Me Gusta que me Mires

Amparo y yo nos conocimos por casualidad, en nuestros días de juventud, ella tenía veinte, yo le llevaba un par de años.

Amparo y yo nos conocimos por casualidad, en nuestros días de juventud, ella tenía veinte, yo le llevaba un par de años.
El destino nos había cruzado en un empleo temporario, a media jornada, en ‘La tienda de Don Jacinto’, así se llamaba el negocio.
Don Jacinto era un veterano que toda su vida se había dedicado a vender repuestos para electrodomésticos, calefones, cocinas, televisores, lustradoras, lavarropas, todo lo referido al hogar, él tenía todo lo inconseguible en el mercado, y en su cabeza platinada por los años, guardaba conocimientos de todo ese mundo secreto, él sabía absolutamente todo de todo, solo que estaba viejo y cansado para llevar adelante el negocio, y solía tener algunos empleados de ocasión, con pocas pretensiones, por poca paga.

Y ahí fue donde coincidimos, detrás de un mostrador para atención al público, en un pasatiempo pasajero del cual poco nos interesaba, ya que a ambos nos unía un objetivo en común, sacar unos pesos para poder solventar los estudios, nuestras verdaderas vocaciones.
Yo estudiaba ingeniería, estaba a media carrera y notaba el sacrificio que hacían mis padres para poder costearme los estudios, y ya me sentía lo suficientemente adulto como para quitarle peso de encima, además, detrás mío venía mi hermano de quince, y mi hermana de diez, y me parecía justo y lógico que ellos tuvieran también sus oportunidades, suficiente habían hecho ya por mí.

Amparo era una chica risueña, charlatana, y ya en esos primeros encuentros noté lo extrovertida que era, le gustaba ser centro de atención, ser eje, sentirse observada. Ella estudiaba danzas, desde pequeña su madre la había llevado por el tema de danzas clásicas, con intenciones de verla recorrer el mundo, pero la realidad, el presente, la había llevado a incursionar en variantes, como tango, folclore, música de centro américa y todo lo relacionado a mover el cuerpo.
En esos días, su objetivo era tener en el futuro, una escuela de danzas.
A primera impresión ella ya me había entrado por los ojos, de líneas muy armónicas, muy delgada, de pechos pequeños, usaba unas llamativas rastas entre morenas y rubias, y generalmente vestía unos amplios y coloridos pantalones que me dejaban adivinar un escueto, pero bien formado trasero

Nos hicimos cómplices y alguna vez cruzamos miradas que no debimos cruzar, menos ella, que llevaba un noviazgo prolongado con un compañero de estudios secundarios, Alexis, un rubio que cada tanto pasaba a buscarla en motocicleta.
Pero las cosas solo se dieron, un día, después del trabajo, fuimos a tomar unas copas para terminar enredados entre las sábanas de un hotel, y esa primera vez, me bastaría para saber que estaba con la mujer de mi vida.
Por un tiempo fui su amante, y aunque por un lado no me gustaba que estuviera con Alexis, por el otro, me excitaba la forma tan de puta con la que ella manejaba la situación, como jugaba sus cartas y como rompió políticamente con él llegado el momento.

Y fuimos pareja, hacerle el amor era tocar el cielo con las manos, sus movimientos, sus gemidos, sus perversiones, me hice dueño de sus inconfesables secretos, amo y señor

Atrás habían quedado los días de ‘La tienda de Don Jacinto’, llegando a los treinta, ella tenía su escuela de danzas, objetivo cumplido, y tenía muchas chicas y las jornadas demasiado cargadas, yo me había recibido de ingeniero y estaba haciendo una carrera meteórica, había saltado de una empresa a otra, puesto de jefatura, y luego de gerencia, estaba haciendo mucho dinero y haciendo lo que más me gustaba
Mi chica, a los treinta estaba mucho más intrigante que a los veinte, había dejado de lado esas rastas y había adoptado un look más delicado, con cabellos largos en tonos de rubios que le quedaba muy bien con sus ojos celestes
Su cuerpo estaba estilizado producto de años de danza y sus curvas de mujer habían llegado a la madurez perfecta, y en la cama se portaba como un demonio

Además, en algún momento se había acercado al ‘pole dance’ y en la intimidad, solo actuaba para mí, en bailes eróticos, enfundada en ligas, medias de red, corset y tacos altos, le encantaba provocarme, me pedía que la filmara, que le tomara fotografías, y era como una estrella de cabaret rodeada por cámaras y flashes, tenía esos aires de vedette que no podía disimular y le gustaba jugar a ser mi puta privada

Pero no todo podía ser perfecto en nuestra historia, estábamos en planes de tener nuestro primer hijo cuando las cosas se mezclaron con mi profesión, me habían ofrecido un puesto corporativo con participación en las acciones de la empresa, y son esas ofertas que no puedes, o no debes decir que no, y solo se presentan una vez en la vida.
Y el verdadero problema era que mi nuevo puesto equivalía a transformarme en un nómade, visitando y controlando muchas fábricas a lo largo y ancho de todo sud américa.

