La tienda
El fuerte olor a cuero y goma la envolvió apenas Carol entró a la tienda. Siempre se sorprendía de lo pequeña y oscura que era por dentro; desde afuera parecía dos o tres veces más grande. ¿Tal vez el almacén ocupa el resto del lugar?, pensó.
Oliver estaba detrás del mostrador, parecía enojado, como siempre. Había algo muy atemorizante en su mirada, siempre la hacía sentir un poco nerviosa, pero nunca dejaba vivir el sentimiento más de un segundo. No permitiría que ningún hombre la intimidara.
“¡Hola!”, gritó Carol con una sonrisa, apoyándose en el mostrador y dejando sus grandes tetas a la vista del hombre. Podía sentir cómo resistía las ganas de mirarlas. El hombre no respondió al saludo.
“Vine a buscar las botas que había encargado, las rojas patente de nueve pulgadas”, dijo Carol.
Un incómodo silencio siguió. ¿Por qué tenía que ser tan malditamente extraño siempre?
“Tengo que buscarlas en el almacén”, respondió por fin el hombre después de lo que pareció una hora de silencio. “Tal vez tarde, no toques nada mientras no estoy”, dijo antes de desaparecer por una puerta detrás del mostrador. Maldito grosero.
Carol ahogó una carcajada. ¿No toques nada? ¿Quién era él para darle órdenes? Comenzó a dar vueltas por la tienda; era la primera vez que la encontraba completamente sola. Las veces anteriores siempre había alguien más comprando o curioseando las cosas. Se acercó a unos exhibidores llenos de tangas y sujetadores de látex en diferentes colores y estilos. Se llevaría un par a casa. Había pensado en meterlos en su cartera y ya, pero el montón de cámaras de seguridad que había en la tienda la detenía.
Había otros mostradores llenos de látigos, arneses, guantes de látex inflables y muchos otros accesorios de BDSM. En una esquina había un maniquí femenino con un traje de látex completo, se veía hermoso. Carol siempre había querido tener uno pero nunca había podido costearse uno, eran realmente caros.
Nunca se había detenido a ver todas las cosas de la tienda. Cerca del mostrador había un montón de revistas viejas: mujeres amarradas en distintas poses, en sillas, columpios, y todo tipo de aparatos adornaban las portadas.
Carol se acercó de nuevo al mostrador; habían pasado ya diez minutos. Arriba del mostrador había un montón de lubricantes y lociones; seguramente eran para… ¿qué era eso? Al otro lado del mostrador, sobre una mesita, había un traje de látex doblado. Carol se estiró para agarrarlo. Era hermoso, venía con guantes incorporados y según sus cálculos le quedaría a la perfección a una mujer de su tamaño.
Oliver no volvía, ni siquiera se escuchaban ruidos cerca. ¡Era su oportunidad! Debía probarse el traje, ¿quién la detendría? Lo primero que hizo antes de comenzar a desvestirse fue colocarse al frente de una cámara de seguridad, le daría un show al desgraciado de Oliver, era su culpa haber tardado tanto.
Primero se sacó el vestido y los tacones. Hacía demasiado frío en la tienda. Cuando se quitó el brassier, tenía los pezones duros como roca; amaba sentir sus grandes tetas colgando. La panti fue lo último que se quitó; su depilado coño se veía exquisito.
Carol se llenó todo el cuerpo de loción hasta quedar brillante del cuello a los pies antes de intentar sumergirse en el traje. Se le dificultó meter sus voluptuosas piernas en el traje. Había una cosa metálica en la entrepierna del traje que seguro debía introducir en su coño y culo. No lo dudó y lo hizo; estaba frío como la mierda. Meter los brazos fue más fácil. El traje, aunque abierto, le apretaba todo el cuerpo.
Se miró en el espejo; era como tener una segunda piel. Intentó buscar el cierre en la parte delantera, pero donde debería haber estado, solo habían dos barras metálicas. ¿Qué? ¿Cómo se cerraba este traje? Supuso que era un traje sin terminar.
Cuando intentó quitárselo, las dos barras de metal se unieron, quedando cerradas a la perfección. Carol intentó volver a desabrochar el traje, pero antes de que pudiera hacer nada, el traje comenzó a inflarse. Sus guantes se inflaron hasta quedar como dos globos perfectamente redondos. En sus hombros y brazos, otras piezas comenzaron a inflarse, dejándole ambos brazos en posición de L; por más que intentaba, no podía moverlos.
Estaba comenzando a desesperarse cuando otras piezas comenzaron a inflarse en sus piernas. Entre más se inflaba, más se separaban sus piernas, y la pieza de metal que tenía clavada en su coño y culo también se abría, dejándola totalmente abierta.
Disponible para cualquiera que quisiera darle uso.
La muñeca inflable viviente intentó gritar, pero desde atrás de ella, una mano le cubrió la cara con un paño. El fuerte olor a cloroformo fue lo último que sintió antes de desmayarse.
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