitación al diálogo, observando, al hacerlo, el efecto que causaban en el respetable miembro del padre Ambrosio, que de nuevo adquiría la acostumbrada rigidez con la que empezó la contienda.
— ¡Padre!… ¡Padrecito!… ¿Puedo considerarme por fin perdonada?… ¿Estoy libre de castigos?… o… ¿hay alguna otra cosa que quiera que yo haga?
Era evidente lo mucho que la hermosura de la joven Cielo , así como la inocencia e ingenuidad de su carácter, excitaban al ya de por sí sensual del sacerdote. Saberse triunfador de tener entre sus manos a esa tierna y sensual chiquilla, absolutamente impotente y temerosa, la delicadeza, sensualidad y refinamiento de la muchacha, todo ello conspiraba al máximo para despertar sus licenciosos instintos y sus degenerados deseos. Era suya, suya para gozarla a voluntad, suya para satisfacer cualquier capricho de su insensata lujuria Tras las acciones consumadas, esta vez la dulce chiquilla estaba lista para entregarse a los más desenfrenados actos de corrupción, que, en su lujuriosa mente, el sacerdote había planeado paso a paso. Así que sujetándola con firmeza del hombro y deslizando esa caricia hacía el cuello con su enorme y caliente mano, le contesto:
— ¡Desde luego que no hija mía! — Exclamó Ambrosio, cuya lujuria, de nuevo encendida, volvía a asaltarle violentamente ante tal solicitud — El perdón total y absoluto que quieres, aún está muy lejos en el horizonte, pero te aseguro que ya has dado el primer y más importante paso con el que sin duda lo alcanzarás. La penitencia de tu falta no puede terminar con tan solo esto mi dulce chiquilla, el siguiente paso que tendrás que dar dentro de esta penitencia que ya has empezado, y para la cual ya no hay marcha atrás, será acoplarnos cuerpo a cuerpo para un apareamiento normal, acción que como ya sabes, consiste en la penetración de tu cuerpo por un miembro masculino, y según sé por tus últimas confesiones, has estado buscando quien te inicie en esta actividad. Por otra parte, siendo la primera vez que lo haces, y tomando en cuenta el tamaño de burro con el que te vas a acoplar, debo advertirte que sufrirás al grado del llanto en cuanto empecemos.
— ¡Padre!… es que… no lo sé, no vengo preparada para eso — Inquirió Cielo .
Por lo que el buen padre tranquilizándola, le dijo:
— No debes temer, hija mía, se bien cuál es tu preocupación. En cuanto a la protección anticonceptiva que ya te aclaré que está prohibida por la iglesia, te diré que de acuerdo a tus confesiones conozco bien tus ciclos menstruales los cuales son perfectamente regulares, y en este momento estas disponible para no incurrir en riesgo alguno para el acto que estamos por realizar, el cual será la cópula natural practicada por los matrimonios con fines reproductivos. De no haber sido así, tendríamos que continuar con otro acto todavía más doloroso, el cual no dudes que tendré que practicártelo más adelante, aunque haciendo honor a la verdad, debo decirte que una vez acoplados, te haré disfrutar como no tienes una idea, si crees que la masturbación que te practiqué fue placentera para tu cuerpo, ésta palidecerá cuando conozcas el orgasmo copular, que solo se logra a través de estos actos con los que vas a expiar tu culpa.
Excitada por la seductora explicación, y sabedora de que para ella no había otra salida que acceder a las peticiones del buen sacerdote, Cielo aceptó de inmediato.
— ¡Está bien padrecito!… ¡Lo soportaré todo! — Replicó Cielo — ¡Tiene usted razón!, deseo experimentar esa dicha que he estado buscando y que estoy ansiosa por conocer.
— ¡Pues desnúdate Cielo ! — Ordenó el padre Ambrosio — Quítate todo lo que pueda entorpecer o trabar nuestros movimientos, que te aseguro serán en extremo violentos.
Cumpliendo la orden, Cielo se despojó rápidamente de sus vestidos, y buscando complacer a su confesor con la plena exhibición de sus encantos, a fin de que su miembro se alargara en proporción a lo que ella mostrara de sus desnudeces, se despojó de hasta la más mínima prenda interior, para quedar tal como vino al mundo.