Amparo y yo lo hablamos mucho, como siempre me apoyaría en mi decisión, pero ella no podría venir conmigo a cada sitio, tenía sus raíces, su escuela de danzas, su vida ancladas en nuestra ciudad.
Y empecé a viajar, por acá, por allá, y la separación se nos hizo horrible, lo único bueno eran los reencuentros, cuando cogíamos como animales primitivos, pero la distancia se hacía un puente demasiado extenso para atravesar.
Muchas noches, en la soledad de mi cuarto de hotel, caía desarmado por el cansancio, pero otras noches, solo no podía conciliar el sueño, extrañándola demasiado, y con el convencimiento de saber que esta situación sería imposible de mantener en el tiempo, de esta manera, tarde o temprano nuestro matrimonio naufragaría

No recuerdo cómo empezó, ni quien lo sugirió, creo que solo se dio, de largas llamadas habíamos pasado a videollamadas, y de vernos el rostro, ella empezó a regalarme algún que otro baile erótico, me decía como siempre, que le gustaba que yo la mirara y solo me masturbé en la soledad de mi cuarto, a quinientos kilómetros de distancia.
Se hizo un tanto habitual, un tanto costumbre, y empezaron a llegar sus fotos pornográficas, a veces, en medio de una junta, en medio de mi empleo, ver su rostro de puta, sus diminutas tetas desnudas, su concha depilada y sus delgadas piernas de ensueño en una pantalla de celular se me hacía irresistible, y alguna que otra vez, me encerraba en algún baño de ocasión solo para poder tocarme.
La separación solo potenció poco a poco ese lado exhibicionista de mi mujer, el aburrimiento, el deseo reprimido, la soledad, porque Amparo tenía una madre, un padre, hermanos, amigas, trabajo, pero ella necesitaba a un hombre, y en esos momentos, yo solo estaba ausente. Y podía sentirlo, yo era la otra cara de la moneda y en cada noche, antes de dormirme, imaginaba su presencia a mi lado

Me sorprendería poco tiempo después, estaba solo en mi habitación, y en la pantalla de mi notebook pude deleitarme con su show de pole dance solo para mí, completamente desnuda, y me hizo morir en deseo.
Pero eso sería el principio, porque ella me presentaría a su nuevo amigo, ‘el mini Jorge’ como lo había bautizado, un diminutivo de mi nombre, una enorme verga de juguete digno de una puta perra viciosa.
Tuve sensaciones encontradas, que llamara ‘mini’ a esa monstruosidad me sabía humillante, pero también me dejaba saber que necesitaba demasiado una buena verga.
De todas maneras, fue muy sexual ver a mi propia esposa haciéndole el amor a ese juguete, ella miraba directo a la cámara mientras lo chupaba como una perra, y luego masturbándose fuerte metiéndoselo en la conchita, tan profundo como nunca hubiera imaginado que podría hacerlo. Qué para finalizar, se lo diera por el culo, y me mostrara su rostro de satisfacción y su esfínter dilatado, sería in bonus track para llevarme a la locura, porque eso lo hacía por mi placer, no por el suyo
Y ese primer juguete dio lugar a un segundo y a un tercero, mi mujer experimentaba cosas nuevas y me hacía parte del juego

Las cosas funcionaban de esa rara manera, demasiado distantes, Amparo se excitaba mostrándose para mí, y yo me calentaba observándola. Nuestros encuentros reales eras distantes en el tiempo, y a pesar de todo, la seguía amando con locura, y eso no quitaba que tuviera que resistirme a muchas ocasiones de ser infiel, un tipo con dinero, joven, con un perfil empresarial de poder, era un buen plato para muchas mujeres que a diario cruzaba en mi camino en forma fortuita.
Y era obvio, que, si eso me pasaba a mí, otro tanto le pasaría a ella, mi mujer era en verdad muy bonita, y no faltaría quien quisiera llevarla a la cama

La situación estaba en un punto muerto, casi ya sin retorno, y lo que sucedería era algo que tarde o temprano iba a suceder.
Esa noche yo estaba en la provincia de Tucumán, en un ingenio azucarero, había tenido un día extenuante, con complicadas reuniones hasta la medianoche, así era mi trabajo. Le había comentado lo que pasaba a mi mujer, pero ella me dijo que necesitaba una noche caliente, y si bien insinué en todas las maneras posibles que ‘esa noche no’, ella insistió puesto que era algo muy importante.
Nuestra relación estaba tan lastimada que acepté hacer un zoom como cada tanto, solo que no estaba de humor, era tarde, y los problemas laborales aun me daban vueltas por mi cabeza.

