Desde muy joven me gustó ser observada por los hombres, recuerdo que desde antes de entrar a la universidad en el transporte público nunca faltaba quien mirara con insistencia mis pechos o mis piernas, y eso me excitaba. A menudo era difícil concentrarme en las clases fantaseando en lo que algún atrevido estuviera dispuesto a hacer conmigo. Por supuesto dejé de ser virgen muy temprano, pero mi fantasía era ser usada como una putita, sobre todo por algún maduro.
Mis fantasías empezaron a hacerse realidad cuando conseguí un trabajo por las tardes en un almacén de equipos y herramientas, me encargaba de los inventarios, lo que requería tratar con empleados bastante morbosos, lo que no era un problema pues mis labores eran sobre todo por las tardes cuando el resto del personal se había ido. No pasó mucho tiempo, cuando mi reputación ya era “conocida”, pronto empecé a escuchar a mis compañeros decir cosas como: “ya viste como viene vestida ahora Mary, le encanta provocarnos”, “si tuviera oportunidad me la llevaba a los baños a ponerla a mamar verga”, “se nota que le gusta exhibirse, de seguro se muere por andar desnuda entre nosotros”. Bueno, todo era cierto, era evidente por mi forma de vestir y de actuar. Las faldas cortas, los escotes sin llevar top debajo, los descuidos voluntarios, el contonear mis caderas con tacones altos, no podía haber duda, no solo disfrutaba la atención, la buscaba deliberadamente.
Una tarde mi supervisor me llamó a su oficina para hablar de este asunto. Era un hombre muy atractivo casi llegando a sus 50, con algunas canas y barba, muy varonil. Gentil y amable, pero pronto descubriría que guardaba una personalidad dominante y llena de lujuria. Sin rodeos me dijo: “Mary tenemos un problema que resolver, estas distrayendo al personal. Se habla mucho de ti y no puedo permitirlo, supongo que sabes que lo que estoy hablando”.
“Sí Roberto, comprendo lo que me dice, creo que se salió de control este juego, pero no quiero perder mi empleo”. Por alguna razón, su personalidad tan calculadora y calmada me puso vulnerable y terminé confesando que yo misma había provocado la situación pues disfrutaba las miradas y la atención que recibía.
Con una voz firme me dijo: “Eres una mujer joven y de verdad hermosa, yo respeto lo que hagas y lo que deseas, pero es mi deber mantener el orden en este almacén”, “por otra parte, si te gusta sentirte deseada yo puedo ayudarte, así no pierdes tu trabajo y nosotros seguimos disfrutando de tu linda presencia”.
Con nervios, pero entendiendo perfectamente a donde iba esta conversación, respondí: “Haré lo que sea,” mientras mis pechos se movían con mi agitada respiración.
Lo que me dijo a continuación, me produjo una inmensa excitación y al mismo tiempo me tranquilizo. Acercándose a mi lado, me dijo: “Debes entender que no hay vuelta atrás, lo que hagas será por que lo quieres hacer, yo por mi parte te garantizo que nadie hará contigo nada que no apruebes”
Su masculinidad simplemente me doblegaba, así que de forma automática me levanté, puse mis manos sobre sus hombros, y le dije: “Gracias Roberto, estoy segura que no voy a decepcionarte”. Con estas palabras Roberto entendió que me sometía voluntariamente a él, a sus órdenes, y que obedecería cualquier instrucción que me diera.
“Vamos a poner a prueba tu disposición”. Abrió la puerta de su oficina y llamó al jefe de grupo. Lo escuché decirle: “Reúne a los muchachos enfrente de la ventana, Mary quiere mostrarles algo”. Andrés miró a donde yo estaba, sonrió y apresuradamente llamó a los demás.
Roberto apagó las luces de la oficina, abrió las persianas dejando entrar la iluminación de las lámparas del almacén. Me tomó de la mano, me acercó a la ventana y me ordenó: “Quiero que te exhibas como una vulgar puta, deja que los muchachos miren lo que tanto han deseado”.