El padre Ambrosio quedó atónito ante la contemplación de los encantos que se ofrecían a su vista. La amplitud de sus caderas, los capullos de sus senos, la nívea blancura de su piel, suave como el satín, la redondez de sus nalgas y lo rotundo de sus muslos, el blanco y plano vientre con su adorable monte, y, por sobre todo, la encantadora hendidura rosada que destacaba debajo del mismo, asomándose tímidamente entre los muslos, hicieron que él se lanzara sobre la joven con un rugido de lujuria.
Ambrosio atrapó a su víctima entre sus brazos. Oprimió su cuerpo suave y deslumbrante contra el suyo. La cubrió de besos lúbricos, y dando rienda suelta a su licenciosa labia, prometió a la jovencita todos los goces del paraíso mediante la introducción de su gran aparato en el interior de su vulva.
Cielo acogió estas palabras con un gritito de éxtasis, y cuando su excitado estuprador la acostó sobre sus espaldas sentía ya la anchurosa y tumefacta cabeza del gigantesco pene presionando los calientes y húmedos labios de su virginal orificio.
El santo varón, encontrando placer en el contacto de su pene con los calientes labios de la vulva de Cielo , comenzó a empujar hacia adentro con todas sus fuerzas, hasta que la gran nuez de la punta se llenó de humedad secretada por la sensible vaina.
La pasión enfervorizaba a Cielo . Los esfuerzos del padre Ambrosio por alojar la cabeza de su miembro entre los húmedos labios de su rendija en lugar de disuadiría la espoleaban hasta la locura, y finalmente, profiriendo un débil grito, se inclinó hacia adelante y expulsó el viscoso tributo de su lascivo temperamento.
Esto era exactamente lo que esperaba el desvergonzado cura. Cuando la dulce y caliente emisión inundó su enormemente desarrollado pene, empujó resueltamente
— ¡Ohuu!… Padrecito… esto duele… ¡Uff!… ¡Oh Dios!… No sé si pueda. — Se quejaba Cielo clocando sus manos en los musculosos brazos del sacerdote, pero el primer avance de la penetración ya se había producido presionando con fuerza el elástico sello de virginidad que amenazaba con romperse en cualquier momento.
— Iremos despacio preciosa, muy pero muy despacio. — Aclaró Ambrosio cuya ansiosa excitación era más que evidente tanto por la expresión de su rostro como por su agitada respiración. — Extiende tus piernas y coloca tus manos en este tronco para que lo sujetes, así, eso es, como si tú te lo estuvieras clavando.
Cielo ella había tomado el tronco de esa enorme verga con ambas manos colocando un puño encima del otro para evitar la penetración completa como le había indicado el sacerdote. Un empujón más y otro avance se produjo en la introducción, ahora Cielo lanzaba el grito de dolor que anunciaba la pérdida irreparable de su virginidad, y de un solo golpe Ambrosio introdujo el resto de su voluminoso apéndice en el interior de la hermosa muchacha teniendo como límite las empuñadas y pequeñas manos de Cielo que seguían crispadas a esa monumental erección.
— ¡Ohuuu!… ¡No!… ¡Pare!, ¡Pare por favor padrecito! — Suplicaba Cielo al sentir el decidido avance que aplastaba sus manos mientras sus piernas extendidas a ambos lados del sacerdote temblaban de dolor sin aportar ningún movimiento de defensa.
Pero el marrullero sacerdote que sabía bien que a esas alturas del juego esta víctima ya era suya, empujó resueltamente mientras la sujetaba de las piernas con ambas manos sin preocuparse de los esfuerzos que la chica hacía por seguir poniendo un límite a la inevitable entrada, la cual tuvo que permitir poco a poco, cediéndole terreno al ansioso sacerdote, hasta que tuvo que soltar por completo ese respetable miembro para colocar sus manos en el velludo pecho del sacerdote, como si quisiera con esa acción seguir limitando el brutal ataque al que estaba siendo sometida.
Sin embargo, una vez que Cielo se sintió empalada por la entrada de la mitad de ese terrible miembro en el interior de su tierno cuerpo, perdió el poco control que conservaba, y olvidándose del dolor que sufría rodeó con sus piernas las espaldas del sacerdote y alentó a su enorme invasor a no guardarle consideraciones.