Cuando nos conectamos hablamos un poco, como siempre estaba en nuestro cuarto matrimonial, muy ligera de ropas e hizo un rápido show del que ya estaba acostumbrado.
Pero entonces se puso en cuatro patas y acercó su rostro a la cámara, demasiado, pegado, al punto que solo veía ese primer plano y parte de sus dorados cabellos, nada más.
Fue cuando una voz masculina se escuchó en el cuarto

Jorge está viendo?
Si, está viendo, – respondió ella –
Sabe que te voy a coger? – repreguntó él –
No, no sabe, es una sorpresa – aseveró ella –

Me quedé como petrificado, congelado, realmente estaba sorprendido y realmente lo iba a hacer, es más, ella volvió a hablar con cara de sádica

Dale bebé, cogeme toda, haceme gritar, llename con esa pija hermosa que tenes!

Y luego, obviamente hablándome a mi dijo

Me gusta que me mires!

Yo no salía de mi asombro, pero en segundos, antes que yo abriera la boca, ese extraño, al que no veía, pero escuchaba, empezó a cogerse a mi esposa, si! a mi esposa! y en mi cara!
El rostro de Amparo comenzó a desdibujarse lentamente, sus ojos se cerraron al tiempo que sus labios se abrieron, sus gemidos empezaron a llenar mis oídos y su aliento empañó la lente de la cámara.
Entre susurros, ella me preguntaba si me gustaba, y que quería ver al mismo tiempo como yo me masturbaba por culpa de ella y de su amante.
El tipo, desde atrás la nalgueaba y la cogía rico, le decía que era una puta y Amparo solo bramaba en placer. Me encontré con la pija dura, y como un voyeur solo empecé a tocarme, más y más, y me encargaba de darle a mi esposa el mejor plano de lo que yo mismo estaba haciendo.

Me vine muy rápido, antes que su amante y llené de semen todo en derredor. Fue muy caliente, muy raro, segundos después él también se vino y los movimientos sobre el colchón cesaron, solo sentí su voz preguntando algo así como si yo lo había disfrutado.
En la cara de mi esposa se notaba el placer de haber sido cogida, de que yo la estuviera observando, de que me hubiera acabado y de experimentar algo totalmente nuevo, entonces se rio un poco, como sobradamente, y se empezó a chupar los dedos que previamente se había embardunado con el semen del tercero, y me preguntó si me había gustado.
Quise prolongar la charla, pero la muy maldita, unilateralmente me dijo que no, que era tarde y tenía que jugar un poco más con su ‘nuevo juguete’, me mandó un beso y solo cortó la videollamada

Me sentí confundido, perdido, me incorporé y fui hacia el amplio ventanal que daba a un lado, corrí los cortinados y me quedé observando la inmensidad de la noche, con un cielo renegrido plagado de infinitas estrellas que titilaban en forma incansable, tomé mi celular, busqué un poco en mi biblioteca de música y di con ese tema nuestro, ese tema que cada pareja tiene y lo dejé correr, muy suave, muy romántico y en un par de minutos unas lágrimas rodaron por mi rostro, Amparo era la mujer de mi vida, la estaba perdiendo, y solo era mi culpa, miles de veces me lo había pedido, miles de veces preferí ignorarla.
Me lavé el rostro, tomé mi abrigo, mis pertenencias y bajé al restaurante del hotel, estaba desierto, solo un chico en la barra sacaba brillo a las copas de puro aburrimiento nomás. Le pedí un trago, y tragué ese alcohol como si fuera agua, me quemó la garganta, quería que apagara mi dolor

Crucé unas palabras con el muchacho, de la vida, de la noche, del trabajo, cosas sin sentido, le pedí un segundo trago y también le dije que me consiguiera una prostituta para pasar la noche mientras le daba unos billetes de propina, el me miró como extrañado, me dijo no entender mis palabras, pero metí la mano en el bolsillo y agregué más dinero, entonces, pareció meditarlo y sacó un book reservado para gente de dinero, pegué una hojeada mientras su voz al otro lado del mostrador me decía que sería una tarea un poco complicada, eran ya las dos de la mañana.
A las cuatro me estaba revolcando con una desconocida entre las sábanas de mi cama, una mujer que por dinero podía hacerme sentir el único hombre sobre la tierra, y cuando ella se fue, me sentí tan vacío como antes.
Al día siguiente, por primera vez en mi vida llegaría demasiado tarde a cumplir mis obligaciones laborales, y una indigestión inventada serviría como excusa.