Las miradas desconcertadas de mis admiradores cambiaron a sorpresa cuando empecé a desabrochar los botones de mi blusa. Yo los miraba con mucha lujuria, con nervios, mis manos temblaban, pero cuando mi blusa cayó al suelo todos teníamos una sonrisa de complicidad que jamás había experimentado.
“Agárrate las tetas, mamacita”, “sóbate los pezones, zorra”, “que puta resultó la Mary” “Que tetas de puta tienes” eran el tipo de cosas que me decían, yo lejos de molestarme disfrutaba la atención, las miradas, y uno que otro se sobaba por encima del pantalón. Desabroché mi falda y la dejé caer quedando solo en tanga… Los muchachos gritaban, piropeaban y reían con descaro como si estuvieran en un club nudista viendo una stripper.
Voltee a ver a Roberto quien se estaba masturbando sentado detrás de su escritorio. Me ordenó acercarme, y me dijo: “Mira como me has puesto Mary, ¿qué piensas hacer para arreglarlo?” sin pensarlo me puse de rodillas y empecé a disfrutar de esa preciosa verga firme y venosa, cargada de leche. Estuve así un buen rato, pero cuando estaba a punto de correrse me detuvo. Me puso de pie y me dijo: “sal afuera, con los muchachos, dales un espectáculo que los haga recordarte siempre”.
En ese momento, ellos se encontraban mirando hacia donde estábamos Roberto y yo. Al salir de la oficina, se tocaban con descaro. Yo me puse en medio de ellos, intentando hacerles un baile erótico, los dejaba sobarme las tetas, el culo. La sensación de sentirme deseada me hizo tocarlos, masturbarlos, contonearme sobre sus cuerpos como si me estuvieran cogiendo entre todos. La lujuria me hacia sentirme como un objeto sexual y nada más.
Me quitaron la tanga, dejándome completamente desnuda y a su merced. Empezaron a meterme mano, sus dedos me penetraban. Me chupaban los pezones y me abrazaban con desesperación. La situación se iba a salir de control, pero Roberto con voz seca les ordenó calmarse. Me tomó de la mano y expresó: “Yo soy el jefe aquí”.
De nuevo nos metimos a su oficina, yo estaba sin cordura, solo sintiéndome tan vulgar como la mejor. Me colocó con mis manos recargadas en el escritorio, boca abajo, ofreciéndole mi vagina húmeda, yo me contoneaba con prisa, doblando mis rodillas, levantando mis piernas como perra en celo.
Roberto se acercó a mí, y con fuerza me penetró convirtiéndome en su propiedad. Yo estaba entregada a sus embestidas y a las miradas de los demás que ya se habían colocado de nuevo frente a la ventana. Gritaba: “dame mas Roberto, asi, asi, dame duro, dame verga, quiero verga”. Tomó mis brazos jalándolos hacia atrás, ya no tenia de donde sostenerme. Tenia mis ojos cerrados, gimiendo al disfrutar de cada centímetro de su pene, sintiendo sus huevos rebotar en mi culo. De pronto, su eyaculación me hizo abrir los ojos al sentir lo espeso y caliente de su semen. Su cuerpo temblaba sobre mí, yo por mi parte me estremecía de tanto placer, ambos nos quedamos así un rato, agitados, recuperando el aliento.
Nos pusimos de pie, Roberto se abrochaba el pantalón y se ponía la camisa. Yo buscaba mi tanga, pero recordé que la había dejado afuera. Salí a recogerla, y Andres me la entregó, estaba llena de su semen, la acerqué a mi rostro y la olfateé dando así mi aprobación.
En ese momento, la mayoría no supimos como manejar lo que acababa de pasar, pero algo era seguro, todos lo habíamos disfrutado, aunque Roberto y Andres mas que los demás. Después de vestirme, Roberto les ordenó a los demás seguir con su trabajo. Yo me quedé en su oficina charlando de mi futuro en la empresa… eso lo contaré después.
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