— Mi tierna y dulce chiquilla —murmuró el lascivo sacerdote—. Mis brazos te rodean, mi arma está hundida a medias en tu vientre. Pronto serán para ti los goces del paraíso.
Las partes de Cielo se relajaron un poco, y Ambrosio pudo penetrar unos centímetros más. Su palpitante miembro, húmedo y desnudo, había recorrido la mitad del camino hacia el interior de la jovencita. Su placer era intenso, y la cabeza de su instrumento estaba deliciosamente comprimida por la vaina de Cielo .
— ¡Adelante, padrecito! Estoy segura que puedo con todo. — Exclamó Cielo .
El confesor no necesitaba de este aliento para inducirlo a poner en acción todos sus tremendos poderes copulatorios. Empujó frenéticamente hacia adelante, y con cada nuevo esfuerzo sumió su cálido pene más adentro, hasta que, por fin, con un golpe poderoso lo enterró hasta los testículos en el interior de la vulva de Cielo . Esta furiosa introducción por parte del brutal sacerdote fue más de lo que su frágil víctima, animada por sus propios deseos pudo soportar. Con un desmayado grito de angustia física, Cielo anunció que su estuprador había vencido toda la resistencia que su juventud había opuesto a la entrada de su miembro, y la tortura de la forzada introducción de aquella masa borro la sensación de placer con que en un principio había soportado el ataque. Enseguida Ambrosio lanzó un rugido de alegría al contemplar la hermosa presa que su serpiente había mordido. Gozaba con la víctima que tenía empalada con su enorme ariete. Sentía el enloquecedor contacto con inexpresable placer. Veía a la muchacha estremecerse por la angustia de su violación. Su natural impetuoso había despertado por entero. Pasare lo que pasare, disfrutaría hasta el máximo. Así pues, estrechó entre sus brazos el cuerpo de la hermosa muchacha, y la agasajó con toda la extensión de su inmenso miembro.
—Hermosa mía, realmente eres incitante. Tú también tienes que disfrutar. Te daré la leche de que te hablaba. Pero antes tengo que despertar mi naturaleza con este lujurioso cosquilleo. Bésame, Cielo , y luego la tendrás. Y cuando mi caliente leche me deje para adentrarse en tus juveniles entrañas, experimentarás los exquisitos deleites que estoy sintiendo yo. ¡Aprieta. Cielo
! ¡Déjame también empujar, chiquilla mía! Ahora entra de nuevo, ¡Oh…! ¡Oh…!
Ambrosio se levantó por un momento y pudo ver el inmenso émbolo a causa del cual la linda hendidura de Cielo estaba en aquellos momentos extraordinariamente distendida.
Firmemente empotrado en aquella lujuriosa vaina, y saboreando profundamente la suma estrechez de los cálidos pliegues de carne en los que estaba encajado, empujó sin preocuparse del dolor que su miembro provocaba, y sólo ansioso de procurarse el máximo deleite posible. No era hombre que fuera a detenerse en tales casos ante falsos conceptos de piedad, en aquellos momentos empujaba hacia dentro lo más posible, mientras que febrilmente rociaba de besos los abiertos y temblorosos labios de la pobre Cielo .
Por espacio de unos minutos no se oyó Otra cosa que los jadeos y sacudidas con que el lascivo sacerdote se entregaba a darse satisfacción, y el glu–glu de su inmenso pene cuando alternativamente entraba y salía del sexo de la Cielo penitente.
No cabe suponer que un hombre como Ambrosio ignorara el tremendo poder de goce que su miembro podía suscitar en una persona del sexo opuesto, ni que su tamaño y capacidad de descarga eran capaces de provocar las más excitantes emociones en la joven sobre la que estaba accionando.
Pero la naturaleza hacía valer sus derechos también en la persona de la joven Cielo . El dolor de la dilatación se vio bien pronto atenuado por la intensa sensación de placer provocada por la vigorosa arma del santo varón, y no tardaron los quejidos y lamentos de la linda chiquilla en entremezclarse con sonidos medio sofocados en lo más hondo de su ser, que expresaban su deleite.
