Un verano de hace ya algunos años, vino de visita Alex, un amigo de mi hijo a quedarse en casa. A él no lo veía desde mucho tiempo, ya que con su familia se mudaron cuando él aún era niño y vivía muy lejos, por lo que solo mantenía contacto por internet con mi hijo.
Desde el momento en que Alex llegó a la casa, sentí un torbellino de emociones. Mi hijo, Daniel, siempre hablaba de su amigo con mucho cariño, pero ver a Alex en persona, tan apuesto y seguro de sí mismo, me dejó impresionada. La primera vez que lo vi, me sorprendió la manera en que había crecido.
A lo largo de nuestra interacción, me di cuenta de que la atención de Alex hacia mí no era solo amistosa. Sus elogios sobre mi apariencia y mi forma de moverme eran inusualmente halagadores. En particular, noté cómo sus miradas se detenían en los vestidos cortos y ligeros que solía usar durante el verano, que acentuaban mi figura y revelaban una sensualidad que no podía pasar desapercibida. Esto me recordó otras ocasiones en las que hombres jóvenes se habían fijado en mí. Aunque nunca había hecho nada al respecto, la atención de Alex despertó una chispa de curiosidad y deseo en mí.
A mis 50 años, con Alex teniendo 18, me apareció una mezcla de nostalgia y fascinación. Aunque muchos hombres jóvenes se habían fijado en mí a lo largo de los años, esta vez la atracción era diferente. Recordaba con claridad hace cinco años, cuando casi tuve una aventura con un joven de 23 años que conocí en el gimnasio. Era un joven atractivo y simpático con quien había compartido varias conversaciones intensas, pero la aventura no se concretó debido a la falta de tiempo y mi indecisión. Me había sentido atraída por él, pero el miedo a complicaciones y mi situación familiar me detuvieron, dejándome con una sensación de oportunidad perdida.
Una noche, cuando mi marido se tuvo que ir unos días de la ciudad por trabajo, y mi hijo Daniel se fue a dormir temprano, Alex y yo nos encontramos en la sala. La conversación se volvió más íntima, y sentí una atracción que no había experimentado en mucho tiempo.
“Elena,” comenzó Alex con un tono suave, “siempre he admirado cómo tienes una habilidad única para hacer que todos se sientan cómodos. La forma en que te mueves y tu presencia son realmente especiales. ¿Tienes algún secreto para mantenerte así? ¿Practicas algún deporte o sigues algún régimen especial?”
Me sorprendió su pregunta, pero me sentí halagada. “No exactamente un secreto,” respondí, “pero trato de mantenerme activa. Hago yoga y disfruto de caminar. Creo que mantenerse en movimiento ayuda a sentirse bien por dentro y por fuera.”
“Eso es evidente,” dijo Alex, su mirada se hacía más intensa. “Porque tu elegancia y gracia son innegables. Eres alguien a quien no puedo ignorar. ¿Cuándo eras joven, muchos hombres te cortejaban?”
Reí suavemente, un poco avergonzada. “Bueno, sí, hubo algunos. Pero creo que el verdadero valor de una persona está en las conexiones que construye, no solo en la atención que recibe.”
“Eso es muy cierto,” dijo Alex, acercándose un poco más. “Y es evidente que has mantenido esa calidad en ti misma. A veces me pregunto si hay alguien en tu vida que realmente aprecie todo lo que eres.”
Su pregunta era inesperada y me hizo reflexionar. “Mi relación con mi marido es sólida”, respondí con una sonrisa algo pensativa. “Sin embargo, él pasa mucho tiempo fuera de la ciudad debido a su trabajo, y a veces siento que necesito más atención y compañía de la que él puede darme. A pesar de nuestra estabilidad, esa falta de cercanía puede dejar un vacío.”
Alex me miró con una intensidad que no podía ignorar. “Elena, eres más que atractiva. Desde que llegué, he notado tu elegancia, y me atrae profundamente. En realidad, nunca he tenido intimidad con una mujer antes, y me encantaría que mi primera vez fuera contigo.”