De regreso a casa tuve una larga y tendida charla con Amparo, con sensaciones encontradas, amor, engaño, consentimiento, dolor, excitación, frustración, placer, odio, orgasmo, todo, absolutamente todo mezclado en una maldita picadora de carne.
Surgieron nuevas reglas de convivencia, firmamos un pacto en el aire, y como yo nunca cambiaría en mi profesión, acepté el rol que alguna vez había tenido Alexis, ese noviecito de años atrás, ser el titular, pero no el único

Tiempo después Colombia me recibía, la tierra de las mujeres pulposas y de un acento peculiar, donde sería momento de poner en práctica las nuevas reglas
Emma sería el nombre de la prostituta de ocasión para esa noche, era el otro extremo al amor de mi vida, una morena de piel cobriza y ojos verdes, con un cabello realmente llamativo, enrulado naturalmente, abundante, como la melena de un león, muy bonita, con unas tetas enormes y un culo por demás llamativo, había aceptado el juego por dinero, y ya encerrados en la habitación, llegaba la hora de contactar por cámara a mi bella esposa.
Al otro lado, en Argentina, ella volvería a sorprenderme, porque esperaba un nuevo amante, esa era la idea, pero Amparo estaría sola, con sus juguetes, y entendí que, en toda su mente perversa, solo maquinaba diferentes maneras de ser felices. Tal vez, el que ella estuviera sola y yo con una amante, fuera su manera de emparejar las cosas y poner a prueba nuestra nueva manera de amarnos

Emma parecía no entender, pero por unos pesos ella haría cualquier cosa, mi mujer dijo que era muy bonita al verla, y que le daban celos, pero entonces agregó que deseaba ver como yo me la cogía toda.
Y así sucedió, me llené las manos y la boca con el cuerpo de esa mujer de sangre caliente, recorriendo su rostro, su cuello, sus brazos, sus pechos, su vientre, su espalda, sus glúteos, su conchita, sus piernas.
Me encontré perdido entre sus piernas, dándole sexo oral como se lo hubiera dado a mi amor, mirando de reojo por sobre su muslo derecho la imagen en la notebook, la forma en que Amparo se metía esos consoladores enormes por su conchita, como se masturbaba su clítoris y como se acariciaba sus pequeños pechos

Sus gemidos, sus palabras de amor, diciéndome cuanto me deseaba solo me llevaban a la excitación, en una espiral ascendente que se hacía más y más imponente e imparable.
Emma nos decía que éramos dos enfermos, dos sádicos, dos dementes, pero que, en el fondo, le gustaba nuestra forma de ser.
Entonces, recostada como estaba, con sus piernas abiertas, cambié mi rostro por mi sexo, para empezar a cogerla muy duro, muy fuerte, Amparo me incitaba a más, a seguir, a jugar juntos el juego de la seducción
Cambiamos muchas veces, creo que hicimos más de lo debido y reconozco que Emma se complementó demasiado bien con nosotros sin tener obligación de hacerlo

Mi mujer me dijo que me daría un último regalo para cerrar el espectáculo, acomodó la cámara en un plano corto como había hecho antes con su amante, solo que esta vez no sería su rostro, sino que había clocado un enorme consolador sobre la mesa, adherido por su base, y se acomodó dejándome ver su trasero, entonces solo se sentó lentamente sobre él y se lo devoró centímetro a centímetro por su culito, y empezó a jadear, me recalentó, se lo dilataba todo, y lo dejaba abierto en extremo, y honestamente no podía dar crédito que esa monstruosidad desapareciera por completo ante mis ojos, era una maldita y perversa puta, y eso me encantaba.

Estaba con la pija dura como un riel, Emma, sin que fuera mi intención, quedó en segundo plano y mis cinco sentidos se quedaron pegados a la pantalla de la notebook, ella, fue consciente de lo que sucedía, y sin que fuera necesario, se fue entre mis piernas y empezó a chupármela muy rico, incluso sacó el preservativo y sentí su lengua ensalivada jugar en mi glande.
Me sentí venir, pero todo por consecuencia de ese juguete metido en el culo de Amparo y los gemidos que me regalaba
Cuando miré hacia abajo, los labios, el cuello, los pechos y el vientre de la prostituta estaban bañados en semen
Fue el final, corté la conversación con mi mujer para seguirla más tarde, tenía que despedir a Emma
Ella, mientras se limpiaba y acomodaba su corto vestido entre sus pulposas curvas me dijo que nosotros estábamos locos, que como puta había pasado por muchas cosas raras, pero nada como esto.

Pasaron ya algunos años, con el tiempo solo nos acostumbramos a este tipo de amor, sin celos podemos tener una relación abierta, somos adultos y somos felices.
No me incomoda que Amparo pueda coger con algún otro, como a ella tampoco le molesta que yo me revuelque con alguna puta de ocasión, todo nos potencia a la distancia para que nuestros encuentros sean dinamita pura, porque ella siempre será mía, y yo siempre seré suyo

 

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