— ¡Padre mío! ¡Padrecito, mi querido y generoso padrecito! Empujad, empujad: puedo soportarlo. Lo deseo. Estoy en el cielo. ¡El bendito instrumento tiene una cabeza tan ardiente! ¡Oh, corazón mío! ¡Oh… oh! Madre bendita, ¿qué es lo que siento?
Ambrosio veía el efecto que provocaba. Su propio placer llegaba a toda prisa. Se meneaba furiosamente hacia atrás y hacia adelante, agasajando a Cielo a cada nueva embestida con todo el largo de su miembro, que se hundía hasta los rizados pelos que cubrían sus testículos.
Al cabo, Cielo no pudo resistir más, y obsequió al arrebatado violador con una cálida emisión que inundó todo su rígido miembro.
Resulta imposible describir el frenesí de lujuria que en aquellos momentos se apoderó de la joven y encantadora Cielo . Se aferró con desesperación al fornido cuerpo del sacerdote, que agasajaba a su voluptuoso angelical cuerpo con toda la fuerza y poderío de sus viriles estocadas, y lo alojó en su estrecha y resbalosa vaina hasta los testículos.
Pero ni aún en su éxtasis Cielo perdió nunca de vista la perfección del goce. El santo varón tenía que expeler su semen en el interior de ella, tal como él se lo había descrito, y la sola idea de ello añadía combustible al fuego de su lujuria.
Cuando, por consiguiente, el padre Ambrosio pasó sus brazos en torno a su esbelta cintura, y hundió hasta los pelos su pene de semental en la vulva de Cielo , para anunciar entre suspiros que al fin llegaba la leche, la excitada muchacha se abrió de piernas todo lo que pudo, y en medio de gritos de placer recibió los chorros de su emisión en sus órganos vitales.
Así permaneció él por espacio de varios segundos, eyaculando una tras otra, sus descargas de semen, cada una de las cuales era recibida por Cielo con profundas manifestaciones de placer, traducidas en gritos y contorsiones. Tras las violentas emociones, la jovencita quedó como muerta, con la cabeza caída hacía atrás, y el cuerpo en actitud de total abandono, el impacto emocional de esa extraña y novedosa sensación la había dejado postrada, completamente inerte y a merced de los abusivos agasajos que el lujurioso sacerdote seguía dándole a su tembloroso cuerpo. Cielo , por fin había conocido el Orgasmo.
(Sientes en tu oído la caricia de las palabras carnívoras que desatan la locura hormonal de tu cuerpo; y el fuego del placer te hace pronunciar palabras extintas en el diccionario, que cual poema bilingüe son arrancadas desde tu garganta con la misma intensidad del sudor de la noche.)
No es necesario abundar sobre el cambio que se produjo en Cielo después de las experiencias relatadas, las cuales eran del todo evidentes en su porte y su conducta. Una muchacha tan joven, de apariencia tan inocente, una persona de frescura y belleza infinitas, una mente de llameante vitalidad, convertida de pronto por el “accidental” curso de los acontecimientos en un volcán de lujuria con inclinaciones y deseos tan lujuriosos y lascivos como los del sacerdote que la había iniciado.
Sin embargo, transcurrieron varias semanas antes de que el libidinoso sacerdote encontrara la oportunidad de volver a acosar a su joven penitente con el mismo cuento de que si no se presentaba a tal hora se vería obligado a revelar ante su parentela y amistades el video que obraba en su poder, pero al fin se presentó la ocasión en que pudo atraparla, y ni qué decir tiene que la aprovechó de inmediato.
En consecuencia, el astuto individuo había encontrado el medio de hacerle saber que era urgente verla, y pudo disponer de antemano las cosas para recibir a su linda huésped como la vez anterior.
Tan pronto como Cielo se encontró a solas con su seductor, éste se lanzó sobre ella, y apresando su frágil cuerpo en apretado abrazo, prácticamente la levantó del suelo prodigándole lujuriosos besos en el cuello.
Ambrosio le comunicaba todo el calor de su pasión con ese abrazo, y así sucedió que la pareja se encontró de inmediato entregada a un intercambio de cálidos besos. Cielo estaba atrapada por ese lujurioso abrazo con su trasero apoyado sobre el cofre acojinado en el que perdió la virginidad una y otra vez a manos de ese insaciable sacerdote.