Su confesión me dejó sin palabras. “¿Nunca has estado con una mujer? Eso es… inesperado. ¿Y por qué crees que yo debería ser la primera?”
“Porque eres única,” dijo Alex con sinceridad. “Tu elegancia y experiencia en la vida me atraen enormemente. He imaginado cómo sería estar contigo, y creo que sería especial tener mi primera experiencia contigo. Además, nunca he tenido una novia, y me encantaría compartir este momento contigo.”
Me sentí halagada, pero también conflictuada. “Es una propuesta atrevida, Alex. Soy una mujer casada, y esto podría ser complicado.”
“Entiendo tus preocupaciones,” admitió Alex, “pero esta noche, con mi marido en la habitación de invitados, podríamos disfrutar de este momento sin complicaciones. ¿No te parece emocionante?”
A medida que me hablaba, el deseo y la curiosidad que sentía se hicieron más fuertes. “Me estás tentando, Alex,” dije con una sonrisa juguetona. “Y esta noche parece tranquila… tal vez podría ser una oportunidad única.”
Nos dirigimos al cuarto donde duermo con mi marido, un espacio acogedor y elegante, iluminado por la luz tenue de una lámpara de noche. Las sábanas de seda se deslizaban suavemente cuando entramos. Me desnudé lentamente, sintiendo una mezcla de nervios y excitación. Alex me miraba con admiración mientras me preparaba para lo que estaba por venir. Me agaché, y me metí su polla en la boca, lo cual lo volvió loco al punto de que estaba casi por correrse, por lo que no estuve mucho ahí. Me paré, me tomó de la cintura y me acercó a la cama.
Nos tumbamos en la cama, y el contacto de mi piel desnuda contra la suya era una caricia constante. Los besos ardientes y las caricias se convirtieron en una mezcla de deseo y exploración. “Voy a mostrarte todo lo que he aprendido a lo largo de los años,” susurré mientras mis manos tocaban su pecho, y él me tocaba con locura mi culo, mis tetas y mis piernas, a la vez que nos besábamos todo el cuerpo.
Al poco rato, se puso sobre mí y me comenzó a coger en la posición del misionero. La habitación se llenó de gemidos y sensaciones mientras nos movíamos juntos, la pasión entre nosotros se desbordaba. Yo trataba de hacerlo bajar un poco la velocidad y decirle que cambiara de ritmo, de modo que ambos disfrutábamos más, y el fue entendiendo que el placer me lo podía dar tanto con la rapidez como con lo fuerte de la penetración. Lo hice concentrarse en que era importante durar para que yo me pudiera correr con él, y cuando le dije que me iba a venir, el me llenó de semen y tuvimos un orgasmo juntos.
Finalmente, cuando ambos estábamos exhaustos pero satisfechos, nos quedamos en la cama, envueltos en una manta de seda. Me acurruqué en el pecho de Alex, y en el resplandor tenue de la lámpara, intercambiamos miradas llenas de complicidad y satisfacción.
“Esto ha sido algo inolvidable,” dije con una sonrisa suave, mi voz cargada de gratitud y deseo.
“Sí, lo ha sido,” respondió Alex, abrazándome más cerca. “Gracias por compartir este momento tan especial conmigo.”
A lo largo de los días siguientes, mientras mi marido estaba fuera de la ciudad por trabajo, nuestros encuentros nocturnos se convirtieron en un ritual esperado. Cada noche, después de que mi hijo Daniel se iba a dormir, nos encontrábamos en mi cuarto para probar nuevas posiciones, me lo metió en cuatro, de lado, boca abajo, yo cabalgando, yo recostada sobre él, yo sentada de espaldas a él, me dio por el culo… Creo que lo dejé bien enseñado.
Cuando mi marido regresó, nuestros encuentros terminaron, pero los recuerdos quedaron grabados en mi mente como una experiencia única y significativa. Aunque fue breve, la conexión que compartimos me dejó una sensación de satisfacción y una chispa de deseo que atesoraré en mi memoria.
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