Juro que aquella mañana iba mentalizada, tenía todos los pensamientos ordenados en mi cabeza para ir paso a paso hasta dónde quería llegar. Iba a poner punto y final, no estaba dispuesta a que aquello se convirtiera en una costumbre y a pesar de que disfrutaba muchísimo del sexo con él, aquello no era compatible con mi vida en ese momento. Así que llegué a la cafetería que estaba bajo de su casa más seria y concentrada que de costumbre, él me sonrió desde la mesa y sentí el repaso de sus ojos por mi cuerpo, mentiré si digo que no me quedé enbobada con la manera en que aquella camiseta blanca se le pegaba al cuerpo, ¡joder!. Le sonreí con amabilidad y me forcé a desviar la mirada hacia la barra, sabía que él habría pedido ya, no le gustaba nada esperar para comer, así q me acerqué para decirle si quería algo más y cuando respondió que no, fui directa a pedir un zumo y unas tostadas. Dejé el bolso, me senté y de inmediato me preguntó: ¿Qué te pasa pequeña?, y como si de una cascada se tratara, vomité argumentos convincentes (para mi misma) de que aquello no podía prolongarse en el tiempo y que sobretodo, no podíamos volverlo a repetir. Cuando acabé, me miró muy serio y dijo: “Bien, ¿puedo yo ahora?”, entonces asentí y siguió diciendo: “Sabes que siempre voy a respetar lo que tu decidas, porque te quiero, pero no me pidas que no lo sienta pequeña, no me puedes pedir que no me empalme cuando te huelo… “. Y me dejó sin palabras, con aquella frase no necesitaba explicarme nada más, no había réplica, “es lo que hay”, pensé, de nuevo la pelota en mi tejado, y yo con las ganas de dejarme hacer otra puta vez recorriendome el cuerpo. Cuando el camarero trajo nuestros platos, él empezó a contarme su rutina de entrenamiento mientras comía y yo revolví el desayuno casi sin hablar. En mi cabeza resonaban argumentos cada vez más vacíos, mezclados con los flashes de la última vez. Mis “no puede volver a ocurrir” carecían de peso si le miraba las manos, tan sexis y con la gran habilidad de hacerme cambiar de opinión en cero coma. Era una realidad, aquello era lo que era, así que empezó el juego, él supo qué teclas tocar (como siempre) y yo quise bailar hasta quemarme.
iba a jugar, aquella reflexión conmigo misma me había hecho cambiar de opinión y era el momento de hacérselo intuir…
Cuándo me quise dar cuenta, mi mente fantaseaba con él dentro de mí, sí, la misma mente que se había ordenado estratégicamente los argumentos para no hacerlo. Así era aquello, enseguida fui consciente de que la contradicción no era sinó un estigma social (el de la infiel), del cuál quería escapar, a pesar de que ello supusiera renunciar a mis necesidades. Entonces dije basta, ya no quería renunciar, iba a jugar, aquella reflexión conmigo misma me había hecho cambiar de opinión y era el momento de hacérselo intuir…
Volví a conectar con sus palabras, le escuché hablar de sus entrenos, en realidad me daban completamente igual, quien me conoce sabe que no me interesa el deporte, pero lo que era evidente, era el cuerpo que se había encargado de cultivar, madre mía, se me hacía la boca agua al mirarle, y lo que no era la boca… Miré con deseo sus brazos, los recordé tensos sobre mis hombros, empujando hasta lo más profundo de mi y me mordí el labio inferior, él se dio cuenta y fue rápido…De repente dijo: Ostia! Estaba hirviendo unos huevos antes de bajar y creo que me he dejado el fuego encendido! ¿Subimos un segundo y lo apago?. No lo pensé, lo dijo tan natural que ni me percaté de la jugada maestra, me levanté hacia la barra para pagar pero él se anticipó y le dijo al camarero, “apuntamelo que tenemos prisa”, seguí sin caer. Salimos de la cafetería y al girar la esquina nos dirigimos hacia su portal, yo inicié una conversación absurda sobre el peligro de que los huevos explotaran y que la casa se llenara de humo, pero me fijé en su semblante serio, concentrado, en su cara, como si siempre lo adivinara todo, vi claramente