Pero el padre Ambrosio no iba a conformarse con besos solamente; deseaba algo más sólido, por experiencia sabía que su joven penitente podía proporcionárselo.
Cielo no estaba menos excitada que su clerical admirador. Su sangre afluía rápidamente, sus hermosos ojos llameaban por efecto de una lujuria incontrolable, mientras sentía contra su cuerpo la protuberancia del miembro de Ambrosio que se desarrollaba presionando sus partes íntimas, lo cual denunciaba a las claras el estado de sus sentidos.
Pronto, Ambrosio exhibió su bien dotada arma, bárbaramente dilatada a la vista de la jovencita. En cualquiera otra ocasión Ambrosio hubiera sido mucho más prudente en darse ese gusto, pero en esta oportunidad sus alborotados sentidos habían superado su capacidad de controlar el deseo de regodearse lo antes posible en los juveniles encantos de una víctima que estaba a su completa disposición, y a la que ahora podía darse el lujo de darle el trato de una prostituta.
Estaba ya sobre el cuerpo de su Cielo penitente. Su gran humanidad cubría por completo el cuerpo de ella. Su miembro en erección se clavaba en el vientre de Cielo , cuyas ropas estaban recogidas hasta la cintura.
Con su enorme miembro empuñado en una mano, Ambrosio llegó al centro de la hendidura objeto de su deseo; ansiosamente llevó la punta caliente y carmesí hacia los abiertos y húmedos labios. Empujó, luchó por entrar.., y lo consiguió. La inmensa máquina de placer entró con paso lento pero firme. La cabeza y parte del miembro ya estaban dentro.
Unas cuantas firmes y decididas embestidas completaron la conjunción, y Cielo recibió en toda su longitud el inmenso y excitado miembro de Ambrosio. El estuprador yacía jadeante sobre su víctima, en completa posesión de sus más íntimos encantos.
Cielo , dentro de cuyo vientre se había acomodado aquella vigorosa masa, sentía al máximo los efectos del intruso, cálido y palpitante.
Entretanto Ambrosio había comenzado a moverse hacia atrás y hacia adelante. Cielo trenzó sus blancos brazos en torno a su cuello, y enroscó sus lindas piernas enfundadas en seda sobre sus espaldas, presa de la mayor lujuria.
— ¡Qué delicia! —murmuró Cielo , besando arrolladoramente sus gruesos labios—. Empujad más., todavía más. ¡Oh, cómo me forzáis a abrirme, y cuán largo es! ¡Cuán cálido. cuan., oh… oh!
Y sin poder resistir más, la jovencita derramó su dulce emisión, en respuesta a las furiosas embestidas con las que el resuelto sacerdote daba rienda suelta a su bestial lujuria, al mismo tiempo que su cabeza caía hacia atrás y su boca se abría en el espasmo del coito.
El sacerdote se contuvo e hizo una breve pausa. Los latidos de su enorme miembro anunciaban suficientemente el estado en que el mismo se encontraba, y quería prolongar su placer hasta el máximo.
Cielo comprimió el terrible dardo introducido hasta lo más íntimo de su persona, y sintió crecer y endurecerse todavía más, en tanto que su enrojecida cabeza presionaba su juvenil matriz.
Casi inmediatamente después su pesado amante, incapaz de controlarse por más tiempo, sucumbió a la intensidad de las sensaciones, y dejó escapar el torrente de su viscoso líquido.
— ¡Oh, Por Dios!… ¡Que Delicia! — gritó la excitada muchacha.
Tras la aparatosa venida, el padre Ambrosio desmontó de su cabalgadura, y cuando Cielo se puso de pie nuevamente sintió deslizarse una corriente de líquido pegajoso que descendía por sus lampiños y bien torneados muslos.
Apenas se había separado el padre Ambrosio cuando se abrió la puerta que conducía a la iglesia, y aparecieron en el portal otros dos sacerdotes. El disimulo resultaba imposible.
— ¡Insensatos!… ¡Que habéis hecho! — Exclamó el de más edad de los dos, un hombre que andaría entre los treinta y los cuarenta años, haciendo que en la asustada Cielo surgieran de nuevo los tormentosos terrores con los que el padre Ambrosio la había obligado a entregarse.
— ¡Ambrosio!, ¡Esto es completamente inaceptable!, y lo sabes bien. — Continuó diciendo el recién llegado, con una altisonante y bien timbrada voz de tenor, cuyo autoritario enojo hacía temblar a la atemorizada jovencita, que inconscientemente se esforzaba por buscar refugio tras el padre Ambrosio.
. Pero el irritado sacerdote, que, con su rostro enrojecido y la mirada fija en ella, caminaba rodeándolos mientras hablaba, pronto llegó hasta quedar frente a la escondida Cielo , que en esos momentos tenía los ojos clavados en el piso, y con su voz de fuego continuó diciendo:
— ¡Esto va en contra de las normas y privilegios de nuestra orden!… que disponen que toda adquisición debe ser compartida con el resto de tus colegas.
— Tomadla entonces. — Refunfuñó Ambrosio. — Todavía no es demasiado tarde. Apenas Iba a comunicaros lo que había conseguido cuando…
— Cuando la deliciosa tentación de esta rosa fue demasiado fuerte para ti, amigo nuestro —interrumpió el de la voz cantante, apoderándose de la atónita Cielo , sujetándola de las caderas, como cuando se comprueba la calidad de un animal que va a ser adquirido, al tiempo que el otro sacerdote introducía su enorme mano debajo de sus vestimentas para tentar los suaves muslos de ella aproximándose a su rostro.
— Lo hemos visto todo al través del ojo de la cerradura. — Susurró el bruto a su oído. — No tienes nada qué temer; únicamente queremos hacer lo mismo contigo.
Cielo respiró aliviada al sentir el agasajo de ambos sacerdotes, pues recordó las condiciones en que se le había ofrecido consuelo en la iglesia, y supuso que ello formaba parte de sus nuevas obligaciones. Por lo tanto, permaneció inmóvil, muy quieta, simulando acomodar su pelo mientras soportaba el abusivo agasajo de los recién llegados sin oponer la mínima resistencia, mientras Ambrosio contemplaba todo sin poder disimular una sonrisa de complicidad.
En el ínterin los sacerdotes habían pasado sus fuertes brazos en torno a la delgada cintura de Cielo , cubriendo de besos el rostro y el cuello de ésta.
Así fue como la jovencita se encontró entre dos fuegos, por decir lo menos. En vano miraba a uno y después a otro en demanda de respiro, o de algún medio de escapar del predicamento en que se encontraba.
A pesar de que estaba completamente resignada al papel al que la había reducido el astuto padre Ambrosio, se sentía en aquellos momentos invadida por un poderoso sentimiento de debilidad y de miedo hacia los nuevos asaltantes.
Cielo no leía en la mirada de los nuevos intrusos más que deseo rabioso, en tanto que la impasibilidad de Ambrosio la hacía perder cualquier esperanza de que el mismo fuera a ofrecer la menor resistencia.
Entre los dos hombres la tenían emparedada, y en tanto que el que habló primero deslizaba su mano hasta su rosada vulva, el otro no perdió tiempo en posesionarse de las redondeces posteriores de ese increíble nalgatorio.
Entre ambos, a Cielo le era imposible resistir.
— ¡Aguardad un momento! — Dijo Ambrosio, provocando de inmediato un respiro de esperanza en la angustiada Cielo . — Sí tenéis prisa por poseerla cuando menos desnudadla sin estropear su vestimenta, como al parecer pretendéis hacerlo.
— ¡Desnúdate, Cielo ! — Siguió diciendo Ambrosio. — Ya fuiste instruida acerca de que todos tenemos que compartirte, de manera que disponte a ser instrumento voluntario de nuestros deseos comunes. En nuestro convento se encuentran otros cofrades no menos exigentes que yo, y tu tarea no será en modo alguno fácil, como ya te lo había advertido, así que será mejor que recuerdes en todo momento las obligaciones que tienes que cumplir a cambio de librarte del castigo al que tanto temes, disponte pues a aliviar a estos santos varones de los apremiantes deseos que ahora ya sabes cómo suavizar.
Así planteado el asunto, no quedaba alternativa.
Continuará…

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