lo que iba a pasar. En realidad, no parecían preocuparle los huevos hirviendo, así que empecé a sospechar. Sacó las llaves, abrió rápido el portal y cuándo apreté el botón del ascensor me agarró el brazo, puso la otra mano en mi cintura y me acercó a su pecho, se inclinó para olerme el cuello y sacó la lengua, trazando con la punta un camino hasta mis labios. Le recibí con la boca hecha agua, su lengua invadió mi cavidad llenando cada hueco, todo saliva, todo humedad, empezaron los besos llenos de ganas y en pocos segundos tenía mis manos rodeandole el cuello y él las suyas en mi cintura, como dos adolescentes que se enrrollan por primera vez. Aquel beso era todo pasión, fantasía, juego y sexo, sentí todo mi cuerpo reaccionar ante sus caricias, el ascensor se abrió y me emoujó hacia dentro, pulsó casi sin mirar y empezó a desabrocharse el pantalón vaquero, ¿Íbamos a follar en el puto ascensor?, ¿En serio?. No. Cuando el poco raciocinio que me quedaba lo procesó, me acerqué a su oido y le dije: “Aquí, no”, a lo que él respondió: “Tu mandas”. Volvió a abrocharse el pantalón y la puerta del ascensor se abrió en su planta, me cogió de la mano, llegó a la puerta de su casa y cuando la abrió, dijo: “pequeña, aquí dentro voy a mandar yo, puedes pedirme que te lleve a casa y lo haré por mucho que me muera de ganas, o puedes entrar y dejarme hacer lo que sé necesitas en este momento”. Y le besé, esa fue mi respuesta, besarle y que supiera cuánto le deseaba, las putas ganas que tenía de dejarme hacer, hasta volver a llenarme el cuerpo de fuego, hasta volver a sentirme viva en sus manos.
sí que dejé la culpa en aquel recibidor y me fui directa hacia su cama. Conocía aquella casa, recordé una nochevieja que acabamos allí
Entramos, dejó las cosas, me miró y en su línea de no callarse nada, dijo: “lo he sabido desde que te he visto mirarme las manos y morderte el labio, sabes tan bien como yo que lo de los huevos era una excusa para tenerte aquí, tengo que ir al baño un segundo, espérame en la cama porfa…ah, y he puesto el pestillo por si te lo piensas y quieres huir, jajaja”. Me miró con complicidad y me derritió, estaba tan seguro de todo, su rotundidad me desarmaba, pero la decisión la había tomado yo, así que dejé la culpa en aquel recibidor y me fui directa hacia su cama. Conocía aquella casa, recordé una nochevieja que acabamos allí, no estábamos casados todavía y empezamos el 2011 follando como animales en aquella cocina, me miré en el espejo del pasillo y me vi sexi, con los labios hinchados, despeinsda y con la ropa a medio quitar. Me solté el pelo y me desnudé, al bajarme las bragas me entraron ganas de tocarme, allí, mirándome en el espejo, así que bajé la mano derecha hasta acariciarme el coño, me di cuenta de la humedad, me gustó, me metí el dedo anular dentro y me estremecí, la idea de que él apareciera me ponía aún más cachonda y a los pocos segundos, sucedió. Le vi en el reflejo del espejo del pasillo, su desnudo era imponente, andaba decidido, venía hacia mí sabiendo exactamente lo que iba a hacerme. Eché la cabeza hacia atrás y me abrazó por la espalda, sentí su polla rozar mis nalgas y empecé a acariciarme con más brío, él sonreia, le escuché decir: “eres un puto espectáculo, quiero ver cómo lo haces”, empezó a acariciaeme las tetas y a lamerme el cuello, me separó el pelo hacia un lado y sentí su erección enmedio de mis nalgas, quise que me la metiera allí mismo, pero él tenía otros planes. De repente, se puso delante de mi, me sacó la mano del coño y chupó mis dedos mientras me miraba, se arrodilló y me empujó las caderas hasta apoyarme en la pared frente al espejo y dijo: “abre las piernas pequeña”. Entonces empezó a comerme el coño, yo sabía que disfrutaba haciéndolo, sonreía mientras lo hacía y cuando me metió los dedos, supe que me quedarían segundos para llegar al orgasmo. Me vi en el espejo, ¡qué imagen!, la cara desencajada y su espalda bien marcada mientras me comía el coño, me hicieron despegar, una mano suya en mis tetas y la otra dentro de mí hicieron el resto, me corrí como nunca al sentir sus dientes morderme con cariño alli abajo, esos pequeños mordisquitos que me volvían loca. Acabé y temblando me dejé caer al suelo, el subió hasta mi cintura para abrazarme y respiramos juntos los últimos coletazos de mi orgasmo. Le miré a la cara y le dije: “ya me tienes dónde tú querías, ahora haz lo que quieras conmigo”. Tras unos segundos, se incorporó, me ayudó a levantarme y fuimos pegados hasta su cama, una cama de 3×2, con un gran cabezal y barrotes de hierro dónde me sentí pequeña, pero como de costumbre, él iba a hacerme sentir enorme. Se sentó en un lateral, sacó del cajon un paquete de condones y dos juegos de esposas, sí, esposas, le miré con una amplia sonrisa, ese juego me gustaba, él lo sabía bien. Hace algunos años, cuando aprobó las oposiciones de policía vino a buscarme a la universidad y las estrenamos, fue muy divertido porque aún no tenía experiencia en ponerlas y se nos atascaron. Bueno, volviendo al momento presente, las sacó del cajón y me pidió que me tumbara, me cogió una muñeca y me la engrilletó en una esquina de la cama, hizo lo mismo con la otra muñeca en la esquina opuesta. Brazos abiertos y movimientos restringidos, allí estaba yo, me encontraba aturdida y con ganas, con muchas ganas, me había vuelto a poner enferma al mirarle mientras me ponía los grilletes, después de algunos años podía decir que tenía habilidades de sobra para hacerlo rápido y sin error. Se arrodilló a mi lado, me miró de arriba abajo y empezó a masturbarse con una mano y con la otra volvió a meterme los dedos en el coño, estaba muy empapada, me besó y dijo: “joder tia, me vuelves loco tan mojada, quiero follarte con la mano y ver que te vuelves a correr”, así q obedecí, subí las rodillas y le dejé que me penetrara con los dedos mientras le miraba tocarse. Para mí aquello era increíble, él parecía un jodido Dios, estaba tan bueno que dolía mirarlo, verle morderse el labio y acelerar las sacudidas que le daba a su polla me puso aún más. Los ruidos que hacía mi coño mientras el me lo hacía tan duro, el hecho de no poder tocarme en ese momento, su mirada lasciva y su: “córrete en mi mano, llevo todo el día imaginándote así para mí” acabé explotando de gusto. 2-0. La flipé, ¿qué más podía pedir en ese momento?, ¿porqué parecía que entraba en mi imaginación y hacía todas mis fantasías realidad?. Me putomoría de placer, ostia, qué gusto, y lo peor es que siempre quería más. Cuando pude hablar, me envalentoné y le dije: “quiero tu polla en mi boca, ya”. Enseguida se acercó a mi cara, abrió las piernas y me la metió suave en la boca, la sacó lento y yo me incliné para lamerle por los lados y la punta, tenía el sabor salado del sexo y como no la podía coger, apreté mis labios sobre la base y le dije ” dame más”, volvió a empujar, esta vez más fuerte, Dios, cómo me gustaba comérsela, me hacía sentir tan deseada, entonces miré su cara extremecerse y empezó a hacer un movimiento rápido y seco con sus caderas que iba a precipitarle al orgasmo. Al poco tiempo se separó, bajó un poco hacia mis tetas y empezó a masturbarse con fuerza, adiviné que iba a correse en mi pecho. Cuando empezó a gotear, acercó la polla a uno de mis pezones y le escuché maldecir barbaridades hasta vaciarse. Bien, 2-1, estaba reventada, pero cachonda, yo ya tenía ganas de tener el control. Terminó, se dejó caer a mi lado y me besó, le pedí q me desatara porque de la tensión me dolían los brazos, cogió la llave de la mesita y me las quitó. Me limpió con un kleenex el semen de mis pechos, acarició mis muñecas y me dijo, ” joder tía, ¿como nos superamos, no?, nunca se nos acaban las locuras para hacernos”.
me reí y le respondí un ” ya veremos” con sonrisa, sabiendo que aquello sería lo siguiente y que conforme se me transparentaban las tetas en su camiseta, se pondría enfermo.
Yo pensaba exactamente lo mismo, así que no pude más que besarle y sonreir. Le pedí poder darme una ducha y fuimos prácticos, él a lo suyo y yo a lo mio, me quité el sudor, el semen, y cuando estuve lista sali de allí. Me sequé rápido para evitar compartir esa intimidad, aquello era lo que era, así que como tenía claro que no era el final, en vez de mi ropa, me puse su camiseta blanca y rescaté mis bragas del pasillo. Al verme salir así, me dijo: “pequeña, estas jodidamente sexi, no te vas a ir de aquí sin follarme con esa camiseta puesta”, me reí y le respondí un ” ya veremos” con sonrisa, sabiendo que aquello sería lo siguiente y que conforme se me transparentaban las tetas en su camiseta, se pondría enfermo. Fuimos a la cocina, me puso un vaso de agua fría y me pasó un plátano diciendo: “Toma, he escuchado tus tripas, sé que tienes hambre, mañana te van a doler los brazos y esto te vendrá bien para las agujetas”. Siempre ha sido muy de proteger, de atender, de cuidar, aún sabiendo que lo no necesites, ahí está. Me comí el plátano, tenía hambre, él se sentó en la mesa de la cocina solo con unos boxer y se puso a comerse una manzana. Le miré y supe que esa imagen no iba a borrarse de mi cabeza en unos días, qué bueno estaba, era tan sexi y sentía tanta conexión que me acerqué a besarle, a pesar de estar masticando un trozo de manzana. La dejó en la mesa, y desapareció, luego supe que había ido a por los condones de su mesita, pero cuándo volvió, me miró las tetas debajo de la camiseta y dijo: “creo que te la voy a regalar y espero que la lleves cuando quedes conmigo, mira como me tienes”, entonces me cogió la mano y la puso sobre su paquete, y yo se la saqué, quería tocarsela y sentirla dentro de mi. ¿Porque no?, me sentía libre en su presencia, me daba el poder suficiente para mostrar claramente lo que quería. Así que se quitó los boxer y se volvió a sentar encima de la mesa, yo me quité las bragas (mojadas de nuevo) y me senté encima de él, “vamos pequeña, hazme volar”. Así que juntamos nuestras manos, nos besamos y empecé a balancearme sobre su erección, froté mi humedad sobre su polla y casi sin darnos cuenta se coló dentro, lo paramos a la vez, se separó y cogió un condón del paquete q había traido de la cama, se lo puso, volvió a sentarse, me subí encima y me dijo: “ahora quiero que me folles, verte moverte sobre mí y disfrutar mirándote las tetas debajo de mi camiseta”. Le respondí con una sonrisa y le dije con picardía: “vaya, qué casualidad, yo quiero exactamente lo mismo”. Tenerla dentro fue estar en casa, sentir su respiración entrecortada conforme avanzaba la penetración una locura, y la fricción de mi clitoris sobre su pubis suponía la muerte vida. Cabalgué, nos cogimos de las manos, entrelazamos los dedos y pude sentir su fuerza, luego se recostó y apoyó las manos en la mesa, me subí la camiseta hasta el cuello para verle disfrutar del bamboleo de mis tetas mientras me lo follaba. Quise correrme en sus ojos, por cómo me miraba, también en sus manos, por la forma de apretar mis nalgas, pero apoyé mis manos en los azulejos de la cocina y acabé corriéndome en su polla, y el conmigo, segundos más tarde, cuando lo hizo, la sacudió tan fuerte dentro de mi que el latigazo me llegó hasta el alma. Le abracé por el cuello y sus brazos apretaron mi cintura hasta unirse por mi espalda. Yo quería eso, quería morirme allí, sintiéndome una diva y haciéndole feliz, era mi puto dios, y follar juntos me elevaba hasta el cielo.
Me vestí, recogí mis cosas y me fui sin decir nada, necesitaba espacio después de aquello. Por mucho que me extrañara él tampoco habló, pero al rato recibí un audio: “entras en mi vida como un puto obús para hacerme enloquecer y luego desapareces, no quiero que renuncies a tu vida, pero déjame tenerte de vez en cuando, te adoro, y lo sabes